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A partir de aquí, comenzó una convivencia más o menos formal en casa de Zhan que parecía la luna de miel de la pareja más empalagosa del mundo. Casi todo el día achuchándose, besándose, abrazándose ante la mirada divertida de Kenji en la mansión que no descartaba nada. Estaba seguro de que aún habría más entretenimiento de todo tipo: bueno, regular y malo. Tenían que afrontarlo juntos y lo superarían; confiaba en ellos.

Llegó a esta conclusión a fuerza de observarles, como hacía con la gente que le importaba. Tal vez se sentía como Eros pero, no iba a actuar como el malvado dios del amor, al azar, y que después se las apañasen como pudieran. Desde la noche de los tiempos, el mito de Eros va unido al dios Thánatos, la muerte no violenta, la que se acerca con un toque suave para arrebatar la vida. Haciendo las comparaciones oportunas, no hay amor sin dolor. Se haría responsable de sus actos y era un reto que aceptaba gustoso.

Su evaluación previa de estos dos enamorados no había sido errónea: inteligentes y temperamentales. Había que encauzarles en la buena dirección para que se comprendiesen a sí mismos y lograsen convivir en paz y armonía. Si su señor estuviese ahí disfrutaría tanto como él, acompañándole en su tarea de unirles para siempre.

Se dirigió a la cocina a preparar la comida que, cada día, era variada y deliciosa, cosa que, indirectamente y de modo sutil, propiciaba el alargamiento de las conversaciones y las sobremesas entre los dos amantes; les hacía sentir a gusto, un tanto mimados por el guardián sin ser conscientes de ello.

Entretanto, ellos no pensaban. Dejaron de lado por un tiempo sus razonamientos, sus gustos peculiares, sus manías, su forma de ser. Esto es algo que no puede ser ignorado ni borrado de golpe, desde luego que no y Kenji se temía que, ante la violencia de esta hoguera que se había desatado, el fuego lo arrasase todo demasiado rápido, que redujese el amor a simples cenizas que, en un breve espacio de tiempo, serían aventadas por el viento y se esfumarían en la nada.

Hacérselo comprender a los dos ahora era tarea imposible. Se estaban dejando llevar por el momento: Zhan se aferraría a lo que pensaba que sería su última oportunidad de amar y YiBo, a la que sería la primera y la única, nunca encontraría a nadie como él.

Difícil tarea, sí señor, se dijo el guardián pero, a él le gustaban muchísimo los retos, le proporcionaban nuevos deseos para seguir vivo. Comenzaba la verdadera batalla, sin perdón y sin lugar donde refugiarse, la lucha en la que no habría vencedores ni vencidos porque, se iba a perpetrar dentro de ellos mismos. Les deseó suerte desde el fondo de su corazón.

A la semana siguiente se fueron a Beijing. En el aeropuerto les esperaba ansiosa Meilin y, ¡oh sorpresa!, también estaba su padre. Tras los abrazos y los besos de mamá a los dos, se fueron a comer juntos a un restaurante muy elegante cerca del apartamento de YiBo. Las horas transcurrieron en animada charla. Zhan y su padre congeniaron pronto y, éste último, se sorprendió de los vastos conocimientos que tenía sobre arte en general, sobre pintura antigua más que nada, algo que también envidió a la vez que hizo su hijo en un principio, al conocerse.

 Meilin aprovechaba para charlar con YiBo. Estaba intrigada al verlo tan cordial, tan alegre y distendido. De pronto supo que algo había cambiado en él, en su vida y era algo bueno. No tardó en descubrir las miradas furtivas e insinuantes en los ojos de sus "niños". ¿Se habían enamorado?. Ella ya sabía los gustos de Zhan pero, de su hijo no sabía tanto. En alguna ocasión escuchó rumores de bisexualidad en sus salidas con los amigos y no le importó, tampoco le importaba que se amaran. Por algo el pintor era su preferido en muchos aspectos: por su inteligencia, su talento, su bondad, su generosidad. Una personalidad arrolladora y un atractivo indiscutibles y se sintió una futura "suegra" muy afortunada porque, si se decidían a formalizar su relación ante ella, los casaba en Europa, en España más concretamente. Quedó prendada del carácter de los españoles, de su cordialidad y su "savoir vivre", aunque fuese una expresión tan francesa. Estos pensamientos la hicieron sonreír y se atrevió a preguntarle a su nene:

-¿Estáis saliendo?, ¿os habéis liado?

Estas preguntas provocaron que YiBo se ruborizase hasta extremos insospechados que no se notaron bajo la capa de maquillaje. Iba vestido impecable de nuevo, con su disfraz y no se arrepintió de hacerlo al ver que también había acudido su padre a recibirles. No hizo falta responder, quedó todo aclarado cuando bajó la mirada hacia el plato, como si hubiese algo interesante que ver allí. Ella le apretó una mano amorosamente.

-De ser así, me alegro mucho por ti, hijo y espero que me lo cuentes cuando te sientas preparado. Te apoyo en todo y quería que lo supieras de antemano.

-Gracias mamá pero, ¿qué crees que haría papá si se entera?

La cara de Meilin se ensombreció durante unos segundos pero, no quiso preocuparle y esbozó una sonrisa tranquilizadora.

-Eres su único hijo y yo sé muy bien lo mucho que te quiere. Más pronto o más tarde tendrá que aceptarlo o te perderá ya que, estoy segura de que no dejarás a tu amante por nada ni por nadie. Te conozco, se lo tenaz que eres cuando algo te interesa y, en eso como en otras cosas, os parecéis mucho tu padre y tu pero, cariño mío, te aseguro que le superas a la hora de perseguir tus deseos y tus sueños.

Estas palabras de su madre le hicieron sonreír y relajarse un tanto mientras miraba a su padre charlando tan amigablemente con el principal y único deseo que ocupaba su mente las 24 horas del día. El fuego se reflejó de nuevo en sus ojos, lo que no pasó desapercibido a Meilin que, desde el fondo de su corazón, rogó para que todo les saliera bien a los dos.

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora