Capítulo 7

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Por un momento, sólo por un momento, algo ocurrió entre ellos, pero luego Hoseok giró la cabeza para mirar al niño, con el corazón acelerado.

Claro que Jungkook siempre había tenido ese efecto en él. Podía hacer que le temblaran las rodillas con una sola mirada. Todo lo demás se volvía irrelevante.

Salvo que no era irrelevante y allí estaba el niño para recordárselo.

Tenía las pestañas y el pelo oscuro como Jungkook y, al verlo, se le encogió el corazón. Afortunadamente, el pobre niño ya estaba encontrando un sitio en su corazón.

—Pobrecito —murmuró, acariciando su cabecita con mucho cuidado—. Debes echar de menos a tu mamá... y estarás preguntándote qué haces en este sitio extraño —Hoseok miró a Jungkook de soslayo—. Lo siento, supongo que es absurdo hablarle a un niño que está dormido.

Sus ojos se encontraron y, en ese momento, supo que él estaba pensando en el hijo que podrían haber tenido. Pero la imagen era demasiado dolorosa y apartó la mirada, decidido a no torturarse a sí mismo pensando en algo que nunca podría tener.

Si hubieran tenido un hijo tal vez aquello no habría pasado. Pero ése había sido otro fracaso en su relación, otro más para añadir a la larga lista.

—Es precioso. Tiene el mismo color de pelo que tú.

—Eso es un milagro —replicó Jungkook—. Pero te aseguro que tu hermano era su madre.

Hoseok tuvo que hacer un esfuerzo para no replicar.

—Jin estaba muy seguro de sí mismo, supongo que es por eso por lo que siempre tenía éxito. Sencillamente, no le entraba en la cabeza que había algo que no podía tener —murmuró. Incluso a su marido—. Como tú, jamás se cuestionaba a sí mismo y no tenía dudas. Teníais eso en común.

—Un doncel dominante.

—Sí, eso es.

Él siempre se había sentido inseguro con Jin. Sencillamente, no podía estar a su altura. Incluso de niños se daba cuenta de que caminaba a la sombra de su hermano mayor.

E incluso tras su muerte, Jin había dejado esa sombra... una sombra oscura que había robado la luz a su matrimonio. A su vida.

—Dejémoslo dormir —dijo Jungkook—. ¿Has cenado algo?

—No —Hoseok se preguntaba cómo podía pensar en eso ahora—. Es más de medianoche y pensaba irme directamente a la cama.

—No vas a irte al hotel. Tenemos que hablar... y yo necesito un café, así que charlaremos en la cocina.

Demasiado cansado para discutir, Hoseok lo siguió por la escalera. La cocina era otra habitación que lo había sorprendido cuando vio la casa por primera vez. Una inteligente combinación de mobiliario moderno y tradicional, con un horno de leña y una pared enteramente de cristal. Como resultado, el jardín parecía ser parte de la habitación y la mesa estaba colocada de tal forma que siempre parecía que uno estaba sentado al aire libre.

—Siéntate antes de que te caigas —dijo Jungkook, mientras sacaba una bolsa de café y un molinillo eléctrico.

—Sigues moliendo el café —murmuró Hoseok.

Era una de las cosas que había descubierto de él desde el principio: sólo quería lo mejor. Fuese en arte, en café, en parejas... Jeon Jungkook exigía perfección total.

Lo cual hacía más sorprendente que lo hubiera elegido a él.

Y era tan competente en la cocina como en todas partes. Jungkook tenía personal de servicio porque siempre estaba ocupado, no porque no supiera cocinar. Y a veces, él lo sabía bien, prefería estar solo.

—¿Por qué no me habías dicho que el niño estaba aquí? —le preguntó—. ¿Por qué he tenido que enterarme por los periódicos?

—Tú te fuiste de aquí, no había razón para pensar que estarías interesado.

Hoseok apretó el respaldo de la silla hasta que sus nudillos se volvieron blancos.

—¿Por qué estás tan enfadado conmigo? Deberías pedirme disculpas o al menos mostrarte incómodo, pero estás...

—¿Cómo estoy, Hoseok?

—Estás furioso. Y no lo entiendo.

Jungkook no se molestó en responder a esa afirmación.

—¿Quieres una taza de café?

—No, gracias. Lo haces tan fuerte que no podría dormir.

Aunque no dormiría de todas formas. La adrenalina corría por sus venas como una droga. Quería caminar, correr... ¿llorar?

—Muy bien, vamos a hablar —dijo Jungkook entonces, dejando la taza sobre la mesa. Los faldones de la camisa abiertos, revelando su estómago plano...

Hoseok tuvo que apartar la mirada.

—¿De qué tenemos que hablar?

—Si no te sientas va a ser una conversación agotadora. Y ya pareces a punto de desplomarte.

Hoseok se dejó caer sobre la silla.

—Estoy bien.

—Pues no lo parece. Deberías haberme dicho que ibas a venir a Seúl, te habría enviado un jet.

—No me habría sentido cómodo.

—Sigues siendo mi esposo. Tienes derecho a ciertas cosas.

—No quiero nada de ti —replicó Hoseok, irguiendo la espalda—. Salvo las cosas que tengas del niño. Sería absurdo comprar otra cuna y todo lo demás cuando ya lo has comprado tú. Pero mañana me llevaré a Jimin de tu vida y así podrás volver a tu teléfono y a tus... —estuvo a punto de decir actrices, pero se lo pensó mejor— y a tus noches de juerga.

Por el rabillo del ojo vio que Jungkook apretaba con fuerza la taza.

—No quiero hablar de Jimin. Quiero que hablemos de nosotros.

El corazón de Hoseok empezó a latir con fuerza.

—¿Por qué?

—Porque es importante.

—No hay nada que hablar. Nuestro matrimonio se ha terminado.

—Me hiciste promesas, Hoseok. En esa iglesia del pueblo nos hicimos promesas los dos —Jungkook dejó la taza sobre la mesa—. En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, ¿recuerdas?

Él levantó la barbilla, orgulloso.

—Y serán los dos uno solo...

—Debería haber imaginado que me echarías eso en cara —murmuró él, sin dejar de mirarlo a los ojos—. Pero me has preguntado por qué teníamos que hablar... pues deja que te lo diga: eres mi esposo y eso es indestructible. No es algo que uno tome o deje según el humor que tenga. Es para siempre.

—Jungkook...

—Tú has decidido volver, Seokie—el brillo en los ojos de Jungkook era peligroso—. Y vas a quedarte. 

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