6. Enloquecer

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15 de mayo de 2016

Estaba en mi cuarto, sentada frente a mi escritorio en "modo estudio", después de clases. Calle estaba sentada en el suelo detrás de mí con su espalda recostada en mi cama y sus cuadernos y apuntes dispersos en el suelo de la habitación. El silencio reinaba en el cuarto, siendo interrumpido por el sonido del exterior, el teclado de mi laptop y el lápiz haciendo trazos.

Era periodo de finales en nuestra universidad y el tiempo parecía no alcanzar para hacer y estudiar todo lo que se nos había asignado. Entre los trabajos y exámenes nos consumían todo el tiempo que antes estaba disponible. Llevábamos días sin dormir correctamente y, en este punto, estábamos funcionando a base de café y bebidas energéticas. Los ojos me ardían de ver tanto tiempo la pantalla de mi computador y la muñeca me dolía por la cantidad de apuntes extra en las hojas a lo largo de mi escritorio.

La mayoría de mis finales eran exámenes escritos con cientos de páginas de material para estudiar y, los que no eran teóricos, se basaban en proyectos individuales pesados. Generalmente prefería hacer trabajos prácticos a estudiar mucha teoría para un examen escrito, pero los profesores no estaban teniendo misericordia ni consideración bajo ninguna circunstancia. Parecían métodos de tortura medieval.

Solo quería poder descansar, aunque sea, un par de horas.

Llevaba días sin tener noticias de las Villa más allá de lo básico y obvio: también estaban a más no poder con sus finales. Otro con quien no había hablado tan seguido como me gustaría era Johann, quien también estaba enredado con sus asignaciones pendientes y su material de estudio. No sabía quién iba a enloquecer primero:

Por un lado estaba Laura, un alma fiestera que siempre ha odiado el colegio y sufre todo lo que tiene que ver con trabajos y exámenes. No solo tenía que prepararse para los finales, sino que tenía muchas asignaciones que no entregó a tiempo y le habían dado una última oportunidad para entregar. Si no lo hacía, lo más probable es que no pasara al siguiente semestre.

También estaba Lucía que, a diferencia de su hermana, disfruta un poco más las clases y está al día con todas sus asignaciones. Sin embargo, siempre le ha costado memorizar datos. No tengo dudas que está pasando un mal rato con el material para los exámenes teóricos.

Johann era alguien como Laura: dejando todo para último minuto. Se esforzaba y era buen estudiante, pero tenía pésimo manejo del tiempo y una horrible organización en su lista de pendientes. Tenía un constante desorden mental y desorden en sus apuntes, llegando al punto que ni él mismo entendía lo que había escrito en su última clase.

Calle parecía ser la más relajada. A pesar de que me he dado cuenta que odia todo lo referente a los estudios y deja que la pereza la consuma cuando se trata de deberes, una vez que se concentra en lo que debe hacer, lo hace sin rodeos y sin titubear. Lo que más le cuesta es comenzar. Estando sentada en el piso de mi habitación, daba la impresión que tenía todo bajo control con un aura de paz y concentración rodeándola. La observaba cómo fruncía el ceño cuando algo en sus apuntes no cuadraba con el PDF que había enviado su profesor e inmediatamente procedía a investigar en internet cuál era la respuesta correcta. Iba por su segunda taza de café de la tarde y las ojeras comenzaban a acentuarse en su rostro, pero parecía tener todo en perfecto orden.

Finalmente, estoy yo. Solo hay una palabra que podría describir cómo había estado en el último par de días: desastre. Eso lo resumía todo. Me quedaba hasta las madrugadas intentando avanzar con los proyectos que son para dentro de un par de días y me levantaba temprano para poder estudiar, aunque sea, un par de páginas del material teórico antes de asistir a la universidad. Al regresar, estaba toda la tarde encerrada en mi pieza intentando memorizar datos, conceptos y fechas. Era agotador.

¿Por qué debo dar historia del diseño?

Ya iba por mi quinta taza de café de la tarde y mi estómago comenzaba a odiarme por eso. Si el rostro de Daniela estaba comenzando a notarse cansado, yo podría ser confundida con un mapache demacrado debido a la cantidad de cansancio que sentía en mí y por las marcas oscuras que se habían acentuado tanto bajo mis ojos. Entre la teoría y los proyectos, no sabía que me volvería loca primero.

–Me doy–, cansada, cerré la laptop de repente. –No puedo más.

Me levanté de la silla de mi escritorio y me lancé a mi cama con cuidado de no golpear a Calle o desordenar sus cosas en el proceso. Unos segundos más ahí y seguramente podría quedarme dormida hasta navidad.

Sentí a la cama hundirse a mi lado por un nuevo peso sobre ella.

–No puede ser tan malo–, sentí que podía escuchar su sonrisa.

Maldita sonrisa.

–¿No puede ser tan malo?– Comencé a descargar lo alterada que estaba sobre ella. Exploté. –¿¡No puede ser tan malo!? ¿Acaso no me estas viendo? Estoy vuelta nada, Calle. ¡Nada! Esos malditos profesores no tienen piedad. Sus pinches trabajos hacen que me salgan canas verdes mientras ellos probablemente están acostados rascándose las bolas. Me voy... me voy a enloquecer. ¡Voy a perder la cordura! La poca que me queda.

Por unos segundos, lo único que se escuchaba era mi respiración algo agitada. No me había dado cuenta cuando me puse de pie y comencé a caminar al rededor del cuarto con la mirada divertida de Daniela sobre mí. Me volví a desplomar boca abajo sobre el colchón. Quizá así podía ordenar mis ideas y continuar con esta tortura.

–¿Te sientes mejor?– La voz de Dani no había perdido serenidad.

–Odio la universidad–, mi voz fue ahogada por la almohada.

–Vamos, entre antes salgas de eso antes podrás ir a descansar–, Calle habló acariciando mi cabello con ternura.

–¿Desde cuándo dices eso?– Acentué mirándola con una ceja alzada y una sonrisa.

Mi movimiento hizo que ella apartara su mano, haciéndome extrañar su tacto.

–Ja, ja, ja–, ironizó. –Muy graciosa, Garzón–, dijo para golpearme con una almohada.

Reí por primera vez en el día y solté un suspiro para acomodarme sobre ella. Deposité mi cabeza en su regazo y cerré los ojos. Casi instantáneamente, Calle comenzó a jugar con mi cabello rubio una vez más, peinándolo al hacer y deshacer trencitas.

–Si sigues con eso, voy a quedarme dormida–, reí entre dientes. Ella rio conmigo, pero no detuvo el bailoteo en mi cabello.

Nos mantuvimos así un largo rato. Yo había logrado calmar mi episodio de estrés y ya tenía la mente un poco más apta para finalizar con esto de una vez por todas. Sin embargo, el cansancio acumulado me estaba rindiendo cuentas. Cuando estaba frente a mi laptop, la concentración y disgusto estaban opacando ligeramente el cansancio que sentía. Ahora no había nada distrayéndome de eso. Ni siquiera podía abrir los ojos. Al contrario, quería quedarme justo ahí, en esa posición, durante horas... o quizá días. Me transmitía la paz que no encontraba en mi escritorio.

De hecho, me transmitía una paz única que no encontraba en ningún otro lado.

–Estoy cansada...– Murmuré casi inentendible después de unos minutos.

–Yo también–, escuché compasión en su voz. –¿Qué tal si hacemos algo?– Propuso.

–¿Algo como qué?– Indagué, pero no abrí los ojos.

–¿Por qué no dormimos un rato y después seguimos con toda esa locura de la universidad? Claramente lo necesitas, y a mí tampoco me vendría nada mal.

–¿Qué? No, no. No se puede–, aunque quisiera quedarme allí, me incorporé. Me senté a su lado y a escasas pulgadas de distancia, volví a hablar. –Tengo el tiempo medido. Ya el rato que estuvimos aquí fue una pérdida de tiempo.

Intenté levantarme y volver a mi lugar de trabajo, pero ella me lo impidió con sus palabras.

–Descansar nunca es una pérdida de tiempo–, hizo una pausa. –Mira: si descansas un par de horas en este momento, despertarás con más energías y podrás avanzar más rápido. En cambio, si continúas ahora que estás más dormida que despierta, no vas a avanzar ni la mitad de lo que te gustaría y te sentirás peor–, habló con la verdad.

–Odio que tengas razón.

Someday | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora