Quiero Tenerte

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—¡Ya no tenemos tiempo!— gritó Hisako claramente muy alterada. Ella iba de un lado a otro, escogiendo zapatos y joyas. Todavía no podía creer que había llegado el gran día: la boda de Erina y Soma. Y, la susodicha señorita, no hacía de otra más que jugar —Erina ¿Podrías decidirte por un par?— Hisako dijo a regañadientes mientras le enseñaba tres pares de tacones blancos.

Erina bufó.

Se dejó caer en la cama y se acurrucó entre las sábanas —Aun es temprano— dijo, y empezó a cerrar los ojos para dormir. Le habían levantado a las siete de la mañana y la boda era hasta pasado medio día.

—Creo que voy a llorar— dijo Tadokoro, pero no por la felicidad del gran día, sino más bien porque Erina no cooperaba.

—¿Acaso no estás feliz por casarte?— regañó Hisako, al momento que iba hasta la cama de Erina y le retiraba las sábanas de un tirón.

Erina liberó una risilla. Claro que estaba feliz de casarse, estaba ansiosa de ser esposada del hombre que había elegido, pero ¿Era necesario envolverla en su bonito vestido con muchas horas por delante? No, no quería. Y sabía que Soma tampoco se estaba muriendo por arreglarse.

—Hisako— Erina se levantó en la cama y cruzó los pies, en su rostro había un brillo encantador —Te escucho ¿Sí? Pero ¿Podrías dejarme desayunar al menos?

—¡Cierto!— gritó Tadokoro —Iré a la cocina.

—Y una vez que comas: te bañarás y te vestirás— acusó Hisako a Erina con el dedo índice.

Erina asintió, no muy convencida, pero al menos divertida.

No podía creer que el día había llegado. Anoche no durmió nada por la emoción y, era natural que estuviera un poco baja de energía. Seguramente su prometido no había podido conciliar el sueño al igual que ella ¿Cómo le estará yendo a Soma con los chicos? Se preguntó y, pensó en él con aquella expresión cansada, pero disimulada con una sonrisa.

Era verano ya; habían pasado el invierno en Londres para la temporada, fue el momento oportuno para anunciar el compromiso de ambos. Si bien ellos querían una celebración reservada, nada podía escapar a la vista que la duquesa de Kent y uno de los terratenientes más ricos de Inglaterra iban a contraer matrimonio.

Aun con todo el revuelo, lograron minimizar los invitados. Y por minimizar se refería a todos los empleados de la noble familia Saiba y a los servidores de la familia real, así como otros personajes que había conocido Erina en su estancia en Inglaterra. Asahi logró quedarse la temporada de inverno, solo viajó un par de días a América y prometió estar para la boda de Erina.

Todo en la mansión eran risas y colores; se sentía como una verdadera boda. Se escuchaba el ajetreo de los cocineros, la servidumbre en su ir y venir para preparar los cuartos de los invitados. De nuevo, la mansión parecía viva. Ya no era ese aspecto tétrico y desolador de hace unos meses, se sentía como un verdadero hogar.

Durante todo ese tiempo; Erina no recibió noticias de la madre de Soma y tampoco sabía nada de Alice. No es como si se viera afectada por la incertidumbre, pero quería asegurarse de que, al menos, en donde quiera que se encontrara la señora Tamako, supiera que su hijo estaba a punto de casarse. Y, con respecto a Alice, Erina solo quería asegurarse de que ella estaba bien. La última conversación que tuvo con ella; solo le quedó el recuerdo de una Alice derrotada.

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