Capítulo 17

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La llamé, la llamé varias veces pero no atendió a ninguna de las cuatro llamadas.

Pensé que lo más probable era que no quería hablar conmigo después de lo que había pasado, pero la realidad era que la llamaba desde el teléfono de casa, entonces al no conocer el número, no contestó. En la noche salí de casa a escondidas para buscar mi celular.

¿Por qué no salí antes y no a horas tan peligrosas?

Bueno, simplemente no me acordaba de haberlo dejado en su casa. También, eso demuestra la poca vida que tengo y lo terco que era, porque mamá ya me había advertido que no saliera sin permiso, y menos a esas horas.

Esperé a que mis padres se durmieran y aún con el pijama que me regaló Everest, salí cauteloso, tal vez dejando caer algún que otro cuadro familiar, pero salí cauteloso—más o menos—hice lo que pude. Cerca de su casa no había piedras, por lo tanto llevé algunas conmigo y cuando estuve debajo de la ventana que llevaba a su habitación, las lancé para llamar su atención.

—¿Blee? —preguntó, sacando la mitad de su torso por la ventana, permitiendo que la fúnebre frisa de la noche se balanceara por sus rizos—. ¿Qué haces aquí? Son las once de la noche. Es tarde.

—Tenía que verte.

—¿No podías llamarme como una persona normal haría en vez de lanzar piedras a mi ventana?

—Dejé mi celular aquí, te llamé desde mi casa pero no contestaste. Además, según los libros y las películas, lanzar piedras a una ventana es romántico.

—Estamos en la realidad, señor escritor.

—¿Puedo pasar?

—Ya vuelvo.

Volvió a cerrar la ventana y en unos pocos segundos ya me estaba abriendo la puerta. Sin hablar, nos abrazamos y suspiramos como aliviados.

—Me alegra que estés aquí. Y lamento que tuviste que irte anteriormente.

—No es tu culpa, lo sé, no te lamentes.

—Ven —jaló de mi muñeca y me encaminó hasta su habitación, en donde pudimos hablar con tranquilidad, la puerta cerrada me reconfortó, raramente. Tal vez porque era de noche y su mamá no sospecharía que un chico pelinegro estaría con su hija—. Mira —dijo parada delante de la ventana—, la luna, la luna es mi satélite favorito, por eso es por lo que la noche me encanta, porque puedo reencontrarme con mi amiga, la luna.

—Oh. —me expresé con sorpresa. Ella no solía hablarme así, esa noche, pude ver cómo su muro de defensa se iba desvaneciendo para darme una entrada importante en la vida que ocultaba detrás de dicho muro.

—Puede parecerte tonto o inmaduro, mas, para mí la luna es algo demasiado significativo en mi vida. Es una amiga más en mi corta lista.

—Y, ¿quiénes más están en esa lista?

—Únicamente, tú.

—Ah, cierto, no tienes más amigos.

—Tú tampoco —habló, como reprochándome, volteándose hacia mi—. Aunque, ¿en serio no tienes algún otro amigo? ¿ni uno solo?

—Soledad.

—Ah, sí, lo recuerdo. Siéntate en la cama si quieres.

—G-Gracias.

Ella fue a sentarse conmigo y nos quedamos mirando el oscuro cielo.

—¿Te irás?

—Supongo, ya es tarde y no quiero molestarte.

Por una Taza de Té [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora