21. Anillo

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5 de noviembre de 2020

Para Daniela hoy era día de estudio. Tenía algunas canciones que ya había terminado y era hora de que las grabara en el despacho que quedaba a unas cuadras de casa.

Se la veía tan feliz con su música.

Para cualquier otro, sería un jueves normal, pero yo estaba llena de alegría. No solo sería la publicación del álbum debut de Calle, sino que también, hace exactamente un año, tuve el privilegio de poder llamarla mi novia. La sonrisa no se borraba de mi rostro y la alegría estaba escrita por todo mi rostro.

No permití que ni el trabajo, ni nadie, hiciera que este día fuera menos perfecto.

Tuve la fortuna de salir de la oficina temprano, por lo que decidí esperar afuera del estudio de grabación a que saliera mi novia. Después de todo, su sesión de hoy terminaría pronto y yo me moría de ganas de verla.

Al llegar al edificio, esperé sentada en una de las bancas en el exterior, repasando en mi mente los planes que teníamos para hoy, hasta que todo se volvió oscuro repentinamente.

Sentía piel fría apoyada contra mis ojos.

–Adivina quién.

Mi sonrisa se intensificó al identificar su voz.

–Hola, amor–, quité sus manos de mi rostro para girarme y plantar un beso en sus labios.

–Ay, gorda, pero así no se vale–, acompañó su frase con un puchero. –Eso es trampa, así no es el juego–, esbozó una sonrisa que hizo a mi corazón latir con fuerza. Yo solo reí.

La amo tanto.

–Vamos que hoy tenemos un largo día por delante–. Me levanté dedonde me había sentado a esperarla para mirarla a los ojos. –Feliz aniversario–, dije para plantar un beso corto en sus labios.

–Feliz aniversario, gordi–, dijo ella sonriendo.

Sin más, nos dirigimos al auto para llegar a casa. Allí nos recibió un ansioso Ramón que ladraba de felicidad. La sonrisa aún no dejaba mi rostro.

Después de un par de horas, volvimos a salir. Eran aproximadamente las seis de la tarde y el sol comenzaba a ocultarse. Esa tarde teníamos una reservación en nuestro restaurante favorito.

La cena transcurrió entre risas, anécdotas y miradas. La comida estaba deliciosa, pero yo estaba aún más fascinada por la mujer que tenía frente a mis ojos. Cada vez que ella fijaba la mirada en su plato o en algún otro detalle del lugar, yo utilizaba la oportunidad para escanear sus gestos. Mi corazón se mantuvo con un ritmo rápido, y se aceleraba aún más cada vez que me dedicaba una sonrisa.

Me hacía sentirme como una adolescente locamente enamorada.

Cuando salimos de allí, ella quiso manejar. Yo no me negué. La música estaba a todo volumen y nosotras cantábamos la letra de cada canción a todo pulmón. No podría estar más feliz.

Noté como Calle cambiaba el rumbo. No supe por qué, pues el único plan que teníamos era la cena para luego regresar a casa y, quizá, quedarnos gran parte de la noche despiertas.

–¿A dónde vamos?– Pregunté incrédula intentando mirarla a los ojos.

–Es una sorpresa–, dijo sonriendo.

Pasaron los minutos en donde yo solo observaba el camino. No pasó mucho tiempo antes de darme cuenta a dónde nos dirigíamos. Sonreí, aunque en realidad nunca había dejado de hacerlo.

Aproximadamente media hora después estábamos en aquel mirador que tanto nos gustaba. Habíamos venido aquí muy pocas veces, pero aún así lo adorábamos. Era como nuestro lugar especial, donde nada ni nadie existía además de nosotras.

Someday | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora