Capítulo 27

14 2 0
                                    




—¿Hoy si saldrán?

—Eso creo. Todavía no me ha dicho nada.

—Ni modo, hijo. Espera a que te llame, y no seas dramático, no es que se va a morir o algo así.

—Mamá, es difícil cuando sé las cosas que pasan —tonto Blee, nunca se quedaba callado.

—¿Qué..., qué pasa?

—No puedo contarte.

—Entonces para qué hablas —puso sus ojos en blanco y tomó su computadora portátil y fue desapareciendo al descender las escaleras—. Blee, tengo trabajo que hacer, ya hablaremos después de... lo que sea que esté pasando en tu vida.

—No se trata de mí, se trata de ella.

—Ya hablaremos.

—No lo creo —murmuré.

Esperé paciente la llamada de Everest que sí llegó, me dio la dirección del lugar en el que nos encontraríamos. El clima estaba un poco frío ese día, pero no había llovido hasta el momento. Todo se vino abajo cuando mi padre llegó a casa diciendo que necesitaba mi ayuda porque la señora Hillson y su hija tuvieron un pequeño percance y nos pidieron ayuda de nosotros.

—Papá, no puedo, tengo—

—Blee, por favor, tendrás más tiempo para salir, la señora Hillson necesita ayuda.

—Ni siquiera conocía a nuestra vecina, ¿ahora también tengo que ayudarla?

—Blee, ¿qué es este comportamiento tan caprichoso? Haz lo que te digo —su voz se tornó más grave y sus ojos cansados de trabajar me exigieron que no refutara en su contra.

—Está bien —a regañadientes lo seguí hasta la casa de nuestras vecinas y las ayudé a entrar unas cuantas... no, muchas, muchas bolsas de comida a su casa, mientras mi papá se encargó de ayudarlas con el auto que no quería moverse de la acera y se quedó varado ahí.

—Hey, vas a caerte si sigues así de rápido, ¿qué te tiene tan enérgico? —me detuvo Claudia en mi camino de llevar las bolsas dentro de casa.

—Se supone que tengo que reunirme con alguien, y ya que tengo que ayudarlas no puedo irme.

—La de cabello rizado, ¿me equivoco?

—Ella misma.

—Podría hacer algo, pero no quiero —la pequeña esperanza que me quedaba desapareció—. Así que tendrás que quedarte hasta que acabemos.

—Creo que me detestas tanto así como odias al mundo.

—Sí, lo hago. Todo lo que respira cerca de mí me cae mal.

Bufé, rodeé los ojos y tomé otra bolsa. Casi la mitad de la tarde me la pasé así, ayudándolas, y para empeorar todo, también a mi padre. Todo fue un desastre. Cuando ya terminamos, pude suspirar exageradamente y salí corriendo de ahí, antes de salir como carretilla suelta, tiré un grito diciéndole a mi padre que ya iba a irme. Y...

—¡Un momento! —me detuve en seco, seguro con cara de pocos amigos. Me giré a él con pasos lentos y precisos.

—¿Sí?

—¿A dónde vas?

—¿Con Everest?

—¿A qué hora vuelves?

—No... lo sé, creo que...

—¿Por qué vas?

—Mmm, porque Everest me invitó, tal vez —dije cada respuesta con un tono confuso y de obviedad.

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora