CAPÍTULO XLIX

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mi móvil vibró repetidas veces durante el recorrido hacia casa de Raquel, lo ignoré, tenía mayores cosas por las que preocuparme ahora, como por ejemplo, pensar en decirle a mi madre lo arrepentida que estaba de mi decisión, y explicarle por qué conducía sin licencia.

─ ¿Qué haces aquí? ─despotricó Raquel al verme.

─Perdón ─susurré con un nudo en la garganta. Fue cuestión de segundos para que me tirara la puerta en la cara, dejándome completamente petrificada y dolida ─. ¡Mamá, perdóname, por favor!

Lloré muy fuerte. Adentro parecía desencadenarse un pleito entre Bruno y Raquel, oí sus gritos y alegatos, casi todos en mi contra, puestos sobre la mesa por mi propia madre.

Me deslicé sobre la pared y me senté en posición fetal sobre el piso de madera, hecha un mar de lágrimas, devastada, creyendo en que ese sería mi final. Después de unos minutos escuchando los mismos gritos como música de fondo, escuché venir pasos en manada hacia la puerta.

─ ¡Es todo lo que queda de ti en esta casa!, ¡NO VUELVAS!

Retumbaron sus palabras en mi conciencia, y se clavaron en mi pecho haciéndolo añicos. Mi madre me lanzó dos bolsas de basura en las que supuse, empacó lo que quedaba de mí en la habitación, también me lanzó al césped varias fotografías en las que yo aparecía con ella y con mi padre, y varios peluches que adornaron por años mi cama.

Corrí a recoger todo, sin todavía creer lo que mi madre había sido capaz de hacer. Lloré tanto que mojé las fotos y mi blusa, estando de rodillas volteé hacia la entrada y la vi, de pie, hilarante en enojo, entre forcejeos con Bruno para cerrar la puerta.

Oí golpecitos sobre los vidrios muy al fondo de mi cabeza. Insistentes. Atornillando mis tímpanos. Luché contra mis párpados para abrir los ojos, pero además de tenerlos pesados, los tenía hinchados y el sol vespertino de esa tarde los golpeaba sin compasión.

─Jovencita. Despierte ─escuché con lucidez.

Lulú empezó a ladrar frente una de las ventanas.

─Buenas tardes, oficial ─murmuré al tiempo que me percaté del lugar en que me había quedado dormida después de conducir por horas. Starbucks.

Estoy en problemas.

─ ¿Me deja ver su licencia?

─Yo...sí, creo haberla puesto en algún lado ─sonreí muerta del pánico.

Revisé la guantera, los bolsillos traseros de los asientos, mi maleta. ¡Dios, ¿y ahora?!

─Señorita, no tenemos toda la tarde.

─Lo siento, de verdad lo siento, no recuerdo en qué lugar puse mis documentos.

─ ¿Intenta vernos la cara? ─con una linterna alumbró mis ojos ─. Salga del auto ya mismo.

─Pero...

─ ¡Ahora!

Al salir del auto una joven oficial me dobló sobre el capó de la camioneta, con las manos sobre mi cabeza y las piernas separadas. Era la primera vez que padecía una requisa. Me tocó hasta mis pequeños senos y se rió de lo tensa que me puse. Aprovechada.

─Está limpia ─dijo la oficial.

─ ¿Condujo sin licencia hasta aquí? ─preguntó el sujeto de robusta complexión.

─Oficial ─oí su voz ─, yo conduje.

Me volvió el alma al cuerpo.

─ ¿Y... usted quién es?

Prohibido, profesor © TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora