C 10

626 115 40
                                    

Entretanto, YiBo, plantado a la entrada de la galería, le observaba pensando que, ese hombre, bañado por la brillante claridad del mediodía, era una verdadera obra de arte que formaba parte de la misma luz del sol que lo envolvía, y se moría por decírselo y que lo aceptase sin reírse de él, de su repentino y poético arrebato que le salía del fondo del corazón.

Porque, en resumidas cuentas, su extrema sensibilidad estaba siempre a flor de piel y ese era el secreto mejor guardado que tenía, porque ya se habían aprovechado otros y otras cuando lo exteriorizó a duras penas, para mortificarle, para dominarle, para someterle hasta el punto de causarle verdadero dolor. Y él se fue, se marchó de su lado sin esperar nada, sin mirar atrás, pensando en que hubiese la suficiente distancia en el mundo para que no se volviesen a encontrar y si no, la ponía él y se iba al extranjero durante una larga temporada, hasta volverse de nuevo insensible y superficial, haciendo que se notase en su atuendo, en sus ademanes y en sus silencios.

Estaba más que harto de que le halagasen por su buena presencia, por su atractivo; de los celos y envidias que despertaba a su alrededor entre los depredadores, los mediocres y los envidiosos. Le repateaba que intentasen integrarle en las manadas, como uno más. ¡Y una puta mierda! No tenía ningunas ganas de pertenecer a la masa uniforme y previsible que no tenía nada que ofrecer, nada que le estimulase o le interesase aunque fuese por breves instantes para hacerle salir de su caparazón, para poder actuar con libertad y confianza, ser él mismo. Hasta ahora, nadie se había dado cuenta de que, esa fachada impecable, era su disfraz, su armadura y su escondite.

Y de pronto se encuentra con Xiao Zhan cuando menos lo deseaba y lo esperaba, cuando estaba muy contento por haber dejado de creer y necesitar el amor.

Ese hombre que le estaba mirando en ese preciso instante como si leyese en su mente, que se había levantado de la silla para tenerlo cerca, muy cerca, que le estaba pasando un brazo alrededor del cuello mientras que, con la otra mano, le limpiaba el maquillaje y dejaba al descubierto las pecas de sus pómulos y que, después, sin más dilación, le estaba besando apasionadamente. Y él se dejó besar como si fuese lo más natural del mundo, sabiendo que eso es lo que quería que pasara, derribando todas sus defensas con un solo suspiro que salió de sus labios cuando él le correspondió al beso con la misma pasión.

Aquello no parecía real cegado por la brillante claridad pero, esas manos que se movían por su espalda haciendo una ligera presión con las yemas de los dedos, lo eran, no cabía duda. YiBo lo tomó por la cintura para apretarlo contra su cuerpo en un abrazo, mientras su aliento ardiente unido a unos suaves besos, se deslizaba por su cuello haciéndolo temblar. Zhan echó la cabeza hacia atrás para que abarcara más superficie y no cesara en los besos, para que se los diera también en la garganta. Acerco después la boca a su oído y le succionó el lóbulo mientras pasaba una de las piernas entre las suyas.

En el reloj de la biblioteca sonó la una; tenían que bajar a comer porque Kenji les estaría esperando y ambos pensaron que sería vergonzoso que subiese a buscarles. Juntaron las frentes aun abrazados mientras se sonreían con complicidad, no les hizo falta hablar pero, en las miradas, seguía la risa en sus ojos porque estaban muy ruborizados y les daba corte aparecer así en la cocina. Zhan lo tomó de la mano y se metieron en el baño, echándose abundante agua en la cara para que se les pasara el sofoco. Eso hizo que desapareciese casi todo el maquillaje de YiBo mientras el otro le miraba por el espejo.

-Me encantan tus pecas, le dijo, son como las de tu madre.

-Gracias, dejare que las veas más a menudo, le contestó con una media sonrisa, besándolo de nuevo dulcemente antes de salir.

Y se lo dijo muy en serio. Sin saber por qué, se había hecho a la idea de mostrarse ante él tal y como era, incluso con pecas. Durante la comida y el interrogatorio de Kenji, estuvo más desinhibido que de costumbre, más hablador, lo que hizo que, éste, entrecerrase sus ojillos escrutadores y modificó la sonrisa, que pasó a ser pícara y complacida. A estos dos les había pasado algo nuevo hoy y había que aprovecharlo.

YiBo habló de los desengaños que había tenido en sus relaciones anteriores. Con el paso del tiempo comprendía que, tal vez, estuvo metido en un círculo vicioso en el que, si no decía lo que sentía, tampoco lo harían sus parejas, como así fue, hasta que llegaba el desastre y la separación pero, tampoco tenía mucha practica en exteriorizar sus sentimientos; unas veces, porque no encontraba las palabras exactas para lo que quería expresar en esos momentos y, otras, porque intentar describir un sentimiento no es nada fácil, pero él se esforzaba por demostrarlo, aunque eso le costase renunciar a su libertad.

Esta vez, captó toda la atención de sus compañeros de mesa. Zhan le escuchaba con especial interés mientras Kenji le instigaba a que siguiera contando con mucha diplomacia y cuidado. Sus dotes para la comprensión del alma humana le decían que, este muchacho, desde una edad muy temprana, se había visto obligado a elegir entre la rigidez de un padre demasiado autoritario y exigente y una madre comprensiva y cariñosa que no tuvo tiempo de cuidarle y mimarle lo suficiente como para que se le fueran desprendiendo todas esas escamas duras y ásperas con las que quería recubrir su generoso y cálido corazón.

Dieron por terminada la sobremesa para volver al trabajo y, una vez en el piso de arriba, YiBo andaba cabizbajo; se sentía extraño por haber dado muestras de esa especial sinceridad y no recordaba haber hecho algo así antes delante de unos desconocidos, excepto con su madre pero, no era lo mismo.

Unas manos algo frías sujetaron su cara y unos labios rojos y suaves volvieron a besar los suyos pero, esta vez, no había pasión y deseo en ellos sino dulzura, sensibilidad y una especial entrega que le dejó desconcertado. Respondió del mismo modo sin esfuerzo, con espontaneidad y, al recibir una esplendorosa sonrisa de su compañero, le apretó muy fuerte contra su pecho en un abrazo.



EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora