Capítulo 7

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Al estar dentro de su casa, pude ver las paredes pintadas de blanco y un tono grisáceo en estas, en realidad, la casa de Everest no poseía muchos colores vivos, bueno, no tenía colores y ya, todo era muy neutro.

—Perdón si mi casa no tiene tanta vida como la tuya, pero—

—No me tienes que explicar si no quieres —me agradeció con la mirada.

De algún modo, pude darme cuenta de lo incómodo que le iba a resultar hablar sobre eso.

—Ven —agarró mi mano y me llevó escaleras arriba, guiándonos a un balcón, permitiéndonos divisar algunas cosas a distancia, los árboles, gente en las calles, autos. La tarde no estaba soleada, no había colores brillantes en el cielo, la luz del sol era opacada por las nubes. Nos sentamos en una hamaca que colgaba de unos tubos—. Me gusta estar aquí, es relajante.

—Me doy cuenta —la fresca brisa recorría nuestra piel ligeramente—. Es refrescante aquí arriba.

—Lo sé, por eso me gusta.

—Sería genial si pudiera escribir aquí, las ideas vuelan en un lugar como este, podría sentir cómo el mundo se vuelve... distante a mi alrededor y las personas no existen, sólo disfrutando el momento.

Modo poeta: activado.

—Pues, hazlo —creo que en ese momento, no pensó cuando dijo sus palabras.

—¿Qué?

—Escribir, puedes venir cuando quieras.

—N-no lo sé, no quiero incomodar a tu familia al venir acá a cada rato.

—No lo harás, mi padre está harto de que me la pase sin amigos, y mi mamá ya no sabe qué hacer conmigo, así que puedes venir cuando quieras. Es más, ven mañana, además de que estoy más que segura de que no tenemos otra cosa que hacer.

—¿Estás... hablando en serio?

—Claro —cuando por fin la miro, sonrió, y no fue de esas sonrisas falsas que me daba para hacerme creer que todo estaba bien, no, era una verdadera, una sonrisa, y me la dio a mí.

—Gracias —nuestros rostros se acercaban poco a poco, sus labios eran finos y rosáceos, a vista podías notar que eran suaves. Nuestros ojos se mantuvieron cerrados y estuvimos a punto de besarnos, pero cuando nuestros labios hicieron un mínimo roce, ella habló, aún sin abrir nuestros ojos.

—¿Qué estamos haciendo? —susurra.

—No tengo ni la más remota idea —ella misma terminó alejándose de mí, acortando la distancia entre nosotros, abrí mis ojos como si estuviese volviendo a la realidad. No me miró a mí, su mirada fue a sus manos, concentrada en sus dedos, que jugueteaban con su blusa.

—¿Te gusta escuchar música?

—Sí, la música es lo que me acompaña cuando escribo. O en cualquier otra cosa. ¿Y a ti?

—Sí, es relajante. Blee ¿qué es lo que más te gusta de mí?

Todo, Eve.

—¿D-de ti? Me gusta tu sonrisa, tu cabello rizado, tus ojos, en especial tus ojos porque son como del color de la miel y, me gusta la miel, también, me gustan tus labios y...

—Sólo te pregunté por una cosa.

—Entonces... todo.

—No te puede gustar todo de mí.

—Claro que sí, ¿por qué no?

—Porque tengo tantos defectos.

—Me gustan a pesar de lo que son, y ellos te hacen ser lo que eres, todos tenemos defectos.

—A nadie le gustan los defectos.

—A mí sí.

Es que cuando nos gusta alguien, uno le gusta todo de esa persona, Everest, hasta sus defectos.

Ups ¿lo dije?

—Eres tan extraño, Blee.

—Sí, eh, ya me lo han dicho. ¿Y tú? ¿qué es lo que más te gusta de mí?

—Que te asimilas un poco a mí, y nadie suele ser así.

Sí, y de todos modos ¿qué hiciste? Me dejaste.

—¿Te estás diciendo rara?

—Tal vez —yo la miraba, pero ella no a mí, todavía jugaba con la orilla de su blusa.

—¿Puedes mirarme por un segundo, Everest? —esa vez subió su mirada y vio mis ojos profundamente, dejándome ver a la verdadera persona que llevaba dentro por un segundo. Esa fue la primera vez que Eve me dejó ver voluntariamente a través de ella, sin vacilar y sin dudas, sólo dejó que la mirara. Sus mejillas estaban sonrosadas y su mirada expresaba encanto y fascinación, ese día no creí que sus ojos me miraran de esa manera tan profunda y conmovedora—. ¿Por qué me miras así?

—¿En serio no sabes por qué?

—No quiero estar equivocado.

¿Tus sentimientos están creciendo, Everest?

—Sé que no lo estás —nuestras miradas se dijeron todo en ese momento, y presentí que nuestros corazones latían al mismo tiempo—. ¿Le dijiste a tu madre que estarías aquí? Deberías irte.

—Agh, tienes razón —comenté parándome, ella hizo lo mismo—. No le dije nada, sí debería irme. Algún día de estos mi madre me va a desheredar.

Negó, con una sonrisa—, Te acompaño a la puerta.

Bajamos en silencio y ya afuera, nos despedimos.

—Gracias por recibirme en tu casa, Everest.

—Siempre serás recibido, Blee —me sonrió, con dulzura. Estaba tan feliz ese día.

—¿P-puedo... abrazarte?

—Sí —nuestro abrazo no duró tanto, pero sé que ella misma se me acercó y hundió su cabeza en mi cuello. Olí su cabello, el cual desprendía un olor a frutas.

¿Es creíble si digo que hasta su cabello me enamoraba?

—Nos vemos, Everest —alejarme de ella me hizo sentir frío de algún modo.

—Nos vemos. Y cuando quieras abrazarme, no tienes que preguntar —asentí con una sonrisa y me fui.

El camino a casa fue tan tranquilo, y sorprendentemente me sentí incompleto cuando llegué a mi habitación y me recosté sin nada que hacer. Aunque escribir era mi mejor opción, no lo hice, y no fue hasta que llegó la noche que me inspiré para hacerlo.


"Estar lejos de ti, es como una tortura. Estar lejos de ti, es como si faltara un pedazo importante. Estar lejos de ti, es como si respirar aire fuese una tarea difícil. Estar lejos de ti, me hace pensar que la soledad es una pérdida de tiempo. Estar lejos de ti, me hace querer cambiar. Eso es lo que causas, cuando estoy lejos de ti"


Cuando lo escribí, pensé en ese frío que sentí cuando me separé de mi abrazo con ella.

Y se sintió así, e incluso peor la última vez que la vi.

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora