02. Phoenix

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Palabras. Qué bonito, y poderoso, y disimulado, y... ¿cómo decirlo? Supongo que, al fin y al cabo, las palabras no pueden describirse con palabras.

Al igual que no puedes decir "una mesa es una mesa con patas que..." o no puedes definir felicidad como "la felicidad es el sentimiento de estar feliz", no puedes pretender ni usar la palabra "palabra" para definirla, ni usarlas a ellas mismas; igual que en la definición de 'luz' no vas a usar un rayo de ella misma para definirla.

El caso es que creo que es imposible definir correctamente las palabras. Aun así siempre las usamos. Siempre, tanto habladas como escritas. Son un método fácil, sencillo y disimulado para conocer el entorno, a una persona, para conocer cualquier cosa, o para enseñarla.

Cuando te conocí, sabía cómo eras físicamente, te vi, te examiné con la mirada. Te sentías incómodo, aún lo recuerdo. Te miraba porque me fascinabas, quería conocerte, quería saber más de ti.

Pero me daba vergüenza.

Sí, soy muy tímida. Y lo sabes. Yo te miraba en clase, sin disimulo, hasta que cruzabas tu mirada con la mía... entonces me ruborizaba y apartaba la mirada, pretendía disimular, llena de nervios y miedo de que descubrieras lo que sentía por ti. Pero tú no lo sospechabas: eras mayor que yo, y nunca llegaste a imaginar lo que yo sentía. Pero para mí el físico no lo es todo. Obviamente que me atrae un chico alto, fuerte, un chico que se mueva de manera natural,... pero bueno, lo que a mí me enamora son las palabras. Aquello que me hace reaccionar, conocer una persona. Las palabras, el habla, es lo que me ayuda a conocerte, es eso que me da poder sobre ti. Son de esas cosas con las que puedes hacer lo que quieras, con las que puedo controlar. Soy dueña de mis palabras, e incluso de las de quienes me rodean. Las domino.

Con una breve conversación, si la dirijo hacia donde me interesa, puedo hacerte contar muchas cosas y conocerte. Una vez que te conozco, sé llamarte la atención y, si me interesa, puedo enamorarte. Si tú te has enamorado, sólo con palabras, puedo decirte cualquier cosa que me apetezca: "buenos días, amor", y te saco una sonrisa mañanera. "Te odio, maldito bastardo",  y te pico, y tenemos una pequeña discusión amistosa, la cual siempre acaba en besos, tiernos y suaves. "Quiero jugar contigo, amor", y te animarás, y con un pequeño texto puedo excitarte de mala manera. "Eres un cabrón, hijo de puta", y te cabrearás conmigo. Y con un sencillo "cariño, tenemos que hablar" te voy a asustar, lo cual, si añado un "creo que deberíamos dejarlo", puedo dejarte días y días llorando.

Y existen mil y un ejemplos más de cómo controlar con las palabras.
Las palabras pudren al oyente, le matan, le enamoran, le excitan, pero en todos esos casos, al hablante sólo le dan poder de control.

Y yo te enamoré con palabras.

No me atrevía a hablar directamente contigo, me daba mucha vergüenza. Pero un día, te escribí. Te envié un mensaje. Y respondiste rápido y amable. 

Me gustó tu personalidad a los pocos minutos de empezar a hablar, y entonces te puse a prueba. Intentaba, de manera disimulada, determinar tu manera de ser, de pensar, de hablar y divertirte. Y me gustaste.

Pocos meses después, ya después de muchas charlas nocturnas y profundas, muchas llamadas y quedadas, después de mucho hablar, me pediste para salir, cosa que, obviamente, acepté.

Estuvimos saliendo durante años, te quería muchísimo, y tú a mí también. Pero enfermé.
Me ingresaron en el hospital, y todo iba de mal en peor: en casa solo habían discusiones, mis supuestos amigos no se preocuparon por mí, y mi estrés iba en aumento, cosa que hacía empeorar mi salud. Así pues me trasladaron al hospital de la capital el cual quedaba demasiado lejos de ti.

Eso nos hizo perder el contacto personal, pero tú insistías con tus llamadas. Estábamos muy enamorados, eso iba en aumento y nada ni nadie iba a cambiarlo. Pero como no podíamos acariciarnos, tocarnos ni besarnos; nos contábamos caricias, nos cantábamos besos.

Cada anochecer.

Pero fuimos perdiendo más y más el contacto, hasta que supe que iba a morir, y te lo hice saber.

Lloraste, gritaste y me suplicaste. Pero yo sabía que iba a morir. No de manera literal, pero nuestra relación se basaba en las palabras. Y en cuanto tú me olvidaras, yo iba a desaparecer: de tu mente, de mi realidad.

Yo no quería que me olvidaras, pero era obvio que eso iba a pasar... fueron pasando los días y cada vez hablábamos menos, y menos, y menos.

Y yo no conseguía que me hicieras más caso. Yo solo respiraba y luchaba por sobrevivir con una enfermedad casi incurable; casi.

Con el paso de los años me fui curando, y conseguí salir del maldito hospital, me sentía libre pero muerta. Necesitaba que aquél que siempre me había querido volviese a hacerlo otra vez.

Y es por eso que te escribo esto, sigo amándote aunque esté desaparecida de tu mente. Y sólo te escribo porque necesito resucitar: necesito renacer de las cenizas.

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Historias ocultas tras el objetivo de una cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora