Reconstruyendo

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A Soma le habían dicho que el tiempo lo curaba todo...

El único inconveniente era que...Nadie le había explicado de cuánto tiempo se requería para quitar aquella espina en su corazón.

Era casi otoño de ese año; habían pasado meses luego de que había renunciado al amor...a su único amor. Se juró que haría lo que fuera para encerrar aquel sentimiento de soledad, pero siempre que lo pensaba, un enorme dolor cruzaba su mente.

Todos se habían ido de su vida. Erina ya no estaba, ni Tadokoro o Hisako; aquellas sonrientes y chillonas carabinas. Kurokiba se fue sin avisar, ni siquiera notó su ausencia cuando lo hizo y los mozos le recordaron que nunca recibía una nota por su partida. La relación con su madre se deterioró; a tal punto que solo la miraba tres veces por semana, aunque compartieran la misma casa.

La relación con Alice fue peor, pero al menos Leonora llegaba de cada tanto a la mansión para mantenerla ocupada; su relación de esposo era, por no decir inexistente, era casi nula. Incluso la relación con sus empleados fue peor; Takumi e Isami se mantenían al margen, sin dirigirle la palabra, solo acatando órdenes. El único que se mantenía fiel era Hayama; el notario, aquel que buscaba hacer menos dolorosos los días de Soma.

Y tenía muchos días dolorosos.

Aquellos días en los que su madre explotaba y le exigía su atención. Los días en los que Leonora se pavoneaba por los pasillos y que ocasionalmente llevaba a su esposo, Zoe; hombre que solo pisó la mansión una vez y Soma lo echó a golpes de su tierra en un ataque de ira.

Y Alice; era siempre tan ocasional. La albina se coló una o dos veces en la habitación de Soma. Quería herederos y siempre que iba a los aposentos del pelirrojo, llevaba todo tipo de as bajo la manga; desde el teatro de la mujer vulnerable y solitaria, hasta el espectáculo de la mujer en poca ropa dispuesta a eclipsar con sus curvas a su objetivo.

Nunca lo logró.

Mientras los recuerdos afloraban en su cabeza, Soma no dejaba de leer las cartas que le llegaban. Por increíble que fuera, jamás hizo malos tratos. El dinero aumentaba y aumentaba, pero no llenaban ningún tipo de vacío. Supuso que lo único bueno que tenía en su vida era hacer negocios; pues era lo único que llegaba a diario y que lograba completar con éxito.

Había otras cartas no tan alentadoras, pues con todo el asunto de su repentina boda, Alice se encargó de notificar a la sociedad lo que ellos tenían. Entonces recibía cartas a diario, de personas cercanas a la familia que le daban sus buenos deseos en su tan forzado matrimonio. Y, como era obvio, las odiaba. Las tomaba, las rompía en mil pedazos y las tiraba a la chimenea.

Todo su mal humor lo tenía pintado en su rostro; un claro aspecto de su decaimiento y la forma en la que caminaba, era la ilusión de un saco de huesos que respiraba sin motivo aparente. Soma sabía lo que todos pensaban de él. Y no podía culparlos; día tras día, desde que Erina desapareció de su vida...

Se iba muriendo lentamente.

Y no podía evitar pensar ¿Qué había sido de la niña de ojos bonitos?

Quería saber que al menos estaba bien. En sus sueños; solía ver a una Erina muy feliz y risueña, una que corría en su yegua blanca por los campos de tabaco. Y, a su pesar, también la imaginaba formando una familia; con un hombre simple que la amase mucho y que le diera todo lo que él no le pudo ofrecer: verdadera felicidad.

Quiero TenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora