Capítulo 40

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—Continúa...

El oficial que me llevó a casa en la noche anterior estaba en mi casa otra vez para preguntarme sobre los hechos del caso de... ella. Yo, de alguna manera trataba de responderle sin perderme entre lo consternado que me encontraba, no asimilaba lo que pasó. No me hacía la idea de que ya... todo había llegado a su fin.

—Eh... sí, como... decía, entré a la casa y..., la vi contra la pared, es-estaba... muy débil y pálida, yo... no sabía qué... ella... ella me dijo que su madre tenía que ver con todo eso, no sé a dónde se fue su madre, sólo que..., ella es la culpable.

Mis palabras salían cada vez más pausadas, mis labios entreabiertos y mis ojos fijos en la nada, siendo más específico, el techo, porque todo el tiempo estuve recostado en el mueble.

—¿Seguro de que no sabes más? ¿Como... un lugar clave a donde su madre haya podido ir? ¿Blee? —llamó cuando no contesté.

—¿Ah? N-no.

Dejó salir aire de sus pulmones con el entrecejo fruncido y apretando los labios.

—Bien. Espero que las cosas mejoren un poco, ¿de acuerdo?

Silencio.

—Un gusto hablar contigo, Blee.

—Mhm.

Ni siquiera le presté atención. Mi mamá que todo el tiempo estuvo sentada a mis pies, se enderezó para abrirle la puerta, intercambiar unas palabras—que no escuché—y volver conmigo otra vez, dejando a mi cabeza reposar en su regazo, cerré mis ojos y dejé que sus dedos acariciaran mi pelo.

—Cielo, ¿quieres... comer algo? Ni siquiera has mirado la cocina en lo que va del día.

—No quiero nada. Estoy... —consideré mi respuesta—, no estoy bien, pero... lo estaré ¿no?

—Blee...

La duda en su voz era perceptible. Abrí mis ojos. A continuación, mi voz se escuchó quebrada, y mis palabras sin esperanzas, —Estaré bien, ¿cierto, mamá?

—Creo... sabes qué, sí, creo que estarás bien, tú sigue adelante, amor.

Esbocé la sonrisa más triste que pude haber dado en... toda mi vida, y cerré los ojos de nuevo, como si eso me fuese a traer algo bueno. Como si al abrirlos otra vez, el dolor ya no estaría ahí porque... todo era un sueño.

Era más real de lo que me hubiese gustado admitir.

El año escolar inició y no tenía ánimos ni para levantarme de la cama. Me despertaba en las noches llorando porque ya todo había llegado a su final. Y había días en los que me levantaba y se me olvidaba el mundo, se me olvidaba todo lo vivido, tan así, que llegué a vestirme con la intención de visitarla, y no era hasta que bajaba las escaleras y mi madre negaba con las lágrimas a nada de salir, diciéndome que no podía verla, que tenía que subir a mi habitación a hundirme en mi destino cruel—no lo decía así, pero así lo sentía yo—entonces yo lloraba en sus brazos con ese sentimiento de pura agonía cayendo en mis hombros.

Pasé por el cementerio, el mismo cementerio en el que compartimos recuerdos. Ver la lápida clavada en el suelo y con su nombre grabado me daba vuelcos en el estómago, porque fue increíble ver cómo pasamos de ir al cementerio juntos, a ir yo solo, a ver su lápida, no hubo ni una sola vez que no lloré mientras veía esas palabras ahí.


Everest Current Emmet.

"Te recordamos porque nunca dejaste de sonreír"

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora