Capítulo 20.

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Dylan:

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Dylan:

Siento mi móvil sonar, me remuevo en mi lugar kloeh sigue durmiendo y me fijo en la hora son las 10:00 de la mañana, quito su brazo que está alrededor de mi cintura sin que se despierte me siento en la cama y me pongo los zapatos, cojo mis llaves y el móvil. Es una notificación de el evento en donde dicen que pasará para las 21:00 pm.

Salgo del departamento de kloeh dirigiéndome en el elevador ignorando el dolor de cabeza que me martillea constantemente, llego a la planta baja el portero se percata de mi presencia y me mira con mala cara, lo ignoro completamente no estoy para estupideces. Pido a un personal que me traiga la camioneta entregándole las llaves, un hombre corpulento y con tatuajes entra al edificio su mirada choca con la mía, y no es una mirada cálida, es una desafiante y seria.

No le quito la mirada hasta que se sube en el elevador, el personal llega con la camioneta y me subo en ella dirigiéndome al Hotel, mi vista va dirigida a mi muñeca y me doy cuenta de que me he olvidado el Rolex en la casa de kloeh, más tarde la enviaré un mensaje avisándola que me la he dejado.

Llego al hotel, entregó mis llaves al valet-parking entro dentro del gran edificio las recepcionista me saludan pero yo las ignoro, me urge un baño y cambiarme de ropa.

Pido que me suban unos analgésicos y algo para comer ya que aún no he comido nada. Veo las noticias empresariales y solo hay comentarios de que el diseñador Edward Cox ya está hospedado en el Hotel Sheraton. Mismo hotel en donde llevará su lanzamiento acabo. Ignoro todo lo que tiene que ver con ese imbécil, siempre quiso hacer quedar mal al ADMM en el mundo de la moda. Pero siempre hemos demostrado que somos lo mejores de Los Ángeles y el mundo entero.

Cojo el móvil marcando el número de Samantha, hoy es su día de trabajo así que no podrá decir nada si le pido algo. Un tono, dos y al tercero contesta.

Hola —contestan al otro lado.

—Señorita Smith… —digo, pero su bufido me detiene.

¿Ah, Señor Marchetti?, pensé que se había atragantado con su cena —dice con voz sarcástica—, no esperaba su llamada.

—Cuide bien sus palabras, Señorita Smith… —las palabras se quedan en el aire cuando escucho una risa de su parte.

¿Acaso se esta burlando de mí?

—¡¿Qué es lo que le causa tanta risa?!—replico.

Usted debería también aprender a cuidar sus palabras —responde con una voz seria.

Mi mente me hace entender a que se refiere, no quisiera hablar de ese tema con ella por teléfono; por lo tanto le digo mi motivo de mi llamada.

—Necesito que se comunique con las mejores florerías de New York —prosigo—, y pida un ramo de peonías.

INGENUOS. (En Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora