Capítulo 19

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—¡Al fin contestas!

Everest por fin contestó a mis llamadas al otro día, en su voz la aflicción se llegaba a transmitir, más que aflicción, era desánimo.

Mi madre se enteró sobre lo que pasó, sabe que dormiste aquí y te fuiste en la mañana. Entonces me encerró en la habitación en todo el día.

—¿Cómo lo supo?

Nos vio, pero no quería decir nada, entonces esperó a que te fueras.

—Perdón —fruncí los labios a pesar de que no pudiera verme—, soy yo el culpable de que eso pasara, debí irme en cuanto pude hacerlo.

Yo te lo permití, no te culpes.

—No tienes que cargar con esa responsabilidad.

Ya no..., ya no quiero hablar de eso, mejor hablemos de ti, de

—¿De mí? Mejor hablemos de ti.

Eres más interesante. Un mejor tema de conversación.

—¿No fuiste tú la que dijiste que no hay mejores ni peores, sólo personas?

Lo recuerdas.

—Claro que lo recuerdo. ¿Puedes abrir los ojos?

Depende de en qué sentido lo estés diciendo.

—Que me encantas —hubo un cálido silencio por un momento—. No me importa si me cuentas sobre tu existencia por horas, yo escucharé, si me cuentas tus problemas por meses, yo estaré ahí, o cuando llores, yo puedo ser el hombro en el que te apoyes y seques tus lágrimas. Entiende que también eres importante —otra vez, el mismo silencio—. Eve —silencio—, Everest.

Un bip me indicó que la llamada finalizó.

«¿Qué le pasó?», me pregunté.

—Muy bien, Blee, la espantaste.

No, Blee del pasado, no la espantaste, no era tu culpa.

No tuve el valor para volverla a llamar, pensé que la abrumé con mis palabras, que los posibles sentimientos que pudo estar sintiendo por mí, se desvanecieran. Esperé con ansias a que ella fuera la que me llamara de vuelta, sin embargo, nunca lo hizo, me ilusioné tanto en que ella fuera la que lo hiciera, que al final del día, cuando el reloj estaba a punto de marcar las doce y en mi celular no hubo señales de ella, desperté de esa ilusión y fui a la cama. No hice mis deberes escolares, no presté mi atención o dedicación a otra cosa que no fuera pensar en su probable llamada.

«Ah, ¿qué me pasa?», pensé cuando dieron las doce, cuando ya era miércoles y no recibí ni una sola llamada.

En la mañana del tercer día de la semana, mis ánimos estaban por el subsuelo, las horas de clases me parecieron más largas de lo habitual y me quedé dormido en medio de todos, denle un aplauso a Blee del pasado. A la hora del receso me senté solo en una esquina como siempre, le escribí pero no contestó, ni siquiera le llegaron los mensajes. Ahí fue cuando mi preocupación aumentó.

Hola, Eve.

Perdón si te abrumé con ciertas cosas que dije ayer, y es la verdad, sin embargo espero que no haya momentos incómodos entre nosotros, o al menos que podamos seguir hablado fluidamente como solemos hacer.

Pasaron tres largas horas y no sentí ni vi ninguna notificación en mi celular de ella. Pensé que como también estudiaba, estaba ocupada y por eso no me contestaba, pero no era eso, además de que no se conectó desde la última vez que hablamos.

Estuve tan preocupado ese día, me culpé tantas veces porque sé que comenzó por mí, cuando se tropezó con sus desordenados pasos y chocó conmigo, derramando su taza de té, así fue como la noté. Me gustaría saber qué hubiese pasado si ella tropezaba cuando ya yo estaba algo lejos y caminando de vuelta a mi casa, entonces el té no habría de caer en mi camiseta y nunca nos hubiéramos conocido. No obstante, puede que estuvimos hechos para encontrarnos, y si no nos encontrábamos ahí, pudo haber sido en otro momento.

La extraño tanto.

¿Por qué te fuiste, Eve?

Everest, ¿pasó algo?

Al menos dime algo, por favor.

O cuando veas esto no tienes que contestarme si no quieres, pero estoy preocupado.

Con tan sólo saber que lo viste me basta.


Nop, nada, no contestaba, ese último mensaje se lo dejé en cuanto dejé la escuela.

Llegué a casa, en vez de escribirle de nuevo, la llamé, y todavía no daba señales de vida. No tenía permitido salir, entonces no podía ir a su casa, ella podía ir a mi casa, pero no sabía de ella. Gran lío, Blee, gran lío.

No me quedó de otra que llamar a su casa, si no contestaba en su teléfono, contestaría desde otra fuente. La alegría se extendió en mis labios cuando escuché su voz, ah, su voz, su voz, su voz que me vuelve... que me volvía tan loco.

¿Hola?

—¡Everest! Al fin, no sabes lo preocupado que estaba, ¿qué ha pasado? Pensé lo peor.

Perdón —me habló en voz bajita, no se escuchaba del todo bien, sonaba alterada, como buscando por protección pero no poder recurrir a esta, así—, no podemos hablar, de todos modos tienes que saber que me encantó que me dijeras eso, te explicaré todo cuando tenga tiempo —farfulló—. Tú también me encantas, adiós —cuando cortó la llamada, fruncí el ceño e intenté procesar las palabras ya dichas.

—Le encanto —murmuré sin poder creerlo.

—¿Dijiste algo, Blee? —preguntó mi padre que acaba de llegar a casa.

—Le encanto —pronuncié con más claridad.

—¿Le encantas? ¿a qué te refieres?

—Me lo dijo.

—¿Puedes decirme qué está pasando?

—Everest me dijo que le encanto.

—¡¿Qué?! —gritó mi madre desde la cocina, no pasaron ni tres segundos y ya ella estaba en la sala con nosotros. Uy, creo que lo dije muy alto—. ¿Everest dijo qué?

—Voy arriba, no vuelvo.

—¡Blee! —volvió a gritar ella, pero yo subí las escaleras tan rápido como pude y me adentré a mi habitación.

Eso si fue encantador.

"No sabía que dos simples palabras pudieran emocionar y arrugar tanto el corazón de una persona, que dos palabras podrían incrementar los sentimientos de alguien en tan sólo unos escasos segundos. Me encantas. Dos simples palabras"

Ya no me acuerdo cuantos fueron los poemas escritos sobre Everest ese día. 


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En fin, a Blee le gusta alguien, me pregunto quién será...

Por aquí los quiere Rayita azul, nos leemos en otros capítulos.

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora