Epílogo

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Ya nos despedimos...






Sabía que no lo encontraría, había planeado su escondite de una forma magistral. Levantó la cabeza ligeramente, el olor al heno seco y la sensación punzante de la paja tocando los rincones de su traje, eran de los pocos sacrificios que tenía que soportar para evitar ser descubierto.

Llevaba más de diez minutos escondido ¡Era más de lo que duraba las otras veces!

Una risilla se le escapó cuando pensó en que había ganado, pero desapareció tan pronto cuando escuchó pasos resonando en los establos.

¡No!

Se tapó la boca con ambas manos, temeroso de que en algún momento echase a gritar. No podía ver nada, ahora estaba por completo cubierto en esa montaña de paja. Esperaba que el ruido de los caballos confundiese a su oponente, pues ya estaba cansado de ser pillado en cada jugada.

—Vaya...— dijo aquella fraternal voz cargada en su totalidad de burla —¿Dónde se habrá metido Erick?— preguntó a la nada.

El pequeño heredero sonrió triunfante, si tenía a su padre confundido, entonces habría ganado por primera vez.

En ese momento, se escuchó los pasos de un caballo; aquel habitual sonido del casco de sus patas demandando ser escuchados. Erick contuvo el aire en sus pulmones de la impresión ¡No! Gritó internamente. El animal estaba comiendo la paja que le cubría sobre su cabeza.

De a poco, sintió que estaba siendo expuesto. Quiso cubrirse en un vano intento de nuevo, pero fue inútil. Sintió que dos manos le tomaban del torso y le suspendieron hacia arriba sacándolo por completo de su escondite.

—¡Te encontré!— gritó enérgica la voz de su padre, quien le sonreía descaradamente por haberlo atrapado.

Soma ya había captado a su pequeño desde antes, pero se mantuvo distante para que él creyera que esta vez ganaría. Una jugada cruel. Cuando supo que había decidido esconderse entre la paja, dejó entrar al caballo para que, al descubrirlo, pareciera cosa de pura coincidencia.

—¡No es justo!— gritó Erick medio divertido; la mata de cabellos rojos estaba llena de paja y en sus bonitos ojos de color violeta había algo de decepción —¡Fue culpa de Saeta!— señaló al caballo, el cual era suyo. El hermoso ejemplar de capa baya seguía comiendo como si nada —¡Saeta, traidor!

Soma echó una risotada. Su pequeño era mal perdedor, era herencia de su madre.

Soltó a Erick y el pequeño corrió hasta su caballo para reprenderlo y acariciarlo. Caballo malo, pensó, pero como todo niño, en lugar de refunfuñar, terminó por darle azucarillos a su corcel.

—Anda hijo, tenemos cosas por hacer— dijo Soma.

Habían perdido una hora de juegos, y posiblemente no terminarían con sus tareas para el día. Para Soma, controlar a Erick era una pesadilla. El pequeño tenía un espíritu aventurero que era casi aplastante; cargado de energía, siempre lograba escabullirse de sus estudios. Amaba el campo, todo lo que tenía ver con caballos y salir de casa, era algo que seguro Erick preferiría antes que cualquier cosa. Otra cosa que era herencia de Erina, definitivamente, era su vivo retrato.

Quiero TenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora