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Meilin contestó risueña a través del altavoz, se le notaba una alegría contagiosa porque, según le explicó a su hijo, su padre se había tomado muy en serio sus palabras y había empezado a deshacerse de algunas de sus tiendas, sobre todo de las que estaban más alejadas de Beijing, tanto al norte del país como al sur, recuperando solo algunos artículos con los que podía suplir los que tenía el socio en el almacén. Por las noches, confeccionaba una minuciosa lista que, seguramente, sería la que les iba a entregar a ellos para vender entre todos los objetos a sus clientes. La cuestión es que, estaba en casa mucho más a menudo y ella le ayudaba en la tarea frente al ordenador. Escuchar sus palabras y su entusiasmo puso muy contentos a los chicos y, para YiBo, aun fue una sorpresa mayor escuchar a su padre que les mandaba muchos saludos, besos y abrazos.

Habían llegado al aparcamiento del edificio y se quedó sin cobertura, aunque le dio tiempo a despedirse apresuradamente mientras, Zhan, lo tomaba del brazo para invitarle a pasar al amplio asiento de atrás. YiBo rió al ver el rayo amarillo y rojo estampado también en la parte posterior de los delanteros mientras Zhan se subía a horcajadas en su regazo y lo besaba apasionadamente. El se sobresaltó intrigado y excitado; miraba a través de las ventanillas para ver si había alguien alrededor. Nadie, solo los coches aparcados y comenzó a responder a sus besos con la misma urgencia. Zhan se frotaba contra su sexo de una forma que lo tenía trastornado, no se iba a poder contener por mucho tiempo. Echó un último vistazo al garaje, se desabrochó la cremallera del pantalón en tanto que, su amante, estaba ya con los suyos por las rodillas, pasandole los brazos alrededor del cuello, besándole sin parar. Lo levantó sujetándolo por las caderas para penetrarlo despacio, con cuidado. Zhan se agitaba sobre él y gemía cada vez más rápido, al compás de sus embestidas hasta que, echó la cabeza hacia atrás mientras se corría con un largo suspiro, seguido por él unos segundos después mientras se abría la puerta del garaje para dejar paso a otro de los vecinos del inmueble. Se tumbaron a la vez sobre el asiento riendo sin parar, besándose, asomándose a hurtadillas por si habían sido descubiertos, pero no; el vecino se dirigió al ascensor sin detenerse ni girar la cabeza.

Zhan desplegó una amplia sonrisa al besarle de nuevo, abrazándolo.

-Ahora sí que te va a gustar más mi coche.

YiBo rió apretándolo fuerte contra su pecho. Esas cosas que hacía su amado, esa espontaneidad, las travesuras un tanto infantiles en las que le involucraba cada día, le hicieron amarlo más profundamente. Era como si le devolviera la juventud impetuosa y transgresora que nunca tuvo por estar rodeado de antigüedades con las que no se podía jugar para que no se rompieran ni se estropearan, por lo que le miró con los ojos muy brillantes antes de besarlo con todo su corazón mientras le decía que lo amaba sobre todas las cosas y Zhan le respondía que "también".

Salieron del todoterreno ruborizadoss, arreglándose la ropa y decidieron ir a cenar al pequeño restaurante en el que había estado YiBo en su primera noche en ChongQing y, después, dieron otro paseo al lado del Yangtsé, tomados de la mano y besándose tras los grandes árboles que encontraban por el camino. Esa vez, YiBo no escuchó las estridentes sirenas de los barcos que subían y bajaban por la corriente, sino el rumor del agua deslizándose camino del mar, viéndolo a través de los sentimientos que irradiaban los bonitos ojos de Xiao Zhan. Recordó un poema de Lord Byron que adaptó a lo que le inspiraba en esos mismos instantes y lo detuvo bajo la luz de una farola para susurrárselo al oído, mientras Zhan le escuchaba pasándole suavemente una mano por su mejilla:

CAMINA BELLO

Camina bello, como la noche
De climas despejados y cielos estrellados;
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
Se reúne en su aspecto y en sus ojos:
Enriquecido así por esa tierna luz
Que el cielo niega al vulgar día.

Una sombra de más, un rayo de menos,
Habría mermado la gracia sin nombre
Que se agita en cada mechón de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro;
Donde pensamientos serenamente dulces expresan
Cuán pura, cuán adorable es su morada.

Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
Las sonrisas que vencen, los tintes que brillan,
Y hablan de días vividos en bondad,
Una mente en paz con todo,
¡Un corazón cuyo amor es inocente!

Durante varias noches, Zhan estuvo levantándose a pintar en el estudio y YiBo se daba cuenta, sobre todo cuando regresaba a la cama y se abrazaba a él para volverse a dormir, cosa que siempre le arrancaba una dulce sonrisa y algún piropo antes de apretarle contra su pecho. Estaba empezando a sentir mucha curiosidad por ver lo que estaba haciendo pero se dominaba, no quería incomodarle para ir tras él a espiarle; confiaba en que se lo mostraría el día menos pensado pero, como se alargaba, se lo pidió directamente mientras Zhan le miraba con una especie de timidez contenida que teñía de rubor sus mejillas. Lo tomó de la mano y ambos entraron a ver y, en lo primero que se fijó YiBo, fue, en un gran lienzo que descansaba apoyado contra la pared de enfrente. Un hombre completamente desnudo miraba por una ventana por la que entraba un sol radiante; su cara la tapaba el pliegue de una cortina blanca semitransparente agitada por la brisa. Le pareció bellísimo y abrazó a Zhan por la espalda; no sabía expresar con palabras lo que sentía al reconocerse ahí, su cuerpo, su figura, con esa pose relajada que adoptaba muchas veces, cuando se asomaba por la ventana del ático para ver pasar a la gente por las calles, como hormiguitas apresuradas camino de sus casas. 

EL PINTOR DEL ÁTICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora