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No quería verse supeditado a nadie, renunciando a su vida y a su arte por buscar al otro, por desearlo; ya llegaba hasta límites insospechados intentando comprenderlos, como si fuese un siquiatra o un confesor. En cambio, ninguno entendió sus prolongados silencios, algo contradictorio porque, a veces, no demasiadas, le apetecía hablar; sus ansias de soledad, algo imprescindible para él, sus despertares en medio de la noche para meterse en el estudio a pintar o a dibujar, tal vez porque había soñado lo que quería hacer. Se sumía en un estado de creación febril que podía durar hasta bien entrada la mañana, o hasta media tarde, nunca se sabía. Luego, se iba a dormir por agotamiento, tras haber comido cualquier cosa.

No soportaba la idea de someterse a una rutina doméstica, a seguir el orden establecido para las horas del desayuno, la comida o la cena, excepto cuando estaba trabajando, como ahora pero, sabía que era algo temporal. Se le ponía la piel de gallina al pensar en que tenía que detener su trabajo para lavar la ropa o hacer la limpieza para tener a su compañero de turno contento. ¡Que lo hiciese el otro! A él le importaba un carajo un poquito de polvo sobre los muebles. Sin embargo, cuando le daba por ahí, era capaz de pasarse horas y horas aseándolo todo, tirando cosas que le parecían trastos y ordenando la casa como si fuese a recibir la visita de un príncipe. Y por supuesto, también le tocaba las narices lo de la vestimenta; le preocupaba muy poco la moda –por no decir nada de nada- las marcas, los diseñadores y, la gente tan pendiente de todo eso; le parecía la más superficial, egoísta y falsa del mundo, cabezas huecas que no tenían nada que decir ni de qué hablar, lo tenía comprobado apenas una media hora después de estar con ellas, o ellos,

El deseaba una relación comprensiva y permisiva basada en el respeto mutuo, sin tratar de forzar nada ni modificar su carácter; de no ser así, ¿para qué salían con él si ya sabían cómo era? No debían insinuar siquiera que adoptase el papel de "esposa" porque estaba casi siempre en casa. Entonces, ¿qué pasaría con sus viajes?, ¿con sus exposiciones en lugares distintos y también lejanos?, ¿con sus salidas con los amigos? Tampoco iba a ceder a la hora de practicar sexo, jamás fue el pasivo y no lo iba a ser, ni a corto ni a largo plazo, ni aunque estuviese con el tío más guapo y deseable del mundo.

¿Y todo eso por qué? Él no era una persona superficial, sino analítica y profunda, amante sin condiciones de la cultura y la educación. Y a sus parejas, los había amado tanto, tanto... con toda su alma, esperando la misma réplica por parte del contrario, y nunca llegaba. Todos le daban consejos para que cambiase tal o cual cosa de sí mismo, de su forma de ser y él, solo podía pensar en que no había nada de malo en ello porque, también odiaba los putos "defectos" de los demás y se esforzaba por tolerarlos y, cuando no podía más, se encerraba en su estudio y procuraba no molestar hasta razonar lo que sentía, lo que había en realidad detrás de todo ese rechazo y, al final, todos se alejaban para irse con otros que los tenían dominados, sometidos, bajo estrictas normas y una disciplina poco menos que espartana. Daba y esperaba libertad pero, como dijo alguien: "No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si lo eres, el precio que tienes que pagar es la soledad". Y ¿qué recibían a cambio del tirano o tirana que los manejaba como a títeres? Unos cuantos halagos hipócritas o un supuesto "apoyo moral". ¡Pero qué cojones! ¿Es que ninguno podía pensar que nadie, absolutamente nadie es capaz de interiorizar en sí mismo hasta el punto de convertirse en "el otro" para ponerse en su lugar? Se pueden hacer aproximaciones pero... cada mente sigue sus propios vericuetos.

¿Qué había de loable en crear una falsa seguridad en el otro si no le enseñas primero a estar seguro de sí mismo, a crear su propia autoestima? Cada vez que veía a esas parejitas tan compenetradas en las que uno de ellos respondía en lugar del otro porque "lo conocía demasiado bien, mejor que él mismo", le entraba la risa histérica. Entonces, ya estaba seguro de quien era el que llevaba el mando en aquella relación y comenzaba a aburrirle, hasta el punto de que se decantaba por el sumiso inmediatamente, por pura simpatía, por no decir "por compasión".

Con la edad, hasta perdonaba a los majaderos mandones, cuya limitada inteligencia no daba más de sí pero tampoco les llevaba a ninguna parte, ni les hacía avanzar en la relación ni en la búsqueda de nuevas metas y proyectos, ni les alentaba en su curiosidad por conocer otras cosas juntos. Huían de la creatividad, de la sensibilidad, de la originalidad; se estancaban en lo convencional como el resto de la manada de borregos porque así se lo habían enseñado y no tenían que sacar los pies del tiesto para no salir malparados.

De todos modos, él no tenía ni dioses ni héroes. Se sentía feliz entre la gente sencilla que poseía una inteligencia innata que aprendieron viviendo la vida y dejando vivir a los demás, los que no criticaban ni se metían en los asuntos ajenos para no ocuparse de los propios que, en la mayoría de los casos, no sabían cómo resolver y que les amargaban la existencia hasta la nausea. Había aprendido a cuestionarse todo lo que veía en las personas, o casi todo porque, yendo más allá de la fachada, no había mucha gente que despertase un verdadero interés en él desde el principio y, todos aquellos que demostraban seguridad, buena presencia en lo físico, convicción en sus palabras y autocomplacencia, quedaban inmediatamente descartados.

Y, de improviso, ¡ahí estaba YiBo ahora!, ocupando sus pensamientos, mientras disfrutaba de la luz del sol que le acariciaba la cara y las manos, y él deseaba decírselo y que lo entendiese a la primera, porque esas pequeñas cosas, despertaban un sentimiento intenso en su corazón, porque veía miles de colores a través de estos rayos que chocaban contra su cuerpo.

Esa era una parte de su mundo, algo inexplicable que había que sentir cuando le atenazaba hasta el punto de paralizarle y que dejaba salir después a través de sus pinceles, no sabía hacerlo de otro modo para expresarse.

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora