El joven rico y la chica que va de su mano

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Por siempre suyo....un pequeño Kaos





















Tamako Yukihira nunca creyó en el amor...

Fue despreciada desde su nacimiento, su padre nunca pudo concebir la idea de que su primogénito no terminase siendo un varón. Por lo cual, le educaron, prepararon y enseñaron a cómo ser una buena esposa. Nunca creyó en el amor de sus padres, y cuando conoció a Saiba Jōichiro, tampoco creyó en el amor de este.

Sí, estaba segura de que quién fue su esposo hace un par de años, le había amado hasta los límites, pero ¿Qué pasa cuando el amor no es recíproco? Pues nada, compartieron votos matrimoniales que quedaron colgados en el aire como palabras vacías, dormían en la misma cama y podían ser dos mundos diferentes, ella nunca le vio cuando él enfermó, ni siquiera se alegró por ambos cuando sabía que esperaba un hijo de él.

Sin embargo; aquel hombre a quién despreció, por ser nada más su meta en la vida por el cual su familia saldría adelante, tuvo la idea, -muy estúpida- en opinión de cualquiera que lo supiera, de haberse quitado su apellido y dejar a la casta de los Yukihira al frente de sus intereses, riquezas, tierras y todo, condenándose a él y a su hijo, de llevar el apellido de la gran señora Tamako.

Ella nunca lo entendió, pues Jōichiro le aseguraba que no necesitaba saberlo, pero no era ciega para no admitir que él lo hizo para ganarse su amor...

En vano.

Pensándolo bien, la señora Tamako no sabía por qué divagaba en aquellos recuerdos. Solo sabía que la vida debía ser de esa manera, proteger los intereses a toda costa, lo mismo que haría en el caso de Soma. Él no podía permitirse amar, no podía permitirse soñar con cosas inauditas, porque eso era lo que Nakiri Erina parecía, solo un dulce sueño que no podía ser posible.

Cuando pasó por la habitación de su hijo, le sorprendió no verlo dormido, así que decidió buscarlo en el lugar que Soma había autoproclamado como su martirio. Llegó al despacho, abrió la puerta y pudo notar a simple vista la luz crepitante de la llama de la enorme chimenea.

Al entrar, Soma no estaba en su escritorio, solo vio los perfectos y pequeños fardos de cartas apiladas en la madera y sin las intenciones de ser abiertas. Y lo supo, ya hasta su hijo había dejado de lado su faena. Cuando se volvió el enrome balcón, suspiró aliviada de verlo recostado en el barandal, en una pose desganada, dándole la espalda y en total silencio, como si la brisa fresca era lo único que necesitaba para él.

Sin hacer ruido, su madre se incorporó a su lado, apoyando las manos en el barandal, permitiéndose mirarlo de reojo, solo para encontrar una perfecta sonrisa figurada en aquellos labios, como un niño pequeño que ha tenido el mejor día de su vida.

—Te noto muy feliz— dijo Tamako, rompiendo por completo aquel momento eclipsante en el cual su hijo no hacía otra cosa más que curvar sus labios en facciones felices —¿Qué piensas?

—Hoy me sentí como el tipo más afortunado— Soma comenzó, mirando a su madre con un tono culpable —Todo lo que yo había perdido, los sentimientos que se me fueron arrebatados al morir mi padre, la sensación de estar vivo...— supo que su madre le hacía una cara de tristeza, misma que quiso borrar al mirarla con dulzura —Conocí a alguien que es todo lo que una vez fui, todo lo que hubiese dado por sentir de nuevo.

Su madre se mordió el labio inferior con fuerza, como si escuchar tales evocaciones hacia alguien le hiciera sentir culpable a ella.

Sí, podía dar fe de que su hijo no fue el niño más feliz del mundo, mucho menos al saber que sus padres vivían como perros y gatos, que la mera existencia de él nunca implicó amor y que no importaba nada más que hacerlo un heredero digno para agrandar una riqueza que, como si no fuera suficiente, ellos no disfrutarían después de muertos, pero se glorificarían en hacerla crecer.

Quiero TenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora