En el baile: Una tradición

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Todavía no empezaba la velada oficial y ya estaba hasta el tope de nervios. Soma miró a un lado y luego al otro, frotó sus dedos entre sí, sintiendo la textura de sus guantes blancos. Era realmente extraño, sentirse casi como un crío en un baile, pese a que había asistido a muchos, ninguno le resultó tan emocionante como en el que iba a estar.

—Pareces carnada para toda la manada de lobas.

Soma esbozó una débil sonrisa para su madre. Ella estaba ocupada arreglando los pliegues de su chaleco y cuidando de forma rigurosa cada detalle de su traje. Sabía que ella no estaba contenta con el baile, mucho menos luego de la conversación que tuvieron esa mañana.

—Me sorprende que decidieras usar guantes— Tamako intentó pasar un peine por el cabello de su hijo que, sin éxito, logró poco menos que despeinarlo más. Eso hizo que Soma riera divertido y ella solo hiciera un mohín.

Soma seguía jugando con el anillo en su dedo, sí, el anillo de la familia, ese que su padre usaba siempre en eventos oficiales y le hacía reconocedor de heredero del título de los Yukihira. Nunca le dio importancia a esos detalles, pero hoy era diferente. Todo lo que él era, se lo ofrecería a Erina, la persona que le había ayudado a reinventarse, a sentirse vivo de nuevo.

Su mente divagaba en las añoranzas de verla; ¿Qué clase de vestido usaría ella? Aunque, con honestidad, eso era lo de menos; la quería en el baile, a su lado; siendo ella, la mujer más maravillosa que haya conocido.

—Hijo— Tamako le llamó. Soma repasó su aspecto en el espejo —Eres el tipo más apuesto que habrá en la velada.

Sin embargo; Soma se mantuvo callado.

Eso definitivamente terminó irritando a su progenitora.

—¿Te vas a dignar a darme la palabra?— dijo apretando los dientes, Soma le vio y parpadeó desconcertado —¿Ahora sí me ves? Te he estado hablando durante todo este tiempo.

El pelirrojo le dio una tierna sonrisa —Te he estado escuchando— puso un dedo en la arrugada y furiosa frente de su madre y masajeó hasta que su gesto de reproche se esfumó.

—Parece que tienes la cabeza por las nubes— fue lo que dijo la gran señora antes de ir a buscar su abanico.

Soma liberó un suspiro cansado. Ya era la hora. Él y su madre debían bajar al mismo tiempo; puede que los invitados ya se encuentren en el gran salón y solo esperen por la presencia de ambos para dar inicio a la velada.

Se preguntaba ¿Erina ya estaría ahí? Y si ya estaba ¿Algún tipo se atrevería a hacerle la corte o sacarle a bailar?

¡Dios!

¿Por qué de pronto se sentía tan inseguro?

Tomó una bocanada de aire, cerró los ojos un momento y cuando volvió a la realidad; su madre le estaba tomando del brazo antes de decir:

—Tenemos que bajar, hijo— y le dedicó una sonrisa.

Enhorabuena.

—Andando entonces— Soma se aferró a su brazo y ambos salieron de la habitación rumbo al gran salón.

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