— Señorita Rodríguez, ¿entiende los cargos que se le imputan? —preguntaba la jueza con tono imponente.
Miriam simplemente asintió en estado de shock, sabía que en ese momento todas las pruebas apuntaban en su contra y sería difícil salir impune de aquella sala, así que con aquel simple movimiento de cabeza, confirmó su culpa, aunque para ella fuese la última persona responsable de lo que pasó.
— Bien, pues, Miriam Rodríguez, queda condenada a cinco años de prisión.
...
— Mi nombre es Carolina García, soy la jefa de módulo, aunque para todas las internas soy simplemente la gobernanta. —hablaba una señora uniformada de unos cuarenta años— Desnudaos por favor, y dejad vuestra ropa en las cestas numeradas. —continuaba impasible— En esta prisión el día comienza a las siete de la mañana, así que mañana cuando oigáis la sirena, tenéis quince minutos para vestiros, hacer la cama y formar para el recuento en celda. Después comienzan los desayunos, y los talleres de trabajo de los cuales seréis informadas puntualmente. ¿Alguna pregunta?
— ¿Cuándo y cómo puedo llamar por teléfono? Porque aquí siempre cambiáis el procedimiento. —preguntaba una chica rubia de pelo largo y con diversos tatuajes en los brazos.
—Tenéis que presentar una solicitud para cada llamada, ésta tiene que ser aprobada por dirección. Si es aprobada, se os dará una tarjeta válida para una sola llamada, que tendréis que introducir en la cabina para poder realizarla, ¿algo más?
— Ehhh, sí... ¿hay baños en las celdas? —comentó Miriam en tono nervioso intentando tapar lo máximo posible su cuerpo, ya desnudo, con sus brazos. Era una persona bastante pudorosa en ese aspecto. Pero en esa situación, ¿quién no?
— No, bonita. —respondió con sarcasmo la gobernanta— Los baños son comunes, hay uno por cada módulo, con varias duchas para que no se forme mogollón. Por las noches también podéis hacer uso de él, por si os da vergüenza o miedo coincidir con las demás reclusas. Pero de noche queda terminantemente prohibido quedarse charlando por los pasillos.
— ¿No cerráis las celdas por la noches? —preguntó asustada la gallega.
— Sí, pero esto es una prisión de libre tránsito controlado, en el interior de cada celda hay dos botones, uno para abrir y cerrar la puerta por si por la noche necesitáis salir, y otro de emergencia, por si ocurre cualquier percance en la celda. Se pulsa ese botón y en menos de cinco minutos llegará un funcionario. He de decir que ninguno de estos dos botones, estarán en funcionamiento si la prisión está en pleno código rojo o negro.
— ¿Código rojo o negro? —la gallega estaba más que desubicada.
— Sí, ya sabes, una fuga, asesinatos, motines... —apuntó la chica tatuada mientras repasaba de arriba a abajo el cuerpo de la gallega.
— ¡Cállese, Villar! —gritó la gobernanta— Y una última cosa, sois novatas...
— Yo no. —interrumpió la rubia tatuada, provocando que la gobernanta rodara los ojos.
— A excepción de Villar, tú eres novata. —se dirigía a Miriam mientras se vestía la mano derecha con un guante de látex— Y cuando cruces esa puerta, te van a humillar para someterte, intentarán que escondas su droga o que la recojas en vis a vises ficticios... No lo hagas. —sentenció mirándola a los ojos— Poned los pies sobre la línea y daos la vuelta, las manos apoyadas en la pared y abrid bien las piernas. —las dos chicas obedecieron a la mujer— Os pedirán dinero y favores a cambio de protección, pero eso usted ya lo sabe, ¿verdad, Villar? —continuaba mientras introducía un dedo en el recto de la rubia, provocando en ella una mueca de desagrado y un incómodo nerviosismo en el cuerpo de la gallega que observaba la escena atónita— No cedáis nunca, manteneos firmes, pues los delitos aquí dentro conllevan una pena aumentada y se daría por perdido, inmediatamente, cualquier intento de reducción de condena. —continuaba mientras se deshacía del guante y procedía a ponerse uno nuevo.