— ¡No Rubén, dijiste que no traerías más, carallo!
— Miriam... por favor. —susurró tendiéndola una mochila.
— Qué no, ni hablar, más no.
— ¿Qué más te da ya?
— ¿Que qué más me da? —preguntaba con incredulidad— Claro que me da Rubén, claro que me da, tengo los armarios de la cocina llenos de esa mierda.
— Va Miri, por favor, queda poco ¿vale? —dijo acercándose lentamente para transmitirla confianza— En unos días vendrá un amigo a por ello y solo por esto habremos ganado el suficiente dinero para dejar el bar.
— Qué no Rubén, qué no. Y no hagas como si esto fuera cosa de los dos, no me involucres, yo no formo parte de esto, ¿vale? Y además, ¿quién te ha dicho a ti que yo quiera dejar el bar?
— Vale, esto solo va conmigo, pero lo que me van a dar a cambio es para los dos, ¿no dijiste que querías estudiar música? —Miriam asintió— Pues a esto me refiero a que vamos a poder dejar el bar, vamos a poder hacer lo que nos de la gana Miriam, es mucho dinero.
La gallega pareció pensárselo.
— Qué no, Ruben, y punto. —negó en definitiva— Es que como sospechen de ti y te sigan hasta aquí me la cargo yo que es mi casa.
— Ya sospechan de mí... —confesó el moreno.
— Pues mejor me lo pones, quiero todo esto fuera mañana, es la última vez que te lo digo, sino lo tiro yo misma. —pronunció con garra.
— Miriam, por favor, eres una chica normal y corriente que canta en un bar, no van a sospechar de ti, nadie lo haría, solo hay que verte esa cara... —habló estirando el brazo en un nulo intento de acariciarle la mejilla.— ¿Y tú quién eres Rubén? —preguntó apartándose bruscamente de él— ¿Con quién carallos estoy? ¿Con un camarero o con un puto camello?
— Miriam...
— No, Rubén, de verdad que no, es que no puedo más, necesito que te lleves esto y que desaparezcas de mi vida porque esto me superó, y hace mucho de hecho. —sentenció haciendo el amago de salir de la cocina.
Cuando se disponía a pasar por el lado del chico, éste le agarró con furia del cabello, acercándola de nuevo a él.
— No te atrevas a tocarme. —escupió Miriam sobre sus labios, haciendo que la soltase con desgana.
— Dos, siete, cinco. —sonó una voz tras la puerta de acero antes de que ésta se abriese del todo— Buenas tardes y enhorabuena, eres libre.
— ¿C-cómo? —preguntó somnolienta con un ápice de ilusión.
— Se te acabó el aislamiento por el momento, vuelves al módulo. —la informaba.
— ¿Cuántos días llevo aquí? —preguntó perdida levantándose del suelo, donde yacía tumbada.
— Trece. —respondió el hombre uniformado dejando a Miriam algo confusa.
— Creía que fueron como treinta...
— Venga vamos. —ordenó— Es normal que estés un poco aturdida, es el efecto de las celdas de aislamiento, y más si es tu primera vez y llevas poco aquí. —hablaba el hombre mientras la guiaba hacia el centro del módulo— Pero tranquila, en el momento que pases unos minutos en la galería, esa sensación se calma.
Miriam le miró agradeciendo con su mirada aquellas palabras. Parecía amable, tal vez era el otro funcionario del que Kabila le habló.
— ¡Hombre! La valiente. —exclamó Úrsula de forma animada, al ver aparecer a Miriam por la puerta de la celda.
