8. Mamá

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Junio de 2015

–Poché–, escuché una voz conocida a lo lejos. –Hey, Poché, despierta.

Abrí los ojos lentamente encontrándome con la mirada preocupada de Calle. Sentía mi respiración entrecortada y un nudo en mi garganta se hacía presente. Llevé una mano a mi rostro para terminar de despertar, encontrando mis mejillas húmedas.

¿Había estado llorando?

–Hey, ¿está todo bien?

Asentí con la cabeza en respuesta.

–Solo fue un sueño–, intenté restarle importancia, pero el suspiro que se mezcló con mis palabras evidenciaba lo mucho que me había afectado.

Había soñado con mamá.

El sueño aún estaba vívido en mi mente y repasar sus sucesos estrujaban mi corazón. Había tomado el hábito de repasar todos mis sueños al despertar, lo hacía tan a menudo que ya era inconscientemente. Sentí como mis ojos volvían a llenarse de lágrimas que aparté inmediatamente. Aún dolía demasiado.

–María, acércate.

La voz de mamá sonaba débil desde la cama donde se encontraba recostada. Yo me negaba a asimilar lo que estaba ocurriendo, aferrándome al cuerpo de mi hermanita de doce años que no paraba de llorar. Quería ser fuerte por ella. No dejaría que el nudo en mi garganta ganara y me debilitara. No cuando Vale necesitaba a su hermana mayor.

Sin embargo, el deseo por abrazar a mamá era más fuerte que cualquier cosa. Quería abrazarla y no soltarla nunca. Protegerla de lo que le hacía daño y que estuviera con nosotras para siempre. Todos en la habitación sabíamos que llegaría el momento eventualmente. Sabíamos que estaba por llegar y que en cualquier momento la perderíamos... Aún no estaba lista. ¿Quién podría estarlo?

Besé a Valentina en la cabeza como instinto protector para hacerle saber que, a pesar de las circunstancias, todo estaría bien. Segundos después me dispuse a hacer lo que mamá pedía y me acerqué. Cuando estuve a su lado la vi sonreír.

–Prométeme que vas a cuidar a Vale–, susurró para que solo yo pudiera escucharla.

A pesar de mis esfuerzos, mis ojos no dudaron en llenarse de lágrimas. Asentí con la cabeza.

–Eres tan fuerte, Majo–, dijo mientras tomaba mi mano que estaba colgando junto a la suya. La que tenía una aguja incrustada por donde le suministraban algún líquido del que desconocía el nombre. -Lo heredaste de tu padre... eso y lo testaruda.

Había logrado que soltara una leve risa entre mis lágrimas silenciosas.

–Te quiero tanto.

–Mamá, no estoy lista–, fui sincera en medio de mi llanto. –No... no puedo.

Sabía que Vale estaba observándonos desde algún punto de la habitación, así que quise ser fuerte por ella. Debía ser fuerte por ella... pero no sentía esa fuerza que tanto anhelaba tener.

–Eres fuerte, María José–, esta vez alzó su otra mano, acariciando mi mejilla. –Eso es algo que nunca podrán arrebatarte. Es admirable.

–No creo ser lo suficientemente fuerte para esto, mamá... Te extraño tanto.

Ella sonrió.

–Pero si nunca me he ido, mi niña.

De repente, una luz hizo que la escena cambiara. Ya no tenía dieciocho años y ya no estaba junto a mi madre en sus últimos momentos. Ahora tenía catorce y estaba en mi antigua alcoba. Me estaba despertando de una de las peores pesadillas que había tenido con un grito que llegó hasta el cuarto de mis padres. Mamá se adentró a mi habitación preocupada.

Someday | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora