Capítulo 2- La manzana y la chica

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Por siempre suyo...Un pequeño Kaos






















—Eres una clara evidencia de todo lo que está mal en una señorita.

Erina tiene apenas diecinueve años, y era lo más parecido a una salvaje de lo que describiría la alta sociedad. Ese día, cuando quiso tener su corsé ligeramente más suelto de lo habitual, su tía Leonora armó el escándalo del siglo. No le dejó ni quejarse, ni siquiera escuchar una sola palabra, cuando la gran señora ya había tomado los cordones de su corsé y tirado de ellos a modo de oprimir su pecho a niveles exagerados de asfixia.

—E-eso está bien, tía Leonora —dijo en un tono de agonía, mientras el aire no llenaba sus pulmones adecuadamente.

—Ni hablar —su tía bufó. Siguió tirando de los cordones y no le importó cuando una pequeña lágrima caía por la mejilla de su sobrina quien se miraba terriblemente afligida en el reflejo del espejo— No quiero que hablen de ti. Las mujeres de la familia somos conocidas por nuestra estilizada figura. Tal parece que Mana no supo educarte bien, aunque ni siquiera te culpo, ella era igual de rabiosa, y veo que lo llevas en la sangre.

Erina solo podía tragarse esas palabras. Le dolían, demasiado. Quemaban una parte de sus hermosos recuerdos como si fueran carbón ¿Por qué tenía que atravesar todo aquello? Suficiente tuvo con la muerte de sus padres, dejar su país natal y llegar a Inglaterra para vivir con la única familia que conocía. A veces, pensaba en que haber muerto con ellos hubiese sido mejor  -quizá- un hermoso final.

Erina sintió que un dedo le limpiaba la lágrima que cayó de su rostro, poco después Leonora comenzó a aplicar polvo sobre su mejilla, a modo de quitar el rastro que hizo aquella diminuta gota de sal. Podía ver perfectamente como la gran Leonora Nakiri sonreía satisfecha al ver su gran obra maestra. Erina suspiró, viéndose así misma en un perfecto vestido verde mentolado con detalles florares, con sus perfectos hombros cubiertos por mangas cortas, con su moño bien peinado, sus mechones cayendo con gracia al costado de su rostro y el maldito corsé apresando su busto y levantando sus pechos.

—Ahora te ves radiante —dijo Alice, quien recién entraba a la habitación— No tanto como yo, claramente —. Hizo que Erina se moviese a un lado y acaparó toda la atención de sí misma en el espejo.

—Desde luego —dijo Erina sin sorprenderse.

—Es extraño que la señora Yukihira no te haya venido a saludar, cariño —Leonora fue hasta uno de los pequeños sillones en la estancia y se sentó de forma agraciada, abanicándose con su mano— ¿No habías dicho que eras su invitada favorita?

—Y lo soy —contestó su hija, muy confiada— Me quiere para su futura nuera.

Erina se hizo ajena a la conversación. Buscó su baúl, el mismo que llevaba su poco equipaje, comenzó a sacar sus vestidos y a colocarlos de forma ordenada en el diminuto armario que se le había asignado.

—Señorita, yo haré eso —Hisako, quien era la carabina de la joven Alice, se había puesto de pie junto a Erina para intentar hacer sus tareas. Ella era una Nakiri, no podía poner sus manos en las labores como esa, para eso se le pagaba a la servidumbre, para atender a sus señoritas— Usted puede descansar...

—Hisako —Alice, con ese tono prepotente, marcó con odio el nombre de la antes mencionada— Erina puede perfectamente guardar su equipaje, tú eres mi doncella, no de ella, así que déjale atender sus cosas.

Erina miró a Hisako y luego le dedicó una sonrisa— Ya la has oído —quitó las manos de la doncella y las retiró de forma muy amable— Agradezco tu ayuda de todos modos, Hisako.

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