— ¡Efrén! —exclamó entusiasmada Miriam al descubrir que quién le esperaba en la sala de los vis a vises era su hermano mayor.
— ¡Enana! —sonrió el chico levantándose seguidamente de la silla y recibiendo en sus brazos a una Miriam algo emocionada, ya eran numerosos meses sin verse.
— Sepárense. —ordenó uno de los funcionarios que hacía guardia en aquella sala, una vez ambos hermanos llevaban abrazados algunos segundos de más.
— Luego, al despedirnos, nos podemos dar otro. —apuntó Miriam contenta al ver el rostro de su hermano algo molesto debido a la interrupción.
— No pasaron ni diez segundos. —se quejó el chico enterneciendo a Miriam.
— Literalmente. Porque son seis segundos lo que permiten.
— Bueno, ¿qué tal estás? Te veo fuerte. —comentó. Pues en el abrazo notó algo más de fuerza ejercida por su hermana.
— Voy al gimnasio.
— ¿Aquí también? —Miriam asintió orgullosa— Pues qué bien, así te entretienes. En el nuestro preguntan mucho por ti. —decía refiriéndose al gimnasio que él mismo montó hacía menos de un par de años en la capital.
— ¿Qué tal están las cosas?
— Bien. Bueno, el gimnasio está como siempre, y me apaño con ello para mantener el alquiler del piso. El contrato de tu piso ya terminó por cierto, me encargué de hablar con tu casero y recoger tus cosas, las tienes en mi casa, hasta cuando salgas.
— Gracias. —suspiró agradecida aunque algo decaída. Hablar del mundo exterior siempre la dejaba el ánimo algo bajo.
— ¿Tú qué tal?
— Todo lo bien que se puede estar aquí supongo. Me apaño, digamos.
— ¿Tienes amigas? —preguntó interesado, estaba preocupado por lo que podría estar experimentado su hermana estando sola en un lugar como aquel.
— Sí. Me llevo genial con mis compañeras de celda, sobretodo con Kabila, que por cierto, te caería genial si la conocieses. —comentó algo más animada— Entrenamos juntas todas las tardes.
— Me alegro mucho, peque. —comentó sincero.
— Efrén, ¿pasa algo? —preguntó algo extrañada al notar un notable cambio de ánimo en su hermano.
— ¿Qué pasó? —preguntó con desánimo— Ibas a salir y de repente...
— Me la jugaron, o me la devolvieron no sé... —dijo algo tensa, tragando saliva forzosamente— Una chica de aquí, me tiene, o tenía, bastante enfilada. Yo no hice nada, ya me veía fuera con vosotros cenando ese mismo día en cualquier sitio, es que hasta hubiera pagado por el mexicano tan grasiento que le gusta a papá, pero en un abrir y cerrar de ojos estaba en aislamiento.
— ¿Y qué has hecho al respecto? ¿Hablaste con los guardias o algo?
— No pude hacer nada. No sé ni la condena que tengo ahora mismo porque no me atrevo a afrontarla, no me la merezco. —contaba con dolor.
— Miriam, no puedes ignorar esto. No puedes tirar la toalla, porque nosotros no lo hemos hecho fuera. —comentó indignado por la actitud de su hermana— Son tres años los que tienes encima. —la informaba— El abogado que contrató papá, consiguió que quedase cerrada la condena anterior, pero se te sumaron tres años por tráfico aquí dentro, que pudieron ser más, por eso decidimos que lo mejor era no ir a juicio y mantener esos tres años.
— ¿Tres? —preguntó angustiada haciendo el gesto de rodarse los anillos aunque sus manos estuvieran desnudas— ¿Y cuentan los casi seis meses que llevo ya?
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