El americano

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A Hisako le pareció un largo recorrido hasta Kent. Había llegado sana y salva, no reportó algún tipo de desagradable escenario, pero estaba asustada por la tierra ajena que había delante de ella.

La calesa estaba ya en el centro del condado y en la nota que Asahi le había dado solo tenía escrito una dirección. Estaba intrigada por lo que debía hacer y las cosas que diría; no tenía dinero, no conocía a nadie y tampoco sabía con exactitud lo que estaba buscando.

Asahi le había asegurado que no había nada de qué preocuparse que, en cuanto llegara a su destino, alguien se encargaría de atenderla como es debido y de darle el "regalo".

Si Asahi parecía un tipo raro, Hisako lo había comprobado por esas solicitudes tan extrañas e increíblemente inespecíficas. No fue fácil para ella abandonar el único empleo que conocía y lo que eso implicaba, su sustento lo era todo y lo abandonó por nada en un instante. Pero no permitiría que las cosas se quedaran a medias.

En el baile, Asahi se le había acercado cual depredador a una pequeña liebre, y le instó sobre el mismo tema: Tengo un encargo en Kent y necesito que vayas por él.

¡Un tonto! Gritaron las emociones de Hisako ¿Cómo se le ocurría llevarla así sin más a lugares dónde no conocía?

De no ser porque Tadokoro le imploró ayudarle, quizá no habría aceptado. Aunque en el fondo, deseaba que Asahi estuviese bien; vivo, real y respirando. Cualquiera puede cuestionar a alguien por sus palabras, pero no todos se atreven por el peso de sus acciones y Asahi era mucho de actuar.

Así que decidió creer en él. Y, mientras seguía su camino, también rezaba porque Erina estuviera sana y salva.

El cochero le avisó de que habían llegado al lugar de su destino. Ella bajó un poco indecisa. Se despidió amablemente del señor que había cuidado de ella en todo el camino y le pagó por todo.

Caminó hasta lo que parecía ser una fortaleza; ella lo describió así. Miró la nota y comprobó que estaba en el lugar correcto.

Dile al guardia que Asahi te envió, entrégale la nota; te dirá que aguardes un momento y alguien más te recibirá.

Esas fueron las palabras que ella recordaba y que el tipo de ojos grises le dio en la noche del baile.

—¿Señorita Arato?— un hombre elegante; con ojos azules y cabello rubio, cuyo encanto se vio perdido por el tabique desviado, había saludado cordialmente a Hisako. Ella le hizo una ligera reverencia y le estrechó la mano —¿Es cierto lo que me dice?— el buen caballero le enseñó la nota de Asahi.

—El señor Suzuki me mandó personalmente— admitió Hisako, no muy convencida de lo que estaba diciendo —Me mandó por el "regalo"— se sentía tonta al decir aquello, pero lo hizo.

—Oh, sí— el tipo sonrió entusiasmado. Le hizo una señal para que le siguiera y ambos entraron en el lugar —Recibimos el libro, el señor Hayama fue muy amable en dar las especificaciones...

Eso mortificó a Hisako ¿Hayama también estaba involucrado en eso?

—Una sorpresa sin dudas— dijo aquel hombre a algo que Hisako no había alcanzado a comprender.

Mientras recorrían aquella enorme fortaleza, Hisako se sentía que encogía con cada paso. El lugar era sumamente refinado y demasiado lujoso, se preguntaba ¿En qué clase de círculos sociales se paseaba Asahi?

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