— No sé si eso está en mis manos Lola...
— No lo entiendes... —rió sarcástica— Es que no te estoy dando opción. En pocos días estaré dentro de tu cárcel. —remarcó con fuerza señalándole con el dedo índice de forma acusatoria— O me das lo que pido, o te arrastro conmigo y sabes que tienes todas las de perder, Eduardo.
— Veré que puedo hacer...
— No. —negó contundentemente— Verás no. Lo harás, porque te juro que no me va a temblar el pulso al buscar cualquier tipo de grabación que te incrimine o al decirle a las mías que tú eres el siguiente.
— Yo no os hice nada. —negó algo intimidado por la actitud hostil de la rubia— Fue Santiago, y creo que ya ha pagado. Le habéis hecho pagar.
— ¡Que tú no te follaras a ninguna de nosotras no te exime de la culpa! —gritó con ira golpeando la mesa con fuerza, haciendo rebotar cada objeto que posaba sobre ésta— Ese local también estaba a tu nombre y permitías que llevasen allí a mujeres sin recursos para que se apovecharan de ellas privándoles de toda libertad y poder de decisión. Eso es secuestro, a parte de la trata de mujeres por supuesto. Tienes mucha mierda encima.
— No, Lola. —respondió intentando mostrarse sereno— Yo simplemente recibía dinero, nunca quise saber qué pasaba. Mi negocio son las prisiones, no los prostíbulos.
— ¿Y qué, Eduardo? ¿Y qué? Sabías perfectamente lo que pasaba, y de donde salía el dinero que te llegaba a la cartera. Y es que estoy segura, segura —repitió con contundencia— de que si hablo con todas las chicas que han pasao por ahí, alguna tiene algo que decirme de ti. Se te ve en la puta cara. Porque sino no hubieras accedido a ser socio de ese club. Lo sé.
— Vale. —accedió el señor algo tenso— ¿Qué es exactamente lo que quieres?
— Lo que te he dicho antes. Poder. Quiero que todo el personal que tenga un puesto sea de mayor o menor responsabilidad en esa prisión sepa que las mías y yo somos intocables. Quiero celdas de más, comida decente y móviles. Quiero que se nos teman nada más entrar, nosotras nos encargaremos de mantenerlo, y quiero que me pases una lista de las presas que hay al mando junto a sus fichas policiales.
— Si te consigo eso, ¿me darás cualquier prueba incriminatoria que tengas contra mí? ¿Me aseguras que no vas a faltar tu palabra? —Mimi asintió mirándole fijamente a los ojos— Hecho. Pero necesito que sigas dándole esquinazo a la polícia unos días más, lo que me pides no es algo que sea fácil de explicar. Mañana te dejaré el sobre con la documentación de las presas abajo en recepción, no quiero volver a tener ningún tipo de encuentro contigo.
— Perfecto, siempre es un placer hacer negocios contigo. —sonrió victoriosa levantándose de la silla y ofreciéndole su mano a aquel señor.
Éste, lejos de negarse, hizo el mismo gesto. Se levantó y estrechó su mano observando en el rostro de la rubia una sonrisa altiva. Esa actitud pateó el estómago de aquel hombre uniformado que con fuerza apretó la mano de Mimi y pegó un rápido tirón del brazo de la rubia hacia él haciendo que ésta se tuviera que apoyar sobre la mesa.
— No creas que siempre vas a tener la situación bajo tu manga, Lola. —susurró con despreció cerca del oído de Mimi— Y recuerda que has matado al que era como un hermano para mí. No te la juegues, a la mínima que montes te echo el castillo abajo.
Mimi se rió levemente con chulería antes de recomponerse sobre su sitio.
— Y tú recuerda, que no te imaginas ni la mitad de lo que puedo hacerte. No me vengas con amenazas, porque se me va la mano cuando las escucho, sino pregúntaselo al que era como tu hermano, según tú, o a los otros socios del local que ya están entre barrotes. —dijo sonriendo apretando sus labios antes de marcharse de aquel despacho.