Capítulo 6- Mi historia y un baile

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Por siempre suyo...Un pequeño Kaos












—¿Entonces a usted no le gusta la caza? —preguntó Erina. Llevaban ya demasiado tiempo cabalgando, y aunque Soma le había dicho que iban a un riachuelo, jamás le soltó más información que esa sobre el misterioso lugar al que se dirigían, y como era de esperarse, necesitaban conversar para aligerar el viaje.

—No lo soy —Soma le dedicó una media sonrisa por encima de su hombro. Erina al verlo así, tan derecho y correcto sobre el caballo, tomando solo con una mano las riendas y de vez en cuando emitiendo todo tipo de sonidos de mando a su corcel, creaba en ella la idealización de que parecía un apuesto príncipe.— Mi padre lo era —dijo él, mirando al frente con ese aspecto salvaje— Siempre quiso que yo me hiciera buen cazador...

—¿Por qué no le dio el gusto? —Erina le miró de reojo.

—Porque el niño de aquel entonces tenía cordero en la mesa todos los días, carne de aves y cualquier tipo que se criara en nuestras tierras...— Soma no pudo evitar darle una sonrisa sincera —Consideraba que era tonto matar animales salvajes por gusto, incluso a veces mi padre ni siquiera los consumía, solo eran parte de su altivo perfil de hombre, matar animales y luego hacer que alguien pintase un cuadro en óleo de su gran hazaña.

—¿Cómo era su padre? —dijo ella. Pasaban por un lugar concurrido de árboles, a lo que Erina intentaba alzar un brazo para alcanzar alguna ciruela, pero como era de esperarse por su tamaño, falló un par de veces en su cometido.

—Era un hombre como pocos —Soma se levantó ligeramente de la silla de su caballo, alzó el brazo y logró acaparar con su mano cuatro ciruelas de una sola vez. Erina al verlo sonreírle de una forma tan arrogante por su audacia, no pudo evitar rodarle los ojos como respuesta— Lo único que no teníamos en común era la cacería —sonrió, alzando la mano y entregándole a Erina las ciruelas que había atrapado para ella. Sí, por orgullo jamás las tomaría, pero ya casi era mediodía y Erina tenía hambre, así que sin más, se rindió y las aceptó.

—¿Y su madre? —cuestionó la joven de ojos bonitos, comiendo aquella dulce fruta. No mentiría, estaba curiosa de saber cosas de la familia de Soma, más por el extraño encuentro que tuvo con la madre del mismo tan solo ayer.

—Mi madre es diferente —Soma liberó un suspiro, pues a su mente venía aquella mujer que siempre quería controlar cada cosa de su vida— Mi padre se casó con ella apenas cumplió los veinte, él dice que fue amor a primera vista...

—¿Y su madre se sintió igual? —interrumpió Erina.

—Ella no —Soma apretó los labios. Erina declinó la cabeza— No le culpo —el pelirrojo dijo luego de un largo minuto de silencio— Mi padre era la mejor opción para ella, pues era la única hija de su padre y eso era terrible, siempre se espera que el primer hijo nacido sea un varón, para que el linaje no muera. Y sí, fue una opción dejarla pasar por alto y esperar a que el segundo hijo nacido fuese un varón, pero lastimosamente mi abuela había perdido toda posibilidad de concebir más hijos luego de haber nacido mi madre. El escándalo que armó mi abuelo fue el peor de todos... —Soma miró a Erina y ella tenía los ojos más abiertos de lo que era posible— La única opción que le quedaba a mi madre como mujer era desposar a un noble de tierras, ya suficiente tenía con su padre reclamándole por ser mujer y con los constantes llantos de su madre.

Erina sintió que lo más oportuno era no decir nada, pues aunque la historia era como muchos otros matrimonios destinados al fracaso de la típica sociedad inglesa, sabía que a Soma le daba un extraño sentimiento relatar aquello.

—Yo también sé cómo se ve el amor, Erina —Soma dijo, captando por completo la atención de la joven— El apellido Yukihira no es de mi padre... —cuando vio a Erina, ella entreabrió los labios para decir algo, pero se calló de inmediato, entonces Soma supo que ella sabía hacia donde se dirigía el tema— Aquí no existe tal cosa como llevar el apellido de la esposa ¡Qué barbaridad! ¿Se lo imagina? —y por supuesto, Erina lo negó— Mi padre conocía a un duque que le debía favores, así que le ayudó a normalizar de forma ilegítima que tanto él como yo llevásemos el apellido Yukihira, como si siempre hubiese sido así...

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