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Antes de subir, decidieron ir a cenar juntos y después, Zhan acompañó a YiBo para hacer una compra en las tiendecitas del barrio. Le ayudó a llevar las bolsas y le dejó en la puerta del apartamento para subir después al suyo a pie, por las escaleras. A la mañana siguiente, durante el trayecto a la finca, ambos pensaron que sería una buena idea hacerlo en sus casas alguna vez, alternándose para cocinar en uno u otro sitio, mientras Zhan se jactaba de ser buen cocinero y YiBo le respondía con gracia que él no lo era tanto pero, se comprometía a esforzarse y a hacerlo lo mejor posible.

A partir de aquí, juntarse para salir al trabajo, desayunar, comer con Kenji y cenar fuera o en una casa u otra, se convirtió en algo rutinario que ambos llevaban adelante sin contratiempos ni problemas, civilizadamente y hasta repitieron desayuno más de una vez en el mismo puesto callejero en las afueras. También las comidas en la cocina con el guardián fueron algo esperado porque, éste, propiciaba la conversación para que se conocieran un poco mejor el uno al otro hablando sobre sí mismos. Tampoco Kenji admitía otra cosa y, como compensación, para que se relajasen y se tomaran un pequeño respiro en la tarea, les llevó a conocer otros lugares de la propiedad que nunca hubiesen imaginado que existían y a los que era difícil acceder si no se estaba al tanto de su localización.

A los pies de un montecillo tras los edificios, comenzaba un bosque frondoso que encerraba muchos rincones sorprendentes. Una serie de jardines de distintos estilos que, para construirlos, el señor había traído a varios expertos y reconocidos paisajistas, incluso extranjeros: un inglés, un japonés y un italiano, que hicieron su magia entre los árboles sin alterar la naturaleza circundante y que eran verdaderos remansos de paz y un placer para los sentidos. El preferido de Zhan era uno que mantenía un aspecto salvaje, como si no hubiese sido hecho a propósito, porque abarcaba todo lo que había dejado allí la misma naturaleza: troncos caídos y cubiertos de musgo y setas, plantas bajas de la zona que disimulaban un riachuelo artificial creado para canalizar el agua que bajaba de las montañas y después, aprovechando un desnivel en el terreno, unas cuantas rocas apiladas y encastradas entre sí sin argamasa ni cemento, daban lugar a una cascada que se vertía en un lago con plantas de nenúfar y lotos.

Sin embargo, el favorito de YiBo era otro más calculado y metódico: dos estanques en la parte de atrás de los pabellones, jalonados por bonsái y sauces llorones que dejaban caer sus ramas sobre el agua, unidos por dos puentes pintados de rojo, resguardados por grandes plantaciones de altos bambúes que formaban un corredor de paso.

Dentro de la casa, Zhan ya se había instalado en la galería acristalada, en tanto que, YiBo, andaba por el ala opuesta. Esos dos ni se enteraban de lo mucho que deseaban verse y, ante la mirada divertida de Kenji, uno se levantaba para estirar las piernas un momento o para ir al baño y, el otro, estaba muy interesado en el concienzudo trabajo de restauración con finísimas tiras de papel de arroz, aplicadas minuciosamente en las partes traseras con largas pinzas y encoladas con goma arábiga, hasta que se hacían transparentes y desaparecían a la vista. Para no perder la compostura indiferente ante el otro, encontraron un punto medio casi al final de la jornada en el que se dedicaban a hablar y a ponerse al día en los avances, embalando con mucho cuidado los pequeños y frágiles objetos, envolviéndolos bien con plástico de burbujas y asegurándolos dentro de cajas con piezas de porexpán, así no sufrirían ningún daño durante el transporte. También YiBo ayudaba a encajar los marcos y las pinturas en los armazones de tablas de madera sobre soportes con ruedas.

Sea como fuere, cada vez necesitaban algún contacto más a menudo entre ellos y, sus conversaciones, iban asemejándose a las de una pareja consolidada.

-¿Dónde te apetece que cenemos hoy?

-¿Qué tal en mi apartamento? Puedo preparar esto o lo otro, ¿qué te gustaría?

-Esto, y te ayudaré en todo. Después friego y recojo la cocina.

-Ni hablar, yo también colaboro en la limpieza.

Luego, al meterse cada uno en su cama, habiendo desaparecido el contacto visual y la proximidad física, volvía la confusión a sus mentes por ese repentino anhelo, por ese entendimiento casi perfecto que había surgido entre ellos cuando no tenían nada en común. A Zhan le ponía muy nervioso ver a YiBo vestido siempre con traje y corbata, no le encontraba ningún sentido y le impedía moverse con libertad. Menos mal que usaba una de sus batas y, hasta se había quitado la chaqueta durante unas horas para embalar. ¡Y el maquillaje!, se le había olvidado ese detallito. ¿Qué demonios quería taparse en la piel?, En fin, ese chico era un..., no sabría cómo definirlo, ¿remilgado?, ¿tonto?, ¿maniático?. Y así, dándole vueltas a la sesera hasta que se dormía.

Mientras tanto, YiBo pensaba que, al señor Xiao Zhan, le faltaban algunos toques de elegancia y cuidado en su persona. Un hombre tan guapo y tan despreocupado en sus atuendos, tan parlanchín, casi hasta caer en la indiscreción. A él le incomodaban mucho su sinceridad y su franqueza. Creía firmemente que, toda persona, debe guardar muchos secretos; más que nada, como una especie de mecanismo de defensa porque, cuando los ánimos se acaloraban, aparecían los reproches por haber hablado de más.

Ni uno ni otro escuchaban a su corazón. De haberlo hecho, hubiesen caído en la cuenta de que, el amor, ese sentimiento loco, voluble, impredecible e imparable los había elegido. Había irrumpido en sus vidas de forma violenta, posesiva, obsesiva, como nunca antes les había pasado, ni siquiera en sus primeras relaciones y ahora, en su etapa adulta, era puro fuego ardiente que les estaba quemando por dentro y que ellos se empeñaban en rechazar, como si fuera posible.

Sin embargo, había cierta descompensación entre ellos, en su actitud misma ante este sentimiento.Por un lado, Zhan se esforzaba en combatirlo con una fuerza equivalente al fuego que lo consumía, negándolo, anteponiendo su libertad, porque se había cansado de las relaciones que le causaban inseguridad y que siempre acababan con el abandono de la pareja. 

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora