Capítulo 36

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—¿Blee? ¿qué haces sentado ahí?

—Es que no quiero estar con mis primos.

—Ah, Blee. Son tus primos, no puedes evitar a todo el mundo —ella me dio su mano y la tomé para levantarme.

—¿Por qué no? Ellos lo hacen.

—Tienes suerte de que ya nos vamos, sino, te obligaría a volver con ellos.

—Por fin.

—No puedes evadir a todos, aprende a socializar un poco.

—Pero yo no quiero socializar —me quejé como un niño pequeño.

—¿Quieres que te castigue de nuevo?

Me quedé en silencio y procedí a caminar junto a ella y a mi padre que me miró con desaprobación. Tan pronto llegué a casa, no pude conciliar el sueño.

¿Cuál era mi mejor opción? Pues escribir, tenía ganas de leer, pero todos los libros que tenía en mi estante ya los había leído, entonces tampoco tenía ganas de dedicarme a releer uno a esas horas de la noche, ¿qué mejor que expresar mis sentimientos a través de las palabras?


"Cuánto quisiera que fuéramos algo más que unos amigos que nos saben lo que son, que no saben lo que quieren ser, y más importante, que no saben cómo avanzar, puede que sea estúpido, puede que sea inmaduro, incluso parecería un amor inconcluso, ¿qué somos? ¿sabes por dónde va nuestro rumbo?"


"Así mismo como las cosas se ven oscuras, pueden verse luminosas, o así como el cielo se torna de unos colores resplandecientes, llamativos y casi irreales, puede tonarse gris, oscuro y melancólico, ¿quiere decir que si ahora nos estamos queriendo más que nunca, podemos soltar ese hilo rojo que nos sostiene?"


Uff, claro que se podía soltar ese hilo rojo, y qué coincidencia, porque tan solo unos días después de escribir ese poema, a ella no le importó irse, así que sí, dos personas pueden estar totalmente bien, y de la nada, en un abrir y cerrar de ojos, puede desaparecer todo en un tris, en segundos.

Creo que fue al día siguiente cuando sentí disfrutar de todo lo que apareciese a mi alrededor, agradezco eso, ya que fue uno de mis días más felices con ella, entonces, pude memorizar cada pequeño detalle de ella, de su risa, sus ojos, esa obvia alegría que yo le provocaba. Me sorprendió verla sin sus rizos, percibí que no estaba cómoda con eso, que necesitaba cambiárselo antes de que la comenzara a juzgar, lo que a ella no le cabía en la cabeza era que a mí no me importaba sin se ponía un saco de papas, se hubiese visto preciosa con lo que fuese. Primero pasamos por la cafetería y compramos cada uno un jugo, ella de fresa y yo de manzana. Tengo un gusto muy definido por las manzanas.

—Observa esto, Blee —dejó su vaso con jugo de fresa al lado de un árbol, yo antes de seguirla dejé el mío al lado del suyo, también junto al árbol, al menos hasta que nos fuéramos. Nada más a unos metros detrás de nosotros se encontraba el cementerio, nos acercamos, ella se arrodilló cautelosa, con cuidado de no caer al agua—. Una flor creció en la orilla del lago, no sé cómo se llama, pero me ha encantado desde la primera vez que la vi —exhaló, con un pequeño brillo en sus ojos—, y si te fijas bien, tiene una mezcla de tres colores totalmente diferentes. —la flor contaba con seis pétalos con formas indefinidas, dos pétalos amarillos, uno a cada lado del otro, uno de ellos con diminutas manchas azules en los bordes, otros tres pétalos azules, en medio de los pétalos estaba uno rojo con tres manchas amarillas. Una combinación muy interesante y peculiar, que hasta el día de hoy no he encontrado el nombre de la flor en ninguna parte, entonces yo lo tomé como algo más personal.

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora