CAPÍTULO XXXII

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─ ¿Te gusta?

Me mordí el labio, no supe qué contestar, John era imprescindible y cada sopresa que me daba superaba la anterior. Miré por milésima vez el mantel en el césped acompañado de un canasto para picnic y una botella de vino enfundada en una cubeta.

─Eso no es todo ─lo escuché decir a mis espaldas y cuando me volví a él estaba hincado ante mí sujetando un hermoso cachorro con un enorme moño rosa en su cuello ─, ¿quieres formar una familia conmigo?

Me cubrí la boca.

─Vamos nena, di algo ─sonrió.

─John, esto, esto es demasiado ─solté entre lloriqueando, de inmediato él se reincorporó y me abrazó fuerte.

─Comparado contigo nada es demasiado.

─Gracias, no me lo... ─dije mientras me separaba de sí, pero al mirarlo noté sangre en su nariz ─, ¡oh, por Dios!, estás sangrando.

Automáticamente se cubrió la zona con una mano, luego sacó su pañuelo y trató de darme la espalda en lo que se limpiaba pero no lo dejé.

─John, ¿te duele?, ¿quieres ir al médico?

─Es, es una simple hemorragia, me pasa cada que el cuerpo quiere ─sonrió sin convicción.

─No está bien que la normalices.

─Emmy, calma ─se sentó sobre el mantel, dobló el pañuelo ensangrentado y lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón. Estuve de pie sujetando al cachorro presa de la conmoción, pero a John parecía no importarle nada.

Sirvió en un par de copas un jugo amarillo, luego me extendió una rebanada de pan con mantequilla que el cachorro me arrebató causándonos gracia.

─Pobre, tenía hambre ─comenté.

Me senté junto a John, traté de pasar por alto el pequeño suceso de la sangre y me concentré en disfrutar de la hermosa velada. Como todas veces que estaba con John, el tiempo corría en vez de caminar y la hora de volver a casa se acercaba.

Esa noche Laura se tomó el trabajo de pasar por mí al parque y llevarme a casa sin que Raquel sospechara de nuestra salida, también se quedó con el cachorro mientras yo buscaba la forma de decirle a mi madre que traería una mascota a la casa.

Primer día de clase y llegué como de costumbre, corriendo, estrenando los regaños de John que parecían no terminar.

─Si vuelve a llegar tarde la mandaré a mi oficina a hacer varias planas, ¿entendió, señorita Hudson?

¿Planas?

¿En serio, John?

Me mordí el labio para no reir, verlo fingir indignación por mi retraso ante toda la clase me empezaba a causar muchísima gracia.

─Que si entendió, señorita Hudson.

─He, sí, claro que sí señor ─lo miré fijamente, en su mirada había un complemento raro que me decía que no estaba fingiendo, que de verdad estaba molesto.

─Tome asiento ─ordenó con fastidio haciendo añicos mi corazón.

Por supuesto no me mostré afectada, pero cuando llegué a mi habitual puesto frente a su escritorio sentí una punzada de dolor en mi estómago.

─El viernes tendremos la excursión en el campamento del río como se planeó, gracias a la sugerencia de la señorita Hudson claro está, y también gracias al profesor de biología que avaló la idea ─dijo mi profesor.

Prohibido, profesor © TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora