— Mimi... —susurró Miriam al ver entreabierta la puerta de la biblioteca, intentando visualizar algún movimiento a través de la pequeña rendija que quedaba.
Miriam fue hacia aquel lugar con dos teorías en la cabeza: Mimi o Alejandra.
El hecho de que la biblioteca se cerrase siempre antes del turno de cena, la hacía pensar que la única con acceso podría ser Mimi, pero aún así, no sabía porqué tenía una mala sensación. No quería subestimar a Alejandra, ya lo hizo una vez y le quedó clarísimo que fue un gran error.
Se plantó en la puerta de la biblioteca con el neceser y las toallas de baño, pues se excusó de sus compañeras diciendo que iría rápidamente a las duchas, pero llegado ese momento, aparentemente crítico, no estaba segura de que hubiese sido una buena idea.
— ¿Alejandra? —preguntó temerosa adentrándose finalmente en la sala y cerrando la puerta tras ella con delicadeza— Alejandra si eres tú ahórrate el susto. Vamos a zanjar esto de forma madura y normal, a poder ser. —habló acercándose a las estanterías.
Con cautela comenzó a acercarse hacia la zona más oscura de la biblioteca. Eran cuatro pasillos medianamente estrechos y largos, formados por las estanterías de los libros y las paredes de aquel sitio. La tenue luz de la luna no conseguía pasar por aquellos huecos, y puesto que la luz de la sala estaba apagada por el mero hecho de que estaba prohibido estar allí a esa hora, hacía que el fondo de la sala fuera el más oscuro. Antes de adentrarse en uno de los pasillos divisó una silueta acercarse a ella, a la vez, que con más claridad escuchaba unos pasos también aproximándose.
— Vamos a zanjar esto de forma madura. —repitió Mimi a modo de burla, soltando tras ello una carcajada.
— Eres gilipollas. —suspiró Miriam, antes de acercarse a la otra rubia y darle un golpe con enfado en el brazo.
— ¿A dónde vas con eso? —preguntó con una sonrisa vacilona al ver que Miriam traía su neceser y sus toallas bajo el brazo.
— Pues chica, mi coartada. Supuestamente estoy en las duchas. Le digo a Úrsula y Ágata que voy a hablar contigo y me atan a la cama. Que además, después de lo acontecido últimamente, cabía la posibilidad de que no fueras tú. No te hacía tan romántica.
— Te sorprenderías. Pasa al fondo, anda. —la indicó con el brazo aún con una sonrisa y leves carcajadas protagonizando su rostro.
— Chica, una lucecita o algo. —dijo avanzando a oscuras hasta el fondo del pasillo encontrándose con una mesa de madera pegada al fondo de la pared.
— Que ya voy bocachancla, y habla más bajito. —volvió a reír Mimi, sacando un móvil del bolsillo y encendiendo su linterna. Posteriormente se subió a la mesa y se sentó apoyando su espalda en la pared.
— Encima insul... ¿Tienes un móvil? —se auto interrumpió alucinada. Mimi asintió orgullosa— Yo es que flipo. —habló imitando los movimientos de la otra rubia, subiéndose ella también a la mesa, ya que no consiguió visualizar ninguna silla cerca.
Tras esas últimas palabras, ambas se quedaron en silencio durante unos minutos. Era una sensación difícil de explicar, sobre todo para Miriam. Saber que estás en un lugar donde no deberías, y con quién supuestamente no deberías, y aún así sentirte más relajada y a salvo que durante todo ese día.
Era raro, pero se sentía absolutamente bien justo en ese momento con Mimi.
— ¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó al cabo de un rato observando como la luz del móvil, que reposaba entre ambas sobre la mesa, ensombrecía algunos rasgos del rostro de Mimi.
— Es tranquilo, ¿no? —dijo mirándola por primera vez a los ojos en ese rato, aunque no tardó en desviar su mirada después de ver a Miriam asentir— Pues eso.
