4. ¿Fiesta?

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17 de enero de 2015

Recibí un mensaje de Laura aquella mañana. En la noche habría una fiesta organizada por uno de sus amigos de la facultad y quien se suponía iba a acompañarla le había cancelado. Le sugerí que llamara a uno de nuestros amigos, alguien que no fuera yo, pero Mario estaba de viaje y su hermana, Lucía, ya tenía otros planes para esa noche. Al parecer, nadie más era una opción, dejándola con la última que se le pudiera ocurrir: yo. Nunca me invitaba a mí a este tipo de fiestas como su plus one porque sabe que lo incómoda que suele ponerme ese ambiente. Por otro lado, no iba a dejarla ir sola por nada del mundo, no podía. Debía ir... ¿cierto?

Nunca se me han dado bien las fiestas, nunca me han gustado, nunca me daban buena espina y nunca había asistido a una. A menos que las fiestas de cumpleaños de mis primos a las que iba con mamá, papá y Vale cuando tenía diez años contaran.

No, estoy segura de que no cuentan.

Debía avisarle a mi papá que iría con Laura y buscar algo que pudiera usar. Ni siquiera sé cómo se supone que debo vestirme: qué debería usar o si había algún tipo de etiqueta o requisito. Solo podía pensar en cómo, probablemente, Laura me abandonaría en una esquina de la casa mientras ella disfrutaba de la noche a su manera. Laura era así.

Quizá Johann esté dispuesto y nos pueda acompañar. A él tampoco le gustan mucho, pero por lo menos podrá acompañarme en mi sufrimiento mientras Laura arrasa con la pista de baile y se toma algunos tragos. 

Pensé en escribirle y entré a nuestra conversación en el celular, pero tan pronto como enfoqué la vista para comenzar a teclear mi mensaje, leí el último que me había mandado. Había olvidado por completo que él tenía una reunión familiar esta noche.

Johann: descartado.

–Supongo que solo seremos nosotras dos entonces–, dije en voz alta mientras abría las puertas del armario para decidir un conjunto.

El resto del día se me pasó volando y, cuando menos lo esperaba, ya era hora de irme con Laura a la dichosa fiesta. Villa y yo llevamos conjuntos completamente opuestos el uno del otro: yo iba, más que nada, cómoda y casual. Combiné unos vaqueros, una camisa holgada y unos tenis con pocos accesorios y mi cabello suelto. Mi amiga había optado por asistir más atrevida y despampanante al usar un vestido de mangas largas y espalda descubierta que acentuaba su figura sin ser muy revelador.

En cuestión de minutos ya estábamos en la fiesta.

La casa en donde se llevaba a cabo era gigantesca en todos los aspectos. Era de dos plantas y la música retumbaba en sus deslumbrantes paredes. Los vasos plásticos se repartían entre las manos de universitarios y el suelo, dejando manchas pegajosas por doquier. El oxígeno era escaso y el calor abundante por la cantidad de personas en un mismo espacio.

Definitivamente una pesadilla.

–No te alejes mucho–, soltó mi sonriente acompañante antes de perderse en la multitud.

Me adentré en dirección a Laura, observando alguna ruta de escape de la multitud para poder llegar a un cuarto relativamente vacío. Decenas de cuerpos sudados chocaban contra el mío como si no se dieran cuenta que estaba pasando junto a ellos. "Espacio personal" parecía no ser un término en su vocabulario. En mi inquietud por conseguir aire respirable, divisé lo que parecía ser la única ruta de escape factible: una puerta al lado opuesto al que me dirigía originalmente.

Sin chistar, caminé hasta ella.

Llegué a lo que parecía ser la cocina que tampoco estaba vacía, pero se podía respirar con menos dificultad. Esta tenía una puerta de vidrio que daba al exterior. Al abrirla, la brisa y el olor a cigarro chocaron contra mi rostro. Me alejé de los fumadores y llegué a la orilla de la carretera, donde una banca esperaba por ser ocupada. Me senté a usar mi celular.

Someday | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora