Capítulo 20

25 2 2
                                    




—¿Todavía no has podido hablar con ella?

—No, tampoco sé qué pasó, cuando hablamos, en lo poco que me mencionó, dijo que me explicaría, pero no me volvió a llamar.

—Lamento que no te ha llamado, también lamento decirte que no saldrás a verla, todavía estas castigado —yo estaba desparramado en la mesa, mis brazos estirados delante de mi cabeza y mi frente apoyada en la mesa.

—Mamá —alcé mí cabeza—, ya ha pasado mucho tiempo ¿no crees? El viernes ya estaré de vacaciones, no quiero estar castigado en mis vacaciones —lo pensó un muy largo rato.

—No.

—¿Ni siquiera antes de terminar la escuela?

Silencio.

—Por favor. Por favor. Por favor. Por f...

—¡Está bien!, ay, Dios mío, pero mañana —me emocioné con lo primero pero después volví a la misma posición de unos segundos atrás—. ¿Qué hora es?

—Las 4:17.

—Mañana a esta misma hora se acabará tu castigo. ¿Entendido? Con la única condición de que tienes que pensar en tus actos, y no volver a hacerme eso de nuevo. Y que si pasa otra vez, tu castigo será mucho peor.

—Sí, mamá.

—Muy bien, iré a mi habitación, tengo trabajo por hacer —se bajó de la banqueta en la que estaba sentada y se fue alejando—. ¿Hiciste todas tus labores?

—Sí.

—Okey, cualquier cosa que necesites, ya sabes qué hacer.

—Ajá.

Juro que no había tenido tarde más aburrida que esa en ¡toda mi vida! Fue una agonía, me paseaba por la casa como si fuese un extraño lugar, aunque gracias a eso descubrí que en la sala estaba una planta minimalista y tierna. Sí, ese es mi nivel de distracción.

El sonido de alguien tocando a mi puerta me distrajo, muy raro para ese entonces, es que, ¿quién más iba a visitarme si no era Everest? Nadie lo hace ahora tampoco. Tal vez mi familia.

—Ho-Hola, ¿te conozco? —le pregunté a una chica alta, pelinegra y morena. Era mayor que yo.

—No, soy la hija de la vecina, la señora Hillson.

—Ah, n-nunca las he visto antes, o hablado.

—Tu madre siempre viene a nuestra casa, es que tú nunca sales.

—Lo lamento, e-es que yo no suelo hablar con—

—No me importa, niño. ¿Tu madre está en casa?

—Sí.

—Entonces dile que pase a ver a mi madre. ¡¿Qué esperas?!

—S-Sí —reaccioné a mi breve estado de shock cuando chasqueó sus dedos en mi campo de visión. Cerré la puerta y fui a por mi madre.

—Mamá, la hija de la vecina te está buscando.

—¿Claudia? Oh, ya se conocen, no los presenté porque sé que no hablas casi con nadie, supuse que no te interesaría.

—Hiciste lo correcto, además, no creo que le agrade.

—Blee, no a todo el mundo le caerás mal.

—¿Puedes bajar ya? Es raro que esté allá abajo.

—Ya voy —se levantó de su escritorio, me dijo que volvía en unas horas y bajó las escaleras, abrió la puerta y se fue.

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora