Preguntas

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—Acabaremos con esto de una buena vez...

Soma se miró al espejo; hablándose a sí mismo como para estar seguro de su resolución. Una vez sus ojos hicieron contacto con otros que miraba por el reflejo del espejo, se permitió gruñir fastidiado. Ahí estaba ella, como si hubiese pedido su presencia.

—¿Qué quieres?— dijo sin si quiera voltear a verla. No quería y su corazón le decía que cometería una estupidez si la miraba.

—Hijo...

Y aunque no fue su intención, Tamako se acercó y le hizo que voltease para mirarla. El corazón de Soma no estaba con ella, podía ver todo su odio cuando sus ojos lo proyectaban contra su persona. Ella no había planeado nada de lo ocurrido, pero sabía que Soma le odiaría eternamente por su decisión.

—Lo que te he pedido...— susurró, agachando la cabeza y sintiendo su lengua enredarse con dolor. —Yo...no lo tenía planeado...

—Ni creas que estoy haciendo esto por ti— Soma gruñó y se retiró de sus manos; esas manos que no eran cálidas, solo eran falsas. ¿Qué acaso su madre no había tenido suficiente ya? —Te he dicho que lo hago por Erina— explicó, caminando hacia el balcón a paso lento —Ella es la única persona que realmente me importa.

Tamako sabía que eso no era mentira y le dolió pensar que el se sacrificaba de esa manera. Ella intentó caminar hacia él, pero la mirada de desprecio que Soma le dedicó le dijo que estaba mejor que se quedase quieta...

Y lo hizo.

—Hijo...— dijo con cautela y apenas en un susurro.

Los ojos de Soma, tan fieros e implacables, le miraban con un brillo devastador y antes de que ella pudiese decir algo le cortó: —¡Deja de decir que soy tu hijo!— gritó, con las ganas que tenía y con las pocas fuerzas que le quedaban —¡Suenas tan malditamente hipócrita! ¡Dejadme tranquilo!— él alzó los brazos violentamente y tiró de sus cabellos con frustración —Solo...— su gesto se relajó —Déjame en paz.

Eso nubló por completo el pensamiento de su madre.

Se sentía herida; toda ella, estaba rota. Quería abrazarlo y quería decirle que podrían mandar al demonio todo. Pero sabía que Soma no le haría caso; él estaba ahí, tomaría todo lo que significaba para él la libertad de Erina.

Quizá Tamako nunca entendió lo que era el amor, pero el sabor le estaba siendo amargo al ver a su hijo defender con todas sus fuerzas a su imposible. Ella pudo haber detenido a Alice y Leonora, pero no lo hizo. Tampoco sabía que tenían deudas y que esa era la razón por la cual actuaron mal; no podía perdonarlas, pero más importante...Soma no la perdonaría a ella.

Cuando Tamako volvió la vista a su hijo, este estaba ahora en su armario, buscando un chaleco. Lo vio arreglarse, colocar el anillo de la familia en su dedo y mirarse una vez más en el espejo. Podía ver en su rostro que no solo estaba dolido, sino que también, muy internamente, volvió a colocar la máscara del hombre de negocios; aquel que solo pasaba entre papeles.

—Andando— Soma le pasó de lado y le miró de reojo —Servirás de testigo en este matrimonio arreglado.

Tamako asintió débilmente.

Soma le había dicho a Hayama que arreglase los papeles. Hayama tenía el poder para oficiar una boda y hacerla legal; solo necesitaban a los testigos, en ese caso, esas serían Leonora y Tamako. A pesar de que Alice chilló por tener una boda en iglesia y con muchos invitados, la amenaza que Soma le dio le dijo que tendría que aceptar solamente el maldito papel que los acreditaba como marido y mujer.

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