17. Mudanza

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10 de octubre de 2019

Desperté un poco desorientada y sin querer abrir los párpados. Aún se sentían pesados y el cansancio no había desaparecido en su totalidad. Un olor peculiar que rondaba en el apartamento me impulso a despertar por completo. Me levanté atraída por el olor, dándome cuenta de inmediato que Calle ya había abandonado la cama que compartimos anoche. ¿Hace cuánto había despertado? Tampoco vi a Ramón en la habitación.

Al salir del cuarto y llegar a la cocina, descubrí el motivo de mi soledad en el cuarto: Dani estaba cocinando el desayuno. Mi pug, por otro lado, estaba sentado a pocos metros de ella, esperando a que algo cayera al suelo para devorarlo.

–¿Estás cocinando?– Pregunté lo obvio al escucharla tararear alguna canción que tuviera en su cabeza.

Al parecer, mi repentina voz rasposa por despertar recientemente la hizo sobresaltarse. La había sacado de su mundo.

–Marica, no hagas eso. Casi me matas de un infarto–, me reí de sus palabras. –Y sí, es lo menos que podía hacer.

–No tenías que–, me senté en la barra que estaba cerca. –Eres mi invitada, yo podía encargarme.

–¿Y dejar que incendiaras el apartamento?– Rio y yo con ella.

Minutos más tarde ya estábamos desayunando.

El poco tiempo que pasamos en el apartamento esa mañana fue corto. Le recordé que debíamos pasar a buscar sus cosas y eso pareció entristecerla un poco. Me arrepentí de inmediato y no la apresuré más. Permití que se tomara su tiempo para arreglarse y prepararse mentalmente para lo que pudiera ocurrir en la visita a la casa de sus padres.

Tuvimos que irnos en transporte: ella no había traído su carro anoche y yo no manejaba. Nos fuimos con la idea de que podríamos llevarnos el auto con nosotras en el viaje de regreso.

Cuando estuvimos en frente de la estructura, Dani pareció petrificarse.

–¿Estás bien?– Otra pregunta estúpida. –No tenemos que entrar hoy si no quieres.

Negó con la cabeza.

–No, no, está bien. Estoy bien. Solo... aún no lo asimilo...

Cuando sacó las llaves para abrir la puerta, vi a su mano temblar. Le costó un poco de trabajo lograr desbloquearla, pero cuando lo hizo, la abrió con cautela. Sabíamos que los señores Calle no estaban en casa por la falta de los automóviles en la entrada. Únicamente estaba el de Dani que posteriormente llevaríamos con nosotras.

El silencio que reinó el ambiente era ensordecedor, interrumpido exclusivamente por nuestros pasos y el sonido de las cosas al moverlas de su sitio. Daniela parecía tener la cabeza en otro mundo, pero eso no le impedía rellenar las maletas con toda la ropa que cupiera en ellas. Al cerrar la que tenía en frente, me quedé observándola unos segundos. Se veía tan enfocada en lo que hacía, pero a la vez tan desconectada de sí. Era como si no quisiera ver más allá de lo que estaba bajo sus narices, como si al verlo lo hiciera desaparecer. Parecía estar en modo automático.

Yo tenía el privilegio de no saber lo que sentía, pero eso no me impedía querer estar allí para ella. En mi caso, mi familia me aceptó de inmediato. Todos los días agradecía que esas fueron mis circunstancias. Sin embargo, Calle no tuvo tanta suerte. Me dolía verla así: tan triste, tan... rota. Quería abrazarla y protegerla del resto del mundo. Quería llevarla a casa y consentirla hasta que su corazón sanara. Quería ayudarla hasta que sonriera de nuevo.

Me acerqué a ella cuando noté que se detuvo mirando un punto fijo en la infinidad de tela ante sus ojos. La abracé por la cintura recostándome sobre su espalda. Sentí su cuerpo reaccionar al repentino contacto, pero no se apartó.

–Todo estará bien–, susurré. –Lo prometo.

La escuché estallar en un suave llanto con escasas lágrimas. Permití que se girara entre mis brazos para que quedáramos frente a frente, donde me devolvió el abrazo.

Después de algunos minutos, volvimos a poner manos a la obra. Esta vez un poco más rápido.

–¿Quieres llevar algo más?

Solo negó con la cabeza antes de soltar un suspiro.

Bajamos todas sus cosas y las llevamos hasta su camioneta. Tuvimos algunos problemas intentando poner todo el equipaje dentro, pero lo logramos después de un poco de esfuerzo extra. Cuando estábamos a punto de subir a nuestros asientos, divisamos el auto de Mafe llegar a casa. Al tiempo que Calle y yo subimos a nuestro vehículo, su madre se bajó del suyo.

Miró directamente hacia nosotras con ojos hinchados y una expresión de decepción en todos sus rasgos faciales. No pude dejar de observar. Parecía querer derretir los neumáticos solo con su mirada.

Me di cuenta que su mirada estaba en Daniela. Cuando vi a mi mejor amiga, ella tenía la misma expresión que la señora Calle. Pude ver como habían conectado miradas y como Dani intentaba tragar un nudo en su garganta.

Debíamos salir de allí.

Puse mi mano en su pierna más cercana a mí llamando su atención. Su mirada se conectó con la mía y le brindé una sonrisa sin mostrar mis dientes. Me la devolvió sin mucho esfuerzo.

–¿Vamos?– Pregunté con cautela.

Ella asintió con su cabeza antes de encender el motor de su camioneta.

Regresé mi mirada hacia Mafe, quien ahora tenía el ceño fruncido. Estaba inmóvil, no parecía querer entrar a su hogar. Solo se quedó allí en la entrada observándonos, siguiendo cada uno de nuestros movimientos. Cuando sentí a la carrocería desplazarse, aparté mi mirada de ella y de la casa; pero sentía la suya siguiéndonos hasta que dejamos de estar en su campo de visión.

El viaje de regreso se sentía un poco tenso. Ni siquiera la música que salía de la camioneta parecía aligerar el ambiente. El camino se me hizo un poco eterno e incómodo. Calle parecía estar inmersa en sus pensamientos mientras tenía la vista fija en la carretera.

Nos detuvimos en un semáforo y la escuché suspirar. En un impulso, puse una de mis manos sobre las suyas y le ofrecí una sonrisa cuando volteó a verme. Me la devolvió antes de acelerar. El resto del camino fue llenado por la música de nuestra playlist compartida.

Cuando llegamos al departamento, nos relajamos un poco y comenzamos a organizar las cosas de Dani. Subimos el volumen de la música e intentamos divertinos mientras desempacábamos todo. Las cosas comenzaron a tomar forma en su nuevo espacio cuando noté que mi nueva compañera de cuarto estaba de mejor ánimo. Comenzamos a cantar y reír. Por alguna razón no quería que el momento terminara.

Daniela se veía genuinamente feliz y eso me enternecía.

Comenzó a sonar Electric Love de Børns cuando nos pusimos a bailar. Ella se reía de mis descoordinados pasos de baile y su risa provocaba la mía. El resto de la tarde se nos pasó volando.

Una vez caída la noche, y ya con las pocas cosas de Calle en su lugar, nos acomodamos para ir a descansar. 

–Creo que el baile y karaoke cuentan como una buena bienvenida–, sonreí en la puerta de su nuevo cuarto llamando su atención. –Primera noche oficial, ¿necesitas algo?

–Estoy bien, y ya deberías dejar de tratarme como tu invitada. Ahora somos compañeras de cuarto... bueno, apartamento–; sonrió. –Oye, gracias de nuevo. Ya sabes, por dejar que me quedara aquí. No se cómo podría compensártelo.

–No tienes que agradecerme, haría lo que sea por ti.

Hicimos contacto visual unos momentos. No pude evitar perderme en la profundidad de sus ojos y en ese brillo encantador.

–Descansa–, volví a la realidad esperando no haber estado viéndola por mucho tiempo.

–Buenas noches, Poché–, sonrió en despedida.

Cerré la puerta de su cuarto y me dirigí al mío con Ramón siguiendo mis pasos. Una vez dentro, me lancé al colchón dispuesta a descansar.

***
Disculpen la demora. Mañana les subo otro capítulo

Someday | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora