06. Cielo, miedo, reloj.

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Estaba más pendiente del tic-tac que se oía de fondo, en mi habitación, que de otra cosa, ese maldito ruidito resonando una y otra vez dentro de mi cabeza: tic-tac, tic-tac, tic-tac...

Llevaba horas tumbada en la cama mirando el aburrido techo blanco de mi habitación, al igual que todas las paredes, sin pensar. No pensaba absolutamente en nada, al menos nada en especial. Solamente oía el murmullo de los segundos marcando el tempo de las aburridas horas que pasaban, lenta y odiosamente. Lenta, y perezosamente.

Tenía mucho sueño, demasiado. Sentía mis párpados pesados caer sobre mis ojos como grandes puertas de metal... me pesaban demasiado, aun así, no debía dormirme. No mientras esperaba alguna señal, algo que me indicase que ya era de día y podía levantarme de la cama, cada día más cómoda, y que ya podía volver a mi rutina del colegio. Pero no, de momento seguía todo oscuro, en silencio, con el tic-tac de fondo, con algunos animalejos haciendo ruidito fuera, con la brisa de la noche haciéndose escuchar, cortando ese silencio, aparentemente perfecto.

Todo parecía perfecto, sencillamente calmado, oscuro y sin peligro alguno. Pero no debía dormirme. No debía...

...Tic. Tac. Seguían pasando las horas en aquel extraño reloj de madera pulida, grande como un gorila, delicado cual mariposa volando en primavera. Y digo ese 'extraño' reloj porque éste no tenía manecillas; oía el tic-tac pero nada lo marcaba. Parecía un armario, con un círculo perfecto en el centro superior, con los números negros dibujados a consciencia, pero sin manecillas que pudiesen emitir ruido alguno. Aun así lo escuchaba. Lo sentía en mí.

Yo continuaba en la misma posición. Tumbada sobre la cama, mirando el cielo infinito, ahora nublado: parecía que iba a llover sobre el techo ausente de mi habitación. La casa en la que me encontraba ya no tenía techo.

Todo yacía normal, como cada noche. Siempre igual. Tic. Tac. Silencio. Oscuridad.

Empezó a sonar mi teléfono, el que tenía encima la cama, a mi lado. Ese ruido estridente que rompió con el silencio, que rompió con la tranquilidad y la calma de mi rutina. Un ruido que siempre odié. Un ruido que nunca sonó en mi casa. Sin embargo esa noche, ese preciso instante, bajo el techo desaparecido de mi habitación, sonó.

-¿Sí? –dije con voz ronca. ¿Cuántos días llevaba sin pronunciar palabra?

-Sal. –sonó una voz familiar. Hacía días que no salía de mi habitación.

Hice caso a esa misteriosa voz y salí de mi habitación. Procuraba mantener la calma y la parsimonia que llevaba practicando desde hacía horas. Parsimonia era justo eso... yacía fría, perezosa, sin ganas de nada, escuchando el absoluto silencio en mi habitación blanca, vacía de muebles, sólo por mi reloj.

Con la naturalidad de siempre, salí de mi habitación, esperando encontrarme la parte de la casa que no había ahí: normalmente, al salir, llego a un pasillo largo y delgado que me lleva derecha al salón de mi casa. Pero he dicho normalmente ya que esa vez no ocurrió así.

Salí de mi habitación y lo que encontré fue una planicie ancha, vasta, verde, oscura y apagada, y húmeda. Era de noche, era obvia el estado en el que me encontré el suelo recubierto de hierbajos. No había nada más ahí, en medio del campo a excepción de mí. A los bordes del campo había un bosque denso, un bosque que se alcanzaba a ver desde la ventana de mi habitación, seguro que sí, aunque nunca antes había reparado en él. El cielo estaba oscuro y nublado, como si amenazara tormenta. Y en medio de ese campo irregularmente circular había mi simple y sosa habitación, ahí, colocada como por obra de Dios. Paredes de un blanco impoluto y sin techo visible. Por la puerta, aún abierta, se veía el reloj, supongo que haciendo su característico sonido aunque desde ahí fuera ya no se escuchara.

Historias ocultas tras el objetivo de una cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora