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Zhan le observaba disimuladamente con una sonrisa divertida pero no le dijo nada; tomó su cuchara y comenzó a comer tranquilamente con gran apetito. El señor que estaba a su lado también le estaba mirando sonriente mientras le animaba a probarlo. Ante la expectación que se formaba a su alrededor, se armó de coraje y, tras un leve suspiro, tomó una cucharada de gachas y se la llevó a la boca, donde la retuvo sin decidirse a tragarla pero, no se esperaba que sus papilas gustativas se sintieran muy complacidas con ese sabor tan agradable que se contradecía con lo que pensaba su mente racional, y acabó tragando, mientras que, en su boca, se dibujaba también involuntariamente, una sonrisa cordial como respuesta a sus amables compañeros de asiento. Poco después, se había zampado todo el plato y estaba rebañando las miguitas con avidez, mientras Zhan movía la cabeza de un lado a otro sin dejar de sonreír. Tras un té con unas gotas de leche espeso y caliente, salieron del puestecito de comidas saludando a todos los parroquianos con educadas reverencias.

Una media hora más tarde, habían llegado a la mansión, un edificio enorme rodeado de un hermoso jardín muy cuidado y un estanque con peces de colores y nenúfares. En la puerta de entrada les esperaban un empleado de la notaría del distrito que, tras las presentaciones formales, les entregó un completo y grueso inventario de muchas páginas, al que añadió dos listados más, bastante largos, que correspondían a lo que había en el interior de dos pabellones anexos a la casa principal y que, en su día, fueron las dependencias de invitados y en los que vivieron los hijos del dueño después, al emanciparse y casarse.

Este hombre, conocido y apreciado en la zona por todos los que le trataron en vida, había estado comprando antigüedades durante más de cuarenta años con absoluta dedicación y, tras una rápida ojeada que le echó YiBo a los objetos numerados y detallados en los documentos, con muy buen gusto además.

Junto al de la notaría, había un viejecito muy simpático y risueño que se apresuró a estrecharles las manos con cordialidad; era el guardián de la casa. Había vivido y trabajado allí prácticamente durante toda su existencia, desde que fue contratado por el señor siendo muy joven, aun no había cumplido los diecisiete años y conocía muchas cosas de la familia y de la historia del lugar. Xiao Zhan sintió una inmediata simpatía por él y le correspondió con un cálido apretón. Por último, se presentó el resto: un empleado administrativo de Sotheby's y dos fornidos guardias de seguridad contratados por la empresa que les acompañarían a diario hasta completar la tarea.

Tras las formalidades, charlaron un rato sobre generalidades artísticas, las preferencias rutinarias para los envíos periódicos y los tecnicismos burocráticos a completar. Después, el empleado notarial les entregó los certificados de autenticidad y procedencia ya existentes, que no eran muchos pero, eso les ahorraría trabajo a la hora de dar salida inmediata a esos artículos tras su comprobación y localización.

Una vez aclaradas las cosas, el viejecito abrió la puerta principal con una enigmática sonrisilla que hizo que todos se mirasen entre sí con curiosidad. Desde la entrada, que era inmensa y desde la misma puerta, había apiñados por todas partes y a gran altura, una gran cantidad de muebles y enseres de todo tipo, entre los que quedaba un pequeño espacio por el que podía pasar una sola persona y, en algunos tramos, había que hacerlo de perfil. Les llevó unos momentos cerrar la boca estupefactos y hacerse cargo de la situación, a la que Zhan se adelantó el primero y se metió con decisión en la casa, sin dejar de mirar a uno y otro lado, muy atento y concentrado en todo lo que veía a su paso, mientras iba recogiendo algunos objetos más pequeños y manejables, para colocarlos sobre otros más grandes y ensanchar así el espacio de tránsito.

Al rato, había llegado a los pies de la escalinata que llevaba hasta la planta superior. Subió unos cuantos peldaños alfombrados con agilidad y estuvo curioseando por arriba. Aquello estaba más despejado y se asomó por la exquisita y trabajada barandilla para avisar al resto, que no tardaron en seguirle, observando también desde ahí lo mucho que había por abajo y no sabían ni por dónde empezar a buscar. 

YiBo sugirió iniciar con lo más simple y cercano al pasillo, por ejemplo, sillas, mesas y cosas pequeñas que pudiesen mover fácilmente y darles la vuelta. Mientras unos hacían eso, otros comprobarían las listas marcando lo encontrado pero, el de la notaria y el administrativo tenían que regresar a sus respectivos puestos de trabajo y no podían quedarse, por lo que, todo quedaba en manos de ellos dos y del viejecito, mientras los de seguridad montaban guardia en la puerta y vigilaban los alrededores de la casa.

Al despedirles, ambos lanzaron un suspiro, aquello iba a ser una odisea que les iba a llevar mucho más tiempo del que nunca hubiesen imaginado pero, tenían que hacerlo, había que empezar. Para postre, en los listados no había orden, es decir, estaban confeccionados con arreglo a lo que amueblaba las distintas dependencias formando un conjunto en su totalidad y no por la clase a la que pertenecían las cosas.

 Se sentaron en los últimos escalones desde donde podían observar mejor, haciéndose un plano mental en sus cabezas. Lo de Zhan estaba más claro pero no había visto aun ninguna pintura desde ahí. ¿Dónde las habrían arrinconado?, ¿contra la pared? De ser así, no había forma de localizarlas hasta quitar primero todo lo de delante. Estaban empezando a sudar mientras el viejecito les miraba sonriendo divertido.

-Sois muy jóvenes aun y debéis comprender el significado de la paciencia y el cariño que puso mi señor al comprar estos objetos para traerlos hasta aquí; algunos desde muy lejos, en otros países pero, os daré un consejo: trabajad juntos, cuanto más, mejor y, si conseguís descifrar su corazón, es posible que os cueste mucho abandonar la casa después, seréis felices aquí como lo hemos sido todos los que vivimos en ella.

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora