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-Entonces, le preguntó Zhan, ¿por qué quiso venderlo todo? Sé que lo especificó en su testamento. ¿Ninguno de sus hijos quiere hacerse cargo de esta herencia para que continúe en la familia?

-Aunque te parezca extraño, el amor y el respeto por la voluntad de su padre es lo que movió a los descendientes a cumplir sus deseos. Nadie heredó esta pasión pero la disfrutaron. Supongo que entenderéis lo que estoy diciendo porque trabajáis en esto. Ellos saben muy bien lo que cuesta verse rodeados de tantas cosas hermosas que aun sobreviven; por eso, como tienen que llevar adelante la gran empresa que les legó su progenitor, no les queda tiempo material para ello y solo desean que, las cosas, encuentren un nuevo lugar en donde sean apreciadas y valoradas del mismo modo.

-Creo que comprendo muy bien esa forma de pensar, intervino YiBo. Estoy habituado a acompañar a mi padre en la búsqueda de antigüedades que mucha gente tuvo que vender por diversos motivos, en su mayoría económicos, aunque no sea este el caso precisamente pero, a casi todos, les costó desprenderse de cosas tan bellas que siempre estuvieron con ellos a lo largo de los años, incluso durante siglos.

El viejecito les sonrió dulcemente. Sus ojos estaban húmedos por la emoción. Su presencia allí significaba que no había vuelta atrás pero, aun les dio un nuevo consejo:

-Os recomiendo que os paséis por las habitaciones que están completas, tal y como lo estuvieron cuando vivía mi señor; contempladlo todo con atención, tocad los muebles, los adornos, usadlos si os place porque, así fue siempre. El señor no quiso mantener la decoración como si estuviese expuesta en un museo.

Zhan le dio las gracias y tomó una de sus manos entre las suyas.

-Quisiera saber tu nombre, le dijo mirándole a los ojos.

-Soy Kenji, respondió sonriendo ampliamente. Sí, mi nombre es japonés porque nací allí. Mi madre murió al darme a luz y mi padre la siguió pocos años después. Anduve por el orfanato y, al cumplir los 16 años, entré a trabajar en casa de unos comerciantes con los que trató mi señor para comprarles unos rollos de escritura. Desde que se cruzaron nuestras miradas hubo un entendimiento que ha durado hasta que murió. Él me trajo aquí, a su casa y estoy a punto de cumplir 76.

-Estoy encantado de conocerte. Soy Xiao Zhan.

-Y Yo Wang YiBo, le dijo éste alargando la mano para estrechar la suya.

-Tienes fuego en la mirada, le dijo Kenji a Zhan, y tú también, añadió girándose hacia YiBo con aquella enigmática sonrisilla que le inquietaba, pero aun no lo sabes. Deja que salga libremente y lo tendrás todo. Bien, tras las presentaciones, voy a la cocina a preparar la comida, continuó. Para encontrarla, seguid el pasillito de la izquierda cuando bajéis. Estará a punto a las 13,00, ¿de acuerdo?

Ambos le dieron las gracias añadiendo unas cuantas palabras de disculpa porque no querían causarle molestias pero, él, ya estaba abajo moviendo sus manos, quitándole importancia al hecho y dar por finalizada la conversación.

Ambos se levantaron a la vez para iniciar el recorrido por la planta superior, tal y como les había recomendado Kenji y se adentraron en las habitaciones. Todas, sin excepción, estaban amuebladas con antigüedades, incluso la matrimonial, donde habría dormido el dueño en una magnífica cama del siglo XVIII, decorada primorosamente con pan de oro, apliques lacados y colgaduras rojas; unas telas de seda brillante sutiles y delicadas, como alas de mariposa. Ninguno había visto antes algo tan hermoso, excepto en los libros de arte y mobiliario o en algún museo y no pudieron evitar depositar sus manos sobre los adornos y por la suave y pulida madera de cedro, exquisitamente trabajada por habilidosos artesanos.

El fuego en la mirada de Zhan se acentuó, algo en lo que no había reparado YiBo desde que se conocieron casualmente y estuvo observándole durante unos momentos. Percibió que era una persona muy táctil, es decir, le gustaba sentir las superficies a través de sus manos, deslizando suavemente las yemas de los dedos sobre ellas mientras entrecerraba los ojos complacido, tal vez para ayudarse así a conservar y guardar mejor en su retina la belleza, para interpretarla como es debido, o a su manera pero, desde luego, sabía apreciarla en toda su magnitud.

Esta actitud de su compañero de trabajo le inspiró cierta simpatía pero, aun así, desconfiaba de que todo discurriera sin problemas siempre. En algún momento surgirían roces y, ese fuego interno que los consumía a los dos -reconociendo al fin que Kenji no andaba desencaminado al descifrar su íntimo y bien oculto temperamento- les causaría más de un disgusto a la hora de tomar decisiones. Y él era como se esperaba, no iba a cambiar en cuestión de segundos y, al andar por la estancia, se fijaba en el polvo acumulado a lo largo de los días en que la habitación estuvo desocupada y no sabía dónde meter las manos para limpiar el que se le había pegado..

Sin embargo, la agilidad mental de Zhan si que era rápida y notó esta incomodidad en su compañero de inmediato. Buscó en su vieja y coloreada bolsa de trabajo de lona que llevaba colgada y sacó una bata blanca y un trapo. Luego se acercó hasta él y se los tendió.

-Toma, ponte esto para no mancharte el traje y, con el paño, frotas lo que quieras examinar.

Luego se fue hacia la pared del fondo para observar los cuadros colgados y, ante unos textos verticales separados por primorosas pinturas de paisajes naturales pertenecientes al período medio de los Qing, estuvo leyendo conmovido un poema sencillo, sobre unos pastores de búfalos regresando a casa por un camino de sauces.

En esta época, la poesía estaba unida a la descripción de la pintura. Cada cuadro era un poema y viceversa. Los artistas chinos ponían énfasis en el espíritu, al dejar que el corazón tome el lugar del ojo.

Zhan no necesitó mucho tiempo para verificar la autenticidad de aquello pero, aun así, tenía que seguir el protocolo empleando la tecnología del siglo XXI y salió del dormitorio, pasando por delante de otra habitación intermedia que era un despacho biblioteca, con muebles negros, sobrios, tal vez de ébano; eso lo decidiría YiBo, y llegó hasta una deliciosa y coqueta galería con grandes ventanales por los que entraba mucha luz a través de los cristales emplomados. Había bastantes cosas allí también pero, cuando terminasen con el inventario, haría espacio para colocar una mesa y una silla donde sentarse para trabajar.

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora