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Ambos le miraron a la vez allí de pie, en la puerta, con una gran sonrisa que aun empequeñecía más esos ojillos de mirada profunda y penetrante, separándose turbados para continuar con el trabajo.

Una vez en la mesa de la galería, Zhan recordó una canción muy especial de sus años en Francia, un tema que era como un himno al amor; un poema de los más hermosos que había oído nunca y que sobrevivía en la mente y en el corazón de los amantes a lo largo de los años y de las generaciones, no envejecía y, aunque lo escuchó miles de veces, ahora lo comprendía en toda su extensión.

Se sabía la letra de memoria:

"Ne me quitte pas, Il faut oublier, Tout peut s'oublier, Qui s'enfuit déjà, Oublier le temps, Des malentendus, Et le temps perdu, À savoir comment, Oublier ces heures, Qui tuaient parfois, À coups de pourquoi, Le cœur du bonheur, Ne me quitte pas..."

(No me dejes, hay que olvidar, todo puede olvidarse, lo que ya se fue; olvidar el tiempo, los malentendidos y el tiempo perdido, como podamos; olvidar esas horas que a veces mataban a golpes de ¿por qué? el corazón de la felicidad. No me dejes...)

Se sintió conmovido, con muchas ideas bullendo en su cabeza para compartirlas con YiBo y, el miedo inicial, se convirtió en emoción intensa que humedecía sus ojos. Quería adentrarle en su mundo, mostrárselo de la mejor manera posible para que no le resultase extraño ni agobiante, no para encerrarlo en él sino para disfrutarlo y comprenderlo juntos. Llegó un momento en el que maldijo su mente racional, lógica y analítica que no dejaba de hacer planes, ni de aventurar hipótesis ni de crear situaciones un tanto estúpidas, puede que utópicas, exageradas, algunas, que también le arrancaban una sonrisilla. En resumidas cuentas, estaba dispuesto a amar a YiBo y tenía que frenar un poco esas ansias por darlo todo de sí mismo de golpe porque, tal vez era eso lo que frenaba a los demás a la hora de comportarse igual. Cada persona necesita su tiempo para expresarse, para decir y manifestar lo que quiere y lo que espera del otro al que ama.

¡Y YiBo había dicho que le gustaba mucho! ¡Ay! estaba tan contento, ¡tan feliz!

Y siguió con la canción del belga Jacques Brel en su cabeza:

"Moi, je t'offrirai Des perles de pluie, Venues du pays Où il ne pleut pas, Je creuserai la terre Jusqu'après ma mort, Pour couvrir ton corps D'or et de lumière, Je ferai un domaine Où l'amour sera roi, Où l'amour sera loi, Où tu seras reine. Ne me quitte pas..."

(Te ofreceré perlas de lluvia traídas del país donde nunca llueve. Cruzaré la tierra después de mi muerte para cubrir tu cuerpo de oro y de luz. Crearé un feudo donde el amor será rey, donde el amor será ley y tú serás reina. No me dejes...)

Mientras tanto, en la otra habitación, YiBo evocaba poemas breves de amor que se sabía desde hacía muchos años. De hecho, él también había escrito algunos que nunca se atrevería a publicar, a mostrar o a recitar en voz alta delante de nadie; aunque, a veces, sospechaba que su madre tenía una ligera idea sobre esta faceta suya pero nunca lo mencionó. Seguramente esperaría a que lo hiciese él mismo cuando estuviera preparado. Luego, se imaginó una convivencia con Xiao Zhan y rió. Un pintor con un poeta, una combinación explosiva de plenos episodios de sensibilidad, de genio creativo.

¡Y también había admitido que le gustaba! Se dijo sonriendo de nuevo lleno de emoción.

A última hora, se volvieron a reunir para embalar, mirándose, tocándose las manos "por accidente" y dándose besitos pícaros en las mejillas, como un juego, ruborizados. Era viernes y a YiBo se le ocurrió una idea.

-¿Qué te parece si nos vamos juntos a Beijing este fin de semana? Te invito a mi casa. Puedes estar seguro de que alguien se alegrará mucho de verte y de tenerte allí.

-¡Me encantaría! pero, yo había pensado en que fuésemos a la mía para que conocieras a mi familia.

Esta coincidencia les hizo reír y decidieron echarlo a suertes lanzando una moneda al aire. Ganó Xiao Zhan por lo que, el viaje a Beijing, lo dejaban para la semana siguiente, y podían pedir un día de permiso para estar más tiempo.

Al acabar el trabajo, se despidieron de Kenji hasta el lunes y Zhan llamó a su casa. No era necesario regresar a sus apartamentos, irían directamente allí.

Tuvieron que atravesar casi toda la ciudad para llegar y, cuando lo hicieron, estaban todos esperándoles, incluida la hermana mayor de Zhan y su marido, que ya no vivían con los padres tampoco pero estaban cerca. El matrimonio regentaba un pequeño negocio, una pastelería tetería. El padre estaba jubilado.

Zhan se lanzó a abrazarles con fuertes apretones. Esta efusividad que tenía, esta pasión en todo, cada vez le gustaba más y más a Yibo que, normalmente, al ir a su casa, se quedaba tieso como un poste hasta que su madre le estrujaba y le besaba por toda la cara. A él le gustaría hacer lo mismo pero, si tenía delante a su padre, se contenía mirándole de reojo, como esperando su aprobación.

La calidez de esta familia le encantó, le hicieron sentirse cómodo y a gusto, no como un extraño y, al rato, estaban sentados en el salón charlando animadamente, sobre todo él, porque tenía que responder a todas las preguntas que le hacían al ser la novedad. Entonces, dedujo que Xiao Zhan no debía llevar a nadie a su casa o a muy pocos, cosa que le confirmó su hermana al cabo de un rato. Las emociones no cesaban en el corazón de YiBo y pensó que él tampoco solía llevar a ningún amigo a la suya, más que nada porque, parecía un santuario dedicado a las antigüedades muy caras y preciosas que a su padre le gustaba tener cerca y, si alguna vez se hubiese estropeado algo, jugando o tocando, seguro que lo castiga de por vida. Por eso, cuando empezó a trabajar para Sotheby's, alquiló un apartamento en la ciudad para vivir solo, aunque su madre lo visitaba a menudo. Ella conocía a alguno de sus amigos y salían a veces a comer por ahí, a tomar algo o de compras.

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora