Capítulo 31

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Eve se negó rotundamente a alejarse de mí, no es que yo estuviera de acuerdo, pero no quería ser la razón por la que su madre y ella empeorarán más de lo que ya estaban.

—No, no, no, Blee, esa no es la solución, no... por favor.

—Al menos no encontrarnos cuando tu madre esté cerca. Sabes que con mis padres no hay problema alguno, y a tu papá no le caigo mal... creo.

—Okey, acepto eso, pero lo que no voy a aceptar es que nos alejemos definitivamente, no quiero, no puedo.

—Te entiendo a la perfección.

—Y Blee, sé que quieres ayudarme, pero, por favor, no quiero que hagas nada al respecto.

—Está bien... no haré nada, lo prometo —Obviamente quería hacer de todo lo que estuviese a mi alcance (que no era mucho, recalcando) pero, si no me dejaba hacer una mínima cosa, no podía refutar en su contra, simplemente me quedaba escucharla y estar para ella, en todo momento que ella necesitara.

—Blee, es mejor que te vayas, a mi mamá no le agradará verte aquí.

—De acuerdo. Espero que todo esto... mejore. ¿Hablamos luego?

—Puede ser. Adiós —besé su mejilla y le di un último abrazo antes de marcharme.

Los días siguientes los ánimos de Everest estaban por los suelos, cada vez más trataba de animarse a sí misma y sonreír, pero un momento se quebró y lloró en mi hombro, fue difícil verla así, no porque me molestara que viniera adonde mí para desahogarse, era porque verla triste, verla tan deprimida y en su peor momento me lastimaba a mí también, a pesar de que no se comparaba con el dolor que ella sentía, me hacía daño verla tan decaída y absorta en su flagrante aflicción. Me preocupó aún más que al día siguiente después de que se rompió en lágrimas por un momento de camino a la cafetería, sacó una sonrisa normal, común y corriente, como si el día anterior no hubiese pasado nada. Y eso... siempre fue una de las cosas que me preocupó más, era tan buena mintiendo.

—¿Estás bien?

—Eso creo, he tratado de ignorar lo que pasó hace unos días.

—¿Has intentado hablar con ellos?

—No.

—Eve...

—No lo entiendes, es más complejo de lo que crees que es —dio la vuelta en la dirección contraria a la mía y se sentó de piernas cruzadas, en la orilla del sendero de madera que guiaba al lago.

—Pero —tomé asiento, como ella— es intentarlo, por el momento sólo es eso.

—Lo haré mañana, te lo prometo.

—¿De verdad?

—De verdad.

­­­­—También, no tienes que sentirte obligada, pero mientras más rápido lo hagas, mejor.

—Entiendo, y también entiendo que estés preocupado. Yo también lo estaría si pasaras por algo parecido, o... lo mismo.

—¿Ah, sí? —choqué su hombro de forma de fuera juguetona.

—Obvio, y te aconsejaría de inmediato, lo haría sin pensarlo.

—Bueno... gracias. Pero preocúpate por ti, eso es lo importante ahora.

—Eso hago.

Al día siguiente nada más faltaba una semana para el cumpleaños de Everest. En mi mente deambulaba la idea de comprarle algo para regalarle, y estaba seguro de que le iba a gustar, pero antes de llegar a eso, había una cosa muy importante por hacer.

—Muy bien, estoy lista... creo —empezó a dar vueltas en su espacio y a lamer sus labios con una inquietud preocupante—. Perdí la cuenta de todas las veces que intenté esto, pero supongamos que ahora la tercera es la vencida —detuve sus vueltas nerviosas acorralando sus hombros en mis manos, e hice que nos miraremos a los ojos.

—No te preocupes, puede salir bien.

—O puede salir mal ¿quién sabe?

—No digas eso, si lo repites puede irte mal.

—Okey, Okey, me callo. Ahora sí, lo haré —se dio la vuelta para pasar la puerta pero volví y la detuve.

—Espera, espera, t-tienes... una mancha roja en tu pantalón.

—Agh, no puede ser —estresada, pasó sus manos por su cabello—. ¿Ahora que hago? Ah, ¿Me prestas tu camisa?

—Por supuesto —no lo dudé y rápido me deshice de mi camisa para envolverla y amarrarla yo mismo alrededor de su cintura.

—Gracias, gracias, en serio, muchas gracias. Ahora sí... eh..., ¿qué les digo?

—La verdad, y no te pongas nerviosa, nada más les dirás que...

—Que necesitamos todos ayuda, entiendo, es simple. Entro, les digo, lo hablamos. Entro, les digo, lo hablamos. Ya está.

—Exacto. Simple.

—Se escucha simple, no lo es.

—Entra. Dale, te espero aquí afuera.

—Bien, allá voy.

Pasó por la puerta y lo único que pude hacer fue esperar, esperé un muy largo tiempo, casi una hora, ya que no es algo que se toma a la ligera y ese tipo de conversaciones deberían tomarse en serio. No escuché gritos, o al menos no gritos tan alarmantes. Y cuando llegó el momento de revelarme qué había pasado, fue como si todo siguiera igual que antes, se negaron a aceptar que necesitaban un psicólogo, se negaron a aceptar que había que tomar cartas en el asunto.

—Te lo dije, te dije que no lo tomarían en cuenta. Ni siquiera me dejaron explicar y comenzaron con un sermón sobre que no hay ningún problema para resolver.

—No sabía que era así de... complicado. Pensé que si lo intentabas otra vez sería..., diferente.

—Te entiendo a la perfección, ya me ha pasado.

—¿Qué haremos ahora?

—¿Haremos? No es tu responsabilidad.

—Pero quiero ayudarte.

—Ah... —inhaló y exhaló ruidosamente— ¿Qué haría sin ti? —estábamos sentados en la orilla del sendero de madera, otra vez.

—Eve... prométeme que si algún día no nos vemos más ya sea por esto o lo otro, seguirás a delante a pesar de no estar a tu lado.

—Lo prometo. ¿Y por qué deberíamos dejar de vernos de un día para el otro?

—No hay una razón, sólo es en caso de, me puse a pensar en lo deprimente que sería si no volviéramos a vernos nunca más, entonces espero que puedas con todo a pesar de que no estemos para el otro.

Qué hipócrita de tu parte Blee, pues ella se fue y tú en vez de ayudarte, te sepultaste en tu decadencia.

—De acuerdo —el silencio que se manifestó, más que eso, fue paz, una paz que no sentía con nadie más que no fuese ella—. Sabes, estuve pensando en una de las cuantas veces que fuimos al cementerio y... la manera en la que nos enojamos el uno con el otro porque no sabíamos que pasaba con nuestras emociones, cuando... estaba dudando de si en verdad querías ser mí amigo.

—Sí, mmm... ahora que lo pienso, fue un poco estúpido.

—Apenas nos conocíamos.

—Yo ya sentía que te conocía de toda la vida. Sentí que... la verdad es que me sentí tan apegado a ti que eso me hizo querer que confiaras.

—No me arrepiento de haberte dejado entrar. Y puede que no lo demuestre a flor de piel, pero ahora siento que no puedo dejarte salir. Entiende que la vida contigo puede ser hasta un poco más colorida.

—Sabes que eres más de lo que puedas imaginarte para mí, es... —pensé— un poco aterrador sentir tanto por alguien, lo entiendo, entiendo el sentimiento. Y te aseguro que no me perderás.

No me perdiste, yo sí a ti.

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora