capítulo 9

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— Buenos días... —masculló Miriam aún somnolienta, mientras se incorporaba en su cama y se retiraba perezosa la melena de la cara.

— Se te pegan las sábanas, eh. —comentó Ágata con una sonrisa bailando en sus labios y un insinuante movimiento de cejas.

— Ya... —aceptó la gallega.

— Tanto folleteo... Normal. —apuntó Úrsula con la misma divertida mueca en su rostro que Ágata.

— Sí... —siguió Miriam, sin saber interpretar muy bien aún lo que sus compañeras de celda comentaban.

Úrsula y Ágata giraron su vista alucinadas hacia Miriam, quien rápidamente, con ese gesto, entendió el sentido de la conversación y empezó a ser consciente de lo que se estaba hablando en esa celda.

— ¡UY! —exclamó Úrsula comenzando a esbozar una sonrisa a modo de sorpresa.

— Jaleo, entendí jaleo. —se apresuró a explicar la gallega.

— Ah, ¿que no es lo mismo?  —rió la del pelo corto.

— No, ¿no?

— No, claro...

— ¿Por eso vienes siempre, supuestamente, de las duchas a las tantas? —preguntó Ágata pícaramente sonrojando a la gallega— Así empezamos todas, maja.

— Qué no, qué no. —reía Miriam contagiada de la buena energía de sus compañeras— Que yo ahora mismo no quiero nada con nadie y menos de aquí, además tengo demasiados problemas y para colmo acabo de salir de una relación bastante traumática. Así que paso completamente. Y soy heterosexual, además.

— Ya, jajajaja. —reía Ágata.

— ¿Qué cotillas sois, no? No conocía esta faceta vuestra. —comentaba con humor y en su rostro una ceja enarcada y una sonrisilla queriendo aparecer.

— Sí sí, todo lo cotillas que tu quieras que para eso vivimos en la misma celda, pero ten cuidado de a quién le comes el coño —habló riendo.

— ¡Úrsula! —gritó Miriam sonrojada.

— Se pueden decir las cosas con más clase, —apuntó Ágata mirando a Úrsula— pero sí, ten cuidado y si alguna vez necesitas contarnos algo, puedes confiar en nosotras.

— Lo sé. —sonrió.

— Te esperamos en las duchas, rompecorazones. —se despidió Úrsula.

Miriam negó levemente con la cabeza soltando una risa sútil.

La gallega se encontraba de buen humor esa mañana, que eso no quería decir que le fuera a durar todo el día ni mucho menos, porque su estado de ánimo allí dentro cambiaba más que las luces de un semáforo, pero el caso es que entre la energía de sus compañeras y la noche anterior, hoy se había levantado descansada y sin ningún problema acechándola, que ya era algo.

— Hola... —susurró Miriam nada más visualizar a Mimi sentada en una mesa al fondo de la biblioteca, entre las estanterías— No sabía si estarías aquí.

— ¿Pá qué vienes? —preguntó Mimi en un tono algo borde, sin mirarla.

— Para hablar.

— Pues a mí no es que me apetezca mucho ahora. —soltó, ahora sí, mirándola.

— ¿Puedo sentarme?

Mimi asintió mirándola a los ojos.

— No entiendo por qué no coges una silla. apuntaba subiéndose ella también a la mesa.

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