40. Madera

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Traducción

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Dhara escuchaba atentamente el murmuro de la lluvia, pensando que era imposible explicar los sonidos con palabras...

Media tarde. Poca luz. Nubes grises y marrones.

Estoy en mi habitación, con la ventana entreabierta por el calor.

Me siento sobre la silla negra de la habitación, delante de la pantalla del ordenador. Es como si ya formara parte de mi rutina: enciendo el ordenador, me quedo embobada mirando la pantalla, sin sacar nada de provecho, hasta que alguna cosa, cualquier pequeño detalle, me saca que mi abstracción rutinaria.

Esta vez ha sido algo indescriptible, aun así intentaré explicarlo.

Un ruidito casi imperceptible, como notas musicales, que pretenden llegar a lo más profundo del corazón de un adolescente, pero sin que eso sea del todo cierto.

Me giro. Las pocas nubes que coronaban el cielo pintado de un azul apagado, seguramente por la polución, se han expandido y cubren allí donde llega mi mirada. Todo está gris. Mucha gente asocia esto con la mala fortuna, pero yo no; es felicidad.

Me acerco a la ventana. Pasan las horas y ya ha oscurecido. Ya he cenado, he visto un par de películas cutres y un vídeo de una media hora, como una rutina, delante de la pantalla inerte del ordenador. Me tumbo boca arriba encima de la cama. La habitación mantiene una tranquilidad y resta en una oscuridad propias de las noches de invierno.

Sigo sin hacer nada. He quitado las sábanas de la cama, y las he puesto para lavar. Ya no están. Creo que incluso están limpias, dobladas y listas para volver a la cama, pero yo no las he puesto. Que inútil que soy, durante todo el día no he hecho absolutamente nada, pero no he tenido tiempo de ponerlas.

Me tumbo en la cama, desnuda de mantas, sábanas y almohadas.

Leo.

Pasan las horas y sigo igual. Ensimismada mirando la pantalla del libro electrónico. Cada tres páginas que paso, reviso instintivamente si tengo algún que otro mensaje, como siempre, nada.

Otra vez. Eso que me ha sacado de mi mundo a medida ha sido la lluvia. Pero esta vez no he escuchado la lluvia, sino que he sentido el frío.

Vuelvo a la ventana. El frío se me ha pasado, pero me llega un olor indescriptible.

Huele a tierra húmeda, a hierba recién cortada, a humedad contenida en este pequeño callejón de San Cugat.

No huele a eso ni de lejos. Pero me lo recuerda.

Pienso en la lluvia. El sonido repicando sobre la carretera y la acera, sobre el cristal sucio de la ventana, sobre las baldosas del borde de la ventana. Pienso en el olor. Pienso en el frío que aporta a este insufrible calor de verano.

Me dispongo a cerrar la ventana, cuando se me ilumina la cara, la habitación y la calle. Se iluminan el árbol y la farola. Incluso se ilumina la caseta del jardín de abajo.

Cuento con voz firme los segundos que tarda el trueno en llegar. Pero antes que eso pase, ya me he ensimismado. Esta vez miraba imperturbablemente la pantalla de luz proyectada sobre las gotas suicidas. Sin pensar en nada, mente en blanco y cuerpo sereno.

La respiración. Me fijo. Es entrecortada, rápido pero a la vez, profunda. Me calmo, e inspiro suave y profundamente hasta llenar los pulmones. Saco el aire por la boca.

Poco a poco, y con la más sutil de las maneras, cierro la ventana de la habitación.

Vuelvo a ser yo, la adolescente medio perdida en su mundo. Y ya ha habido otra cosa que me ha saca del más profundo de mis ensimismamientos. Con la ventana cerrada, los olores, sonidos y miedos quedan fuera encerrados.

Decido enfocar la vista una última vez, mientras todo sigue igual de tranquilo, a media noche con la luz del libro electrónico como única fuente de luz de la habitación.

Me miro al reflejo sucio de la ventana, mientras veo que las gotas resbalan abajo.

Entonces vuelvo en mí. Los reflejos en la ventana a media noche solo se producen cuando hay suficiente luz dentro de la habitación, y yo leo a oscuras.

Me giro lentamente.

Primero veo las hojas escritas con letra pulcra, pero a la vez, con la tinta corrida por el agua que ha entrado. Sigo girándome, y veo una figura oscura en la puerta de la habitación, que no consigo identificar.

Y otra vez, la lluvia ha adivinado en otra historia, el trágico final del protagonista.

Historias ocultas tras el objetivo de una cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora