47. "Lo peor de los espejos es..."

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Lo peor de los espejos es cuando uno mira y no se ve. No es que vea a alguien y no se reconozca, no: cuando uno mira y no se ve.


A mí me pasó una vez. Estaba en mi cama, tumbada. Escuché un golpe abajo, como si un cristal se rompiera. Imaginé que era mi gato, ese con el que intentaba hacer mis deberes todas las tardes después del colegio. Luego escuché unos pasos subiendo por las escaleras, tal vez papá. Sonaba pesado, como si fuera un hombre corpulento, justo como él; pero ese sonido tan familiar era algo distinto al habitual. Aunque, en ese momento, no me fijé en eso. Ya era presa del pánico cuando la sombra que se asomaba por el pasillo, provocada por el juego de luces de la luna, las estrellas y el hombre, no era igual que la de mi padre. Ahogué un grito, pero nadie lo oyó. O si lo oyeron, nadie salió a buscarme.


No recuerdo nada más. Sólo sé que cerré los ojos fuerte, haciéndome la dormida, y me escondí bajo las sábanas. Luego oí golpes, gritos y piel siendo rasgada.


No volví a abrir los ojos hasta la mañana siguiente. Era un cálido día de primavera, quizás demasiado cálido para mi gusto, aunque de eso tenía yo la culpa, por dormir escondida bajo las sábanas el resto de la noche.

Fue entonces cuando no me vi. Saqué la cabeza de debajo de las mantas, las sábanas y los cojines, y me miré en el espejo que había en la puerta de mi armario. Estaba roto en forma de telaraña, y en medio había una gran mancha de sangre. La gran araña negra, la que mató a la presa, ya se había ido, dejando sólo un rastro de sangre detrás de sí. En el suelo, inconsciente, yacía mi hermana mayor. Quizás vino en mi búsqueda. En los restos de cristal sólo se veía una montaña de mantas inerte, sin moverse, y llena de sangre. Probablemente yo yacía ahí debajo sin vida.


La araña es inteligente, y su presa nunca podrá escapar.

Historias ocultas tras el objetivo de una cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora