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Cuando llegó a casa, puso la llave en la cerradura y atravesó el umbral. Unos brazos cálidos se enrollaron en torno a su cuello depositando en su boca un beso largo e intenso. Después, esos labios se deslizaron hasta su oído para susurrarle que tenía muchas ganas de hacer el amor con él. Las sugerentes palabras venían acompañadas de una gran sonrisa.

Este recibimiento es el más bonito del mundo, pensó YiBo y se la devolvió tomándolo por la cintura y juntando sus frentes.

-¿No vas a preguntarme cómo me ha ido?

-Más tarde. Te quiero, me quieres y deseo probarlo todo contigo.

YiBo quiso estar pendiente de él esta vez, conocer sus gestos, sus expresiones; empaparse de Zhan hasta la medula y tomó la iniciativa para desnudarlo, amarlo, consentírselo todo para que siguiera ocupando su mente y su retina. Del resto, se encargaría después.

Lo tomó de la mano para llevarlo hasta la cama. Se sentó en una esquina y le pidió que se quitara lo que le quedaba de ropa. Estaba descalzo, llevaba unos pantalones cortos y una camiseta que encontró en el armario. La mirada de YiBo era tan intensa que Zhan se tapó el pecho con un brazo, como si fuese la Venus de Botticelli, escondiendo y mostrando su humanidad al mismo tiempo, con pudor y atrevimiento, mordiendo su labio inferior y entrecerrando los ojos ruborizado.

Estaba acostumbrado a ver cuerpos desnudos, a pintarlos y a tocarlos para buscar la posición que le parecía más idónea a la hora de posar pero, ahora, esos bonitos ojos que lo traspasaban puestos sobre su persona, eran como si hubiese recobrado la inocencia, la torpeza y la vergüenza de su primer encuentro amoroso.

Él pareció entenderlo y se levantó para abrazarlo evocando en su mente el poema de Poliziano:

"...Por los *céfiros lascivos empujada/ veríais a la diosa que del mar salía/ exprimiendo la cabellera mojada/ mientras que con la otra mano el pecho se cubría..."

*(vientos del oeste)

Lo llenaba de besos por toda la cara y el cuello, echándose hacia atrás de vez en cuando para no perderse nada, mientras que Zhan, con los labios entreabiertos y los ojos cerrados se entregaba a él sin reservas, los brazos laxos a ambos lados del cuerpo dejándose besar, sin resistencia, con el corazón latiendo fuertemente, como si quisiera salirse de su pecho.

Se tumbaron juntos sobre las sábanas negras. Las yemas de los dedos del pintor que nunca se detenían, ejercían una ligera presión en la espalda y la cintura de su amante. Eso excitaba tanto a YiBo que alteraba la respuesta de su cuerpo y la hacía urgente, inmediata. No quería prisas ni brusquedades. Deseaba momentos únicos y especiales para no olvidar, para que fuesen siempre suyos, de los dos.

Tomó una de sus manos y fue depositando besos en el interior de las muñecas, acariciando su cara. Los ardientes labios de YiBo sobre esa piel tan fina y suave parecía que latían con su mismo pulso, que se metían en la sangre y recorrían todo su organismo.

Lo besó largamente en la boca hasta saciarse quedándose sin aire pero, volvía a iniciar los besos como si no tuviese bastante de él, de su ternura. Por eso, le respondía dejándole hacer, esperando que recorriesen más de su cuerpo, más abajo, más adentro, hasta donde quisiera llegar. Le pertenecía por completo.

Comenzó a llover. Gruesas gotas de agua golpeaban contra la ventana rítmicamente. Eran como las pulsaciones en su sien. Durante unos segundos se distrajo al divisar un relámpago en el cielo seguido de un trueno. ¿Y si estaba dejándose arrastrar por sus excesos de nuevo?, ¿y si ahogaba a YiBo? Le bastaron unos segundos también para levantar su rostro y ver que le estaba mirando como si leyese su mente, mientras le sujetaba por la nuca con cuidado.

-Nunca me cansaré de ti, le dijo en un susurro.

Le rodeó el cuello con los brazos y empezó a besar su garganta, a lamer los lóbulos, a succionar sus labios. Bajó su boca poco a poco por su pecho, con tanta dulzura y delicadeza que YiBo comenzó a gemir. Se subió encima de él sin dejar de acariciarle brazos y piernas, con esa presión tan sutil de las yemas de los dedos que transportaban a su amante directamente al placer, al deseo incontrolado. Tomó su polla con las dos manos y empezó a succionarla, a lamerla de abajo arriba, girando su lengua alrededor del prepucio, bajando la piel hasta que estuvo completamente erecta y levantando sus ojos después para mirarle. Semi incorporado, apoyándose en los codos, YiBo le devolvía la mirada con el mismo deseo.

Cuando estuvo satisfecho se tumbó a su lado y le besó largamente en la boca.

-Prepárame, le dijo ruborizado y sonriente.

Él obedeció sacando el lubricante y los condones de la mesilla, besando su boca, los párpados, los pómulos, deslizando la lengua por el cuello hasta llegar a los pezones, describiendo movimientos circulares alrededor de la aureola que hicieron que se levantasen. Con una mano sobre su polla comenzó a frotarla con suavidad mientras la sentía agrandase bajo su contacto. Le masturbó durante unos momentos y se vertió el lubricante entre los dedos, dejando caer un poco alrededor de la abertura sin dejar de mirarle mientras Zhan cerraba los ojos suspirando. Estaba muy tranquilo y relajado y levanto las rodillas esperándole.

 YiBo se acercó hasta su boca para besarlo de nuevo y, durante ese beso, le fue introduciendo suavemente un dedo sin que él hiciese ningún gesto de dolor o molestia. El corazón se aceleró en su pecho al sentir aquella entrega y fue moviéndolo de dentro afuera con sumo cuidado y atención, después agregó dos y, por último, un tercero acercando la boca a su oído para susurrarle uno de sus poemas preferidos que Zhan escuchaba conmovido y con un brillo especial en sus ojos:

"NENÚFARES EN FLOR

Los nenúfares están en flor en el Gran Río
y brillan, purpúreos, en el agua verdosa.
Su color es el mismo
que el de nuestros corazones.
Sus raíces se alejan.
Las nuestras son inseparables..."

Emperador Wu de Liang (503-551 D.C.)

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora