capítulo 2

1.3K 118 76
                                    

Miriam llevaba un día entero sin apenas salir de la celda. No por gusto, ni por placer. Es lo que tiene una muerte. Tiene que venir la policía, médicos, hay que retirar el cuerpo, estudiar las posibles causas de la muerte... Que el abanico no era muy amplio, o suicidio u homicidio. También estaban las sesiones de interrogatorio, porque las cámaras no captaron con certeza el momento de la caída, ya que a esa hora el centro del módulo estaba bastante lleno y algunas presas, seguramente conscientes de lo que iba a pasar, dificultaron que la cámara enfocase el suceso. Y entre eso, y también como reprimenda por parte de los funcionarios, que sabían a la perfección que aquello de suicidio tenía poco, decidieron dejarlas salir solo para realizar las comidas, y en turnos.

Comida, cena y desayuno, cumplieron veinticuatro horas de encierro, bien justitas, porque a la hora de los talleres, por fin se abrieron automáticamente las celdas, dando supuestamente por zanjado aquel hecho.

— ¿Y yo a dónde voy? —preguntó con temor la gallega al ver que todas sus compañeras se disponían a salir de la celda.

— Vendrá un funcionario y te dirá que taller se te ha asignado. —informó amable Ágata. La estaba empezando a provocar ternura, el ver a Miriam estirarse nerviosamente los puños de sus mangas.

— Vale.

Se sentó en su cama esperando, como le dijo la morena, a que viniese un funcionario a recogerla. Fueron unos veinte minutos lo que tuvo que esperar aproximadamente, hasta que una mujer rubia de pelo corto uniformada apareció en su celda.

— Rodríguez, ¿verdad? —preguntó a lo que Miriam asintió— Soy Maya, sígueme.

Obedeció y salió de su celda encontrándose con María apoyada en la pared de ésta, quién obviamente al entrar el mismo día que la gallega, tampoco tenía taller asignado.

— Leona... —saludó con una sonrisa.

— Bueno chicas, os ha tocado lavandería... —les informaba amablemente la funcionaria— Ha habido una baja, de la cuál creo que sois conscientes, y otra plaza se quedó libre por una compañera vuestra que cambió al módulo de madres al tener a su bebé, así que vais a ocupar estos dos huecos.

Miriam se puso algo tensa, al ver la mandíbula tensada de María, pues el poco tiempo que había compartido con ella, la había sentido como una persona animada y risueña, y la chocaba recibir esa energía negativa de ella.

— Villar, ¿os puedo dejar ya aquí y vais solas? —preguntaba parándose cerca de la enfermería—  Vuestras compañeras de lavandería ya están informadas de vuestra llegada.

— Sí, sí, no te preocupes... —comentó con una sonrisa algo dudosa, comenzando a andar de nuevo hacia lavandería.

— ¿Qué pasa? —preguntó la gallega mirando preocupada a la otra rubia una vez se habían alejado de la funcionaria.

— Leona... Tú durante este rato, ver, oír y callar, ¿vale?

— Pero ¿qué carallos pasa María? —volvía a preguntar desesperada por el pavor que le suponía ver esa actitud por parte de María.

— Que estamos jodidas. —comentó cruzando el umbral de la puerta de la lavandería.

La sala era amplia. Desde la entrada no se divisaba mucho más que varias toallas, sábanas y trajes tendidos, y tuberías por todas las paredes, que Miriam supuso que tenían que ver con el lugar que se encontraban.

— ¿Qué pasa? —preguntó Miriam de nuevo, susurrando, al sentir el ambiente algo tenso.

— Calla, y espera. —susurró también María.

100 días Donde viven las historias. Descúbrelo ahora