Todos los caminos dan a Mayfair

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Asahi vio el pequeño reloj que aguardaba en una mesita de noche, dando cerca de la medianoche. Miró el libro que descansaba en su regazo, esperando terminar un capítulo de este antes de poder moverse. Todavía no podía creer la cantidad de cosas que pasaban y, ante la sola idea del giro de eventos, nada le reconfortaba más que leer.

Una vez que terminó, tomó su muleta y se levantó. Dejó la biblioteca y se dirigió hasta la entrada de la casa. Tomó su gabardina del perchero y otra que llevaría en su brazo de ser necesario. Abrió la puerta, pero justo al tener un pie fuera de la casa, Asahi fue interceptado.

—¿A dónde se supone que vas a estas horas?

Tadokoro fue quien preguntó al tipo de ojos grises. Ella tampoco había podido dormir y ante su evidente insomnio estuvo haciendo vigilia. Cuando escuchó los pasos de alguien en la planta baja, la azabache simplemente no se contuvo de preguntar.

Asahi era alguien que guardaba muchas cosas, y eso la desconcertaba todos los días.

—Solo iba a estirar las piernas— Asahi contestó y la miró con ternura. Últimamente sentía que se encariñaba con todos los empleados de Soma; demostraban compromiso y verdadera amistad, lo cual agradecía en esos momentos. —No te preocupes. Vuelve a dormir— le dijo y volvió a caminar hacia afuera.

—Asahi...— Tadokoro lo detuvo cuando él pelinegro apenas había bajado tres de los seis escalones de la entrada de la mansión. Ella lo miró con un poco de incertidumbre —¿Qué es lo que realmente está pasando?— cuestionó, tenía sus manos apretadas contra su pecho y se notaba que le dolía pensar en eso.

—¿A qué te refieres?— Asahi la miró, pero nunca se perdió su sonrisa.

—Sabes a lo que me refiero...— ella apretó los labios y no podía verlo a la cara —El lugar a donde me enviaste, la carta, la persona que me recibió y...

Pero no pudo terminar. Asahi había caminado de vuelta hacia ella y la abrazó para frenar sus palabras. Él sabía que no todos eran iguales, que nadie podía contener las cosas como él las hacía o aparentar que todo estaba bien.

Tadokoro llevaba en esos momentos un gran secreto, compartía el mismo que el propio Asahi y no estaba segura si podía contenerlo más tiempo.

—Ya lo sé, Tadokoro— dijo Asahi. La azabache se aferraba a su abrazo y sentía que sus labios temblaban —Solo promete qué vas a resistir ¿Lo harás?— al preguntar, Asahi tuvo que verla directamente a los ojos.

—Todo este asunto me da miedo— admitió entre pequeños sollozos Tadokoro. Ella sentía las manos de Asahi reconfortándole, pasando de arriba hacia abajo en su espalda. —¿Sabes que podrías terminar con todo esto? ¿Lo sabes?— más que una sugerencia, fue una cuestión de recriminación para Asahi.

El tipo de ojos grises liberó un suspiro, se separó y la tomó por los hombros.

—Tadokoro, mírame— él miró a los avellanas de la azabache; estaban vidriosos y ligeramente rojos. Asahi pasó su pulgar por una mejilla que estaba siendo empapada por lágrimas —No puedo hacerlo. No ahora— tomó una pausa y esperó a que ella se calmara, cuando la vio asentir, dijo:— Sé que parece que todo se puede arreglar en un abrir y cerrar de ojos, pero no es así— le aseguró con convicción.

—Erina podría ser feliz, solo necesita...

—Tadokoro— Asahi cortó su discurso. Luego liberó un suspiro —Esto ya no es solamente por Erina ¿Me entiendes?

Quiero TenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora