9. Un café

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5 de julio de 2016

Hoy era una día que me emocionaba mucho. Después de varios meses buscando un nuevo lugar, uno adecuado para mí y para Ramón, por fin tendría mi propio apartamento. Toda mi vida había vivido con mi papá y mi hermana, y siempre he amado la compañía mutua que nos proporcionábamos, pero tenía la sensación de que ya era hora de ser un poco más independiente e ir preparándome para cuando ya no pudiera depender de mi padre.

Aún iría a visitarles y ellos a mí cada vez que existiera la posibilidad, nuestro lazo tan fuerte nunca cambiaría. Ahora la diferencia constaba en que yo tendría un espacio sólo para mí y mi hijo donde crecer de una forma diferente; pero la casa de mi padre siempre será mi hogar.

Las cajas estaban esparcidas por toda mi habitación, llenas con mis pertenencias. Cada una estaba sellada y marcada con lo que contenía dentro: libros, zapatos, mis suplementos de arte, lienzos, mi pequeño kit de fotografía, libros, artículos de higiene personal, algunas chucherías, libretas de dibujo, maletas con mi ropa, cosas de la universidad... En fin, todas mis cosas estaban listas para ser trasladadas.

Escuché que alguien tocó la puerta, a pesar de que ya estaba abierta. Volteé a ver de quién se trataba.

–¿En serio te tienes que ir?– Preguntó mi hermana entrando a la habitación con una sonrisa triste en el rostro.

Sonreí de vuelta.

–No me iré lejos, Vale. El apartamento está a algunas de cuadras de aquí.

–Lo sé... pero te voy a extrañar. La casa no será lo mismo sin ti.

–Y yo te extrañaré a ti, Pulga–, la abracé cuando estuvo lo suficientemente cerca; –pero no creas que te desharás de mi tan fácilmente–, bromeé despeinándola.

Ella rio conmigo.

Nah, yo solo venía a revisar mi nuevo cuarto–, se paseó por la habitación. –Creo que pintaré las paredes.

–Ni se te ocurra, enana.

Con Vale siempre había tenido una relación muy cercana. Hablábamos sobre lo que nos pasara todo el tiempo. La comunicación y la confianza eran fundamentales entre nosotras. Aunque, por supuesto, nunca faltaban las bromas y las pequeñas peleas o discusiones que terminaban en carcajadas. A fin de cuentas, somos hermanas.

El momento más oscuro entre nosotras fue, sin dudas, cuando murió mamá. Ambas tuvimos maneras muy diferentes de afrontar su muerte. Formas que chocaban entre sí y hacían que no nos dirigiéramos la palabra durante horas... a veces días. Valentina lo afrontaba con ira durante los primeros meses, estallando contra cualquier alma que tuviera la mala fortuna de cruzarse con ella en sus peores días. Este mecanismo de defensa le trajo problemas que la distraían de su ausencia, pero yo sabía que, por las noches cuando creía que papá y yo estábamos dormidos, se refugiaba en el sofá de la sala a ver videos de cuando mamá vivía entre lágrimas.

Me desgarraba cada vez que veía esa escena. Cuando lo hacía, me quedaba en la entrada de la sala observando. Nunca me vi capaz de acercarme a Vale. Afortunadamente, su forma de duelo cambio y dejó de meterse en problemas y llorar sola en su habitación. Cuando nos permitió entrar, sanamos los tres juntos... como una familia.

Yo, por mi parte, me refugié en mi arte y en los estudios. Mantenía a mi mente ocupada durante el día para no pensar en que ya no estaba mi consejera y mejor amiga y en la noche me desahogaba encerrada en mi cuarto. Después de su partida, se disparó mi ansiedad y me volví más sensible a los acontecimientos a mi alrededor. Me costó mucho no llorar a diario, pero mis amigos eran el mejor apoyo que pude haber pedido. Además, habían llegado nuevas personas que también eran un soporte cuando sentía que no podía más.

Someday | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora