CAPÍTULO XXV

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Se cumplía otra navidad completamente solo, sentado en un sofá frente a la chimenea con una copa de vino tinto a medio acabar.
La quería por todos los cielos junto a mí, aunque no hubieran regalos qué abrir, ni tarjetas navideñas por leer, Emmy era todo y nada en ese momento.

Inspiré hondo pasando del incordio dolor que venía sintiendo desde la noche anterior, posteriormente fui a la entrada donde insistían en dañar el timbre.

─ ¡Feliz Navidad! ─gritó Keire, me abrazó entusiasta y me entregó una botella del mejor chianti y un pastel en su caja ─. Supuse que estarías solo. ¿Me dejarás conocer tu bella casa?

Me faltaron las palabras, estaba estático frente a ella sin permitirle el paso. ¿cómo supo la dirección?

─Por supuesto ─escupí disimulando la sorpresa ─. He, gracias por el obsequio.

─No fue nada ─sonrió, con lentitud se quitó el saco que traía y me lo entregó. En ningún momento dejó de mirar el interior de la casa, incluso, se veía entretenida analizando el inmenso espacio.

─ ¿Quieres una copa de vino?

─Por favor ─me dedicó una jovial sonrisa a boca cerrada.

Pensativo me dirigí al minibar de la cocina y saqué una copa, al regresar a la estancia Keire estaba junto a la chimenea reparando algunos retratos que había conseguido fotografiar en mis viajes por Moscú.

─Fueron buenos momentos ─comenté al tiempo que le hice entrega de la copa servida.

─Eras imparable ─me guiñó un ojo para luego sentarse en el sofá de cuero cerca de la hoguera ─. Déjame decirte que tu casa es hermosa, debió costarte un dineral.

─Gracias, la verdad no le puse mucha atención a la arquitectura, solo quería un lugar cerca del trabajo.

─Eso lo sé. ¿No piensas preguntarme cómo conseguí la dirección? ─inquirió con suspicacia, elevó una ceja mientras sorbió de la copa.

Intenté mostrarme desinteresado en la respuesta, simplemente negué y terminé mi copa.

─Lo importante es que te has acordado de mí hoy día de navidad.

─Yo siempre me acuerdo de ti, tu eres el indiferente. Ni siquiera tuviste la amabilidad de invitarme a tu nueva casa.

─Con los asuntos del trabajo, se me ha pasado. Perdóname.

─Como sea, ya estoy aquí ─sonrió ─. ¿quieres mostrarme la casa?

Conocía a Keire como a la palma de mi mano, era astuta y persuasiva, sabía cómo nadar en un río turbulento sin ahogarse, era una experta en el arte de la seducción y lo que podía parecer una simple e inocente petición, en ocasiones, era una trampa.

─Por supuesto ─apreté la mandíbula al igual que la copa vacía ─, Sígueme.

La conduje en silencio hasta la cocina, ella se encargó de escrutar cada rincón; luego le mostré mi pequeño despacho de la planta baja y algunos pasillos que daban con el patio, ella parecía encantada.
Cuando llegamos a la segunda planta le hice un breve recorrido por las habitaciones para invitados y los baños, pero dejé por fuera mi habitación y Keire alcanzó a darse cuenta.

─No me has mostrado lo que hay tras esa puerta ─habló.

─Es mi cuarto, nada del otro mundo ─me dispuse a bajar las escaleras cuando escuché el rechinar de la puerta, me volví a ella, intenté evitar que entrara pero era demasiado tarde.

Apreté los nudillos e inspiré profundo en un intento por ser paciente, pero eso no aseguraba que fuera a aguantar mucho.

─Venga, esta habitación es enorme ─se sentó en el borde del colchón ─, lastima que no hayas desempacado aún varias cajas, aquí fácilmente cabrían tres camas de ésta. Por dios, y huele muy bien aquí, ¿es tu loción?

─Sí, es... es una loción que uso por las noches ─apreté el manubrio de la puerta, estaba muerto de rabia, si algo odiaba de las visitas era que invadieran mi privacidad.
Todo lo opuesto a las visitas de Emmy, ella nunca iba a donde no se le invitaba, siempre esperaba que fuera yo quien le pidiera entrar, usar y ver las cosas.

El timbre sonó un par de veces, Keire frunció el ceño al igual que yo, bajé preocupado por quien pudiera estar tocando, no esperaba a nadie, ni siquiera a Emmy ya que tenía pensado asistir a una reunión familiar.

─ ¡Feliz Navidad, John! ─espetó mi pequeña. Juro que el dolor con el que había estado luchando desde la noche anterior se intensificó. Los gestos de Emmy se marchitaron al notar mi tensión ─. ¿He venido en mal momento?

─Ehm... claro que no, cielo ─salí de la casa y cerré la puerta detrás de mí, por lo que Emmy desvió varias veces la mirada a mi espalda.

─ ¿Te sientes bien?

─John, ¿quién era? ─apareció Keire antes de que pudiera contestarle a Emmy, ambas se miraron sorprendidas ─. ¿Eres Emmy Hudson, cierto?

─S-sí señorita ─más que nerviosa se escuchaba dolida, la tarta que traía en sus manos, que seguramente era para mí, estaba en peligro de caer puesto que ella temblaba.

─Déjame ayudarte ─la ayudé con la tarta, que, por cierto, lucía bien con los toques de crema rosa.

─Perdonen que los interrumpa ─musitó sin dejar de mirar a Keire, quien no dejó de analizar la escena.

─No pasa nada Emmy, John y yo tampoco hacíamos mayor cosa, ¿qué tal y pasas a la casa y pruebas un pastel que traje?

─No se preocupe señorita Keire, yo solo vine a traerle ésta tarta a John, digo, al profesor Hunter. Chao. Pasen un feliz resto de día.

Sí, como era de esperarse Emmy salió casi que corriendo de aquel lugar; no se detuvo ni un segundo para echar otra mirada a la casa, iba como alma en pena por toda la calle causando que mi corazón se partiera de remordimiento.

Inlcuso, admito que cuando vi sus ojos cristalizarse también me embargaron las ganas de llorar. No quería verla sufrir por un maldito malentendido.

─Vaya, qué chica más simpática ─comentó Keire ─. ¿entramos?

Tragué los sinsabores y asentí, tenía que ocultar a toda costa que la presencia de Emmy había causado estragos dentro de mí, por lo que actúe tan calmado como pude.

Los siguientes días no supe nada de Emmy, las llamadas se iban a buzón y la ventana de su habitación permanecía cerrada. La busqué en el karaoke, en la pista de hielo que habían abierto al público muy cerca de la escuela, pero en ningún momento apareció.

─Emmy, yo... ─estuve en silencio a esperas de que se disipara el dolor en mi voz ─, espero que te encuentres bien, por favor llámame cuando puedas.

─ ¿Usted es John Hunter? ─se me acercó una enfermera. Asentí ─. Sígame, el doctor Arnold lo espera.

Antes de ir tras la mujer le eché un último vistazo al celular, quizá esperaba ver un mensaje suyo de último momento.

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Gracias por seguir atentas a la novela, pronto llegará a su fin.

Prohibido, profesor © TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora