Capítulo final

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3 meses después...

Samantha Ferrer.

Mi reflejo en el espejo daba una buena impresión después de éstos meses, las ojeras debajo de mis ojos iban desapareciendo, mi rostro ya no expresaba cansancio o estrés y después de varias reglas alimenticias, estoy en mi peso normal, ya no estaba encima de mi peso. Mis uñas estaban creciendo poco a poco, fue un progreso muy grande para mi sabiendo que desde años aportaba el vicio de comerme las uñas.

Ya no sufría ansiedad constantemente, no me llegaba esa desesperación y nerviosismo cuando algo me atormentaba o me molestaba. De los traumas de las burlas y malos recuerdos de las exclusiones en la que me enfrenté en mi niñez, sobre eso decidí que tenía que enfocarme en el presente y dejar ir esas malas vibras las cuáles no me dejaban vivir en paz.

Mis padres sólo tenían contacto cuando se trataba de mi y por lo que veo tienen una relación de amistad estable, no puedo negar que eso me alegra. Papá se había quedado en la ciudad donde vivíamos a pasar las fiestas navideñas y fin de año con su familia.

En cambio, a mamá se le ocurrió venirnos a pasar las vacaciones en un pueblo donde vivía su hermana mayor, pero que ésta había viajado a otro país por trabajo y nos había ofrecido pasar ahí éstos meses.

Decir que no me vino bien éste pequeño descanso pues estaría mintiendo. Para mi suerte mamá se dió cuenta del estado en el que me encontraba y decidió que debíamos dejar un poco nuestra vida monótona para recargarnos y luego volver.

Agradecía a Dios por tenerla a ella que me conocía perfectamente para darse cuenta que yo gritaba por ayuda en silencio, que mi mente y estado emocional no estaban bien.

Que muchas veces nosotros los jóvenes por más que todo parezca que esté bien en nuestras vidas, no quiere decir que no podamos caer en ese pozo de bajones emocionales, en esa ansiedad de tantos pensamientos juntos y cuando fingimos con esa sonrisa frente a todos es mucha veces para camuflar esa tristeza o esa depresión en la que muchos caen y no se dan cuenta de que están muriendo lentamente.

Los últimos tiempos de fin de año cuando las clases estaban a punto de acabar, me preguntaba "Si todo está bien ahora, ¿por qué no me siento bien?" . Sentía que me asfixiaba por las noches, que sufría durante todo el día una tristeza profunda, me reprochaba porque mis padres ya estaban felices, todo estaba yendo por buen camino y yo me quedé estancada.

Me di cuenta que no dejaba ir los malos recuerdos y eso no me dejaba continuar.

Me enfoqué en disfrutar el tiempo con mamá, caminar el día por el amplio campo que había en éste hermoso lugar, veía películas por las noches y escuchaba música a todo volumen por toda la casa. Me centré en que en ésta vida sólo soy yo primero y me tocaba vivirla a todo volumen.

Los días tristes disminuyeron, la ansiedad también, cada día fue un aprendizaje y un motivo para celebrar de que estaba viva, sana y que mi estabilidad mental había mejorado bastante.

Tenía días donde los recuerdos y malos pesares volvían. Pero al fin y al cabo, ni un proceso era lineal.

Como seres humanos siempre habrán días malos, días buenos y así sucesivamente, la vida teniendo sus altos y bajos. ¿Pero sabes qué? Depende de cada uno seguir, demostrar que la vida dará sus frutos y que cada caída iba dar un empuje para ser mejor guerrero.

Me sonreí a mi misma, miré por última vez a mi reflejo en el espejo.

Esa soy yo... estoy mejor y todo cambió.

Tomé mis maletas y corrí hacia la cocina donde mamá estaba dejando todo en orden para volver a casa. Las vacaciones habían terminado, mamá debía volver al trabajo y yo al colegio que estaba a punto de comenzar.

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